Las luces de Navidad de Vigo a ciegas: «Las conozco a través de la voz de mi mujer»
VIGO CIUDAD
Roberto Argones perdió la vista hace un año y ahora descubre el alumbrado de la mano de Merchi: «Ojalá hubiera una aplicación que lo describiera»
07 ene 2025 . Actualizado a las 00:11 h.Llueve un poco y Roberto Argones puede extender su bastón sin miedo. Golpe, barrido de derecha a izquierda y otro golpe, así todo el rato hasta que para. Hoy hay poca gente y no teme darle un golpe a alguien. Su mujer, Mercedes Rocío, Merchi, lo guía agarrada de su brazo. «Este año en el Marco pusieron unas luces blancas en las paredes y una bola dorada a sus pies», cuenta. «Ah, qué bonito», responde Roberto. «También hay unos árboles con unos muñecos de nieve que tocan instrumentos», concreta Merchi. Su marido asiente con una sonrisa. «Ya me hago una idea de cómo están. Todo muy bonito», ríe.
Roberto no puede ver las luces. Perdió la vista por completo hace un año debido a una degeneración macular. Recuerda sus formas, los colores, las calles, pero ahora su guía es la voz de Merchi. «Mi enfermedad era degenerativa y fui perdiendo la vista poco a poco», explica. La mácula es la parte de la retina que hace que la vista sea nítida y su degradación provoca que, poco a poco, todo se vaya viendo más borroso hasta que ya no se ve nada. Se la diagnosticaron con seis años y, ahora, con 65 años, dice que ha vuelto a nacer: «No es lo mismo vivir con poca visión a no tener nada. Tienes que aprender a ver con la información que te entra por la piel». Su relación con el entorno cambió por completo. Se obligó a percibir a través del oído, el olfato y el tacto. «A veces es complicado, pero es lo que me ha tocado. Yo quiero seguir disfrutando», dice con esa sonrisa que lo acompaña.
Golpe, barrido, golpe. Roberto entra con Merchi a la Porta do Sol. La lluvia ha espantado a los miles de personas que la abarrotan cada fin de semana, pero aún quedan unos cientos. «Este año el árbol se ilumina de varios colores», explica Merchi. «Ahora, estamos pasando por el carrusel, ¿verdad?», pregunta Roberto. «Así es», responde su mujer. «¿Sabes que hasta hace poco pensaba que había un árbol gigante de verdad?», recuerda, entre risas, Roberto.
Llevan 40 años juntos. Se conocieron en la montaña. Él estaba en un club y ella en otro. Desde aquel día, aunque la vista de Roberto se fuera resintiendo, no dejaron de subir a las alturas. «Allí, ascendemos con una barra», un instrumento del que caminan agarrados para guiar su paso, y «Merchi me cuenta todo lo que hay en el camino», explica. En el centro de la Porta do Sol, «donde este año han puesto unos árboles dorados nuevos», Roberto se ubica como las agujas del reloj. «A las 12 horas está el árbol y a las 7 el carrusel», guía Merchi.
En ciudades como Madrid y Barcelona tienen sistemas de audiodescripción para que las personas ciegas también puedan pasear por las luces de la ciudad, pero Vigo no da la opción. «Yo no sabía que existían, pero sería maravilloso que la crearan aquí», desea Roberto. Sabe que él ha tenido suerte. «Yo me puedo hacer una idea de como está todo porque lo he podido ver otros años», reconoce, pero «hay personas que siempre han estado ciegas y no tienen a nadie que se la cuente», lamenta. La audiodescripción permitiría que «nosotros también podamos disfrutar de las luces que, a mí por lo menos, me encantan», concluye.
Roberto no pierde la sonrisa durante el paseo. «Todo debe estar muy bonito», insiste. A él le encanta venir al centro, incluso intentó entrar en la Porta do Sol el día del encendido, pero Merchi lo frenó. Cerca del árbol hay una estatua viviente que recrea a Poseidón, el dios griego del mar, con un tridente. «Con él ya no se me ponía nadie en el miedo», bromea. El matrimonio deja la plaza al son del golpe, barrido, golpe. Por el camino, Merchi da vida a la Navidad de Vigo con su voz y Roberto sonríe.
«Hemos mejorado bastante, pero todavía no somos una sociedad accesible»
Una aplicación para que las personas ciegas puedan disfrutar de la Navidad de Vigo sería «un paso más» en una sociedad a la que le quedan «otros tantos» para ser accesible. Roberto sabe que se «ha mejorado bastante», pero Merchi recuerda que lo pasaron mal cuando su marido no usaba bastón. «Asumir que se debe depender de él es difícil de asumir», reconoce. Dejó de trabajar en 2006 y entró en la ONCE, a la que «tengo que agradecerle muchas cosas», pero no empezó a usar el bastón hasta el 2018. Por el camino, muchas caídas y varios malentendidos. «La gente se pensaba que estaba borracho o, si preguntaba sobre algo que estaba la vista, que le estaba vacilando», explica. Al no llevar bastón ni gafas pensaban que no estaba ciego. «Solo hace falta empatizar y entender un poco», insiste Roberto. Merchi asiente a su lado. «Por ejemplo, por pedir algo, sería de gran ayuda para las personas con poca visión que en los semáforos pongan también iluminación en el suelo», concluye Roberto.