Una trasplantada a la que quitan la pensión: «Con 55 años, vuelvo a vivir con mis padres»
VIGO CIUDAD
Una sentencia quita la incapacidad a Maite García, que recibió dos pulmones hace cuatro años, y la insta a buscar un trabajo «que no implique esfuerzo»
06 ene 2025 . Actualizado a las 23:58 h.El momento más emocionante de la vida de Maite García (Bueu, 55 años) ocurrió sobre la mesa de un quirófano del Hospital de A Coruña. Llevaba dos años y medio conectada permanentemente a una máquina de oxígeno. Sus pulmones estaban destrozados y ella vivía exhausta. Dedicaba todos los minutos del día a sobrevivir. Apenas lograba caminar 20 metros cerca de su casa, en la calle García Barbón de Vigo. Hasta había renunciado a ponerse medias, porque no soportaba el esfuerzo de agacharse. El 3 de agosto del 2020, acostada sobre la mesa de un quirófano atestado, intentó evadirse del bullicio concentrando su mirada en algún punto sobre su cabeza. «Lo que me tocaba a mí ya lo hice», pensó.
Esas palabras eran una especie de autodespedida. Hacía tiempo que había asumido la idea de morir y poco a poco había ido diciendo adiós a los suyos, por si acaso, mientras se esforzaba en sobrevivir cada día sin rendirse. Sobre la mesa del quirófano, concentrada en algún punto sobre su cabeza, a Maite le brotó un lloro tranquilo, mientras esperaba a que la anestesia hiciese efecto. En esos instantes, percibió cómo unos dedos enfundados en unos guantes de látex empezaban a secar sus lágrimas suavemente. «Era un ser humano cuidando a otro ser humano», recuerda, «es lo más emocionante que he vivido en la vida».
Una enfermedad genética (déficit de alfa 1 antitripsina, o DAAT) y el tabaquismo habían destrozado sus pulmones durante años, al generarle la forma más grave de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) y un enfisema. Su capacidad pulmonar se redujo al 17 %. Solo le quedaba el trasplante.
Han pasado cuatro años. Han sido una carrera de obstáculos. Maite asume que ya no es enferma, es trasplantada. En el primer año tras recibir los pulmones tuvo que pasar por quirófano ocho veces. En una de esas ocasiones conoció al anestesista que le secó las lágrimas. Toma doce pastillas al día. Va a depender de medicamentos inmunosupresores de por vida, para que su cuerpo no rechace los pulmones. Es una medicación dura, que la obliga a tomar otros fármacos contra los efectos secundarios: el colesterol alto, los problemas de corazón, los dolores, las diarreas y, sobre todo, el cansancio. «De los trasplantes siempre se cuenta la historia de éxito, pero el postrasplante ha sido durísimo física y emocionalmente», comparte. Nada de eso le hace perder de vista que ahora tiene «vida con vida, antes era vida sin vida».
Pero esos pulmones que le dan vida y por los que se siente infinitamente agradecida también la han empujado a la precariedad. Hasta ahora, Maite García tenía reconocida una incapacidad permanente absoluta desde el 2019. Antes de que su enfermedad se agravase, trabajaba como administrativa en una empresa de logística. La incapacidad le daba derecho a una pensión de unos 1.050 euros al mes. Pero el pasado octubre, el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia sentenció que ya no tiene derecho a ella.
El Instituto Nacional de la Seguridad Social se la quitó en el 2022, tras revisar su situación y concluir que el trasplante de los dos pulmones había mejorado su situación clínica. La mujer demandó y ganó en el juzgado de lo social de Vigo, pero el INSS recurrió y el TSXG ha decidido retirarle la pensión. La considera apta para trabajar. Según la sentencia de la sala de lo social, Maite puede buscar un empleo para «realizar labores sedentarias que no impliquen esfuerzo y en ambiente adecuado».
La primera consecuencia de la sentencia es que hace un mes abandonó el piso de García Barbón, que estaba adaptado para una paciente como ella. «Con 55 años he vuelto a vivir a casa de mis padres», dice. Ambos rebasan los 80. Maite ocupa la misma habitación en la que pasó la adolescencia, en el centro de Vigo.
Emocionalmente ha sido duro, pero cuenta que ni lo decidió, simplemente no tenía otra opción. «Pedí el subsidio de mayores de 52 años que no tienen empleo, el SEPE [Servicio Público de Empleo Estatal] me paga 480 euros al mes. Con eso no puedo pagarme un alquiler y las medicinas», explica. Con un agravante: con la pensión abonaba el 10 % de su larga lista de medicamentos, pero con esta prestación paga el 40 %.
Hasta ahora, su trabajo era cuidarse, porque asegura que nunca dejará de ser una enferma. Pero el sistema la empuja a buscar un empleo. «He buscado cursos en el SEPE, pero me ofrecen uno con prácticas en una cámara frigorífica. Yo con mi situación clínica no puedo», advierte. «No tiene sentido esta inversión inmensa de recursos humanos, económicos y clínicos, que se siguen gastando, para que en dos años acabe enferma otra vez», expresa.
Dice que si tiene un año ideal va a tener que ir al médico al menos doce días para sus revisiones. Pero además, la inmunosupresión la hace más vulnerable a cualquier infección. «Entiendo que todo esto para un empresario es complicado».
Únete a nuestro canal de WhatsApp
Un curioso homenaje a su donante
Maite García ha desarrollado un vínculo especial con la familia de su donante. No la conoce, no tiene ningún dato de ella, salvo que es de fuera de Galicia. «Un trasplante no es generosidad, es asumir un compromiso con el dolor de alguien a quien no conocen de nada en el peor momento de sus vidas. Es más que generosidad, a mí me abruma», revela.
En la familia de Maite son seis hermanos. Dos de ellos portan una alteración genética del DAAT, pero no tienen la enfermedad; otros dos son sanos; y otros dos han sido enfermos: Maite y un hermano que falleció con dos años y al que ella no conoció. Desde que era niña no visitaba la tumba. Ahora, el 3 de agosto celebra el aniversario de su trasplante en el cementerio de Bueu, adonde lleva flores y un juguete. «Es mi manera de honrar a mi hermano, pero también a mi donante», explica.