Iria Sobrino, la arquitecta que investiga galpones: «Demuestran que el rural está vivo»

VIGO CIUDAD

Su tesis analiza cientos de construcciones irregulares en el rural: «No hay que imitarlas, pero sí observarlas con atención, nos dicen que ahí hay una necesidad sin respuesta»
26 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.«El rural actual no es el rural idealizado que tenemos de hace cien años. Ahora existe otro rural y es más complejo». Iria Sobrino (Ourense, 1977) está dispuesta a mover los marcos del urbanismo. La arquitecta, que se define como «galponista», ha analizado, fotografiado y dibujado cientos de galpones. Su especialidad son las Rías Baixas, un terreno que conoce al dedillo por sus minuciosos estudios sobre el patrimonio industrial. Ya en el año 2007, esta experta en patrimonio industrial propuso la primera ruta por las antiguas fábricas de Vigo, simultáneamente le empezaron a interesar también estas otras construcciones «desreguladas» y denostadas.
Donde otros ven feísmo, ella ve vida, una actividad desordenada, «con un orden complejo», pero con una función. «Son construcciones anexas a lo residencial, hechas con residuos populares y con vitalidad. Se asocia a algo feo, pero para mí es algo en proceso. Demuestran que el rural está vivo y tiene potencial». Su controvertido estudio ha despertado interés en colegas escépticos y aspira a motivar una reflexión: «No quiero validar una construcción desregulada. No hay que imitarlas, pero hay que observar con atención y horizontalidad. Hay que mirar con respeto, porque los habitantes conocen mejor el territorio que nosotros desde la disciplina».
En julio presentó en la Universidade de A Coruña su tesis titulada Arquitectura popular efímera contemporánea, que recoge cientos de ejemplos de galpones por toda la geografía gallega, pero también en otros puntos del territorio nacional e internacional. «Es un fenómeno mundial. En Galicia tenemos particularidades, pero no es exclusivo de aquí», explica mientras muestra galpones en tierras tan dispares como Lanzarote o Islandia. «La figura del galpón es mundial».
La investigación ha durado años en los que ha pateado el país. Un largo trabajo de campo recogiendo casos, pero también hablando con los autores de estas estructuras, unos más amables que otros, y llegando al fondo de la cuestión. Cada ejemplo tiene su historia y reflexión en la tesis, pero ninguno está referenciado geográficamente: «Para no monumentalizar». La doctora en arquitectura sacó fotos, recogió datos y dibujó las estructuras en su trabajo. «Los dibujos no son mentira, son sobre la realidad, pero si quitas la suciedad, ves cómo se utilizan mecanismos para una producción media». Ha obviado las construcciones especulativas, solo analiza las vinculadas a la actividad agraria e industrial.
Un apero para herramientas, un espacio para cultivos o incluso un taller clandestino. Para Sobrino, el galpón hay que definirlo como elemento que surge en lo que ella llama «zonas grises» o márgenes de la regulación, ante «una necesidad sin respuesta». Son un síntoma, y ahí es donde apela a las Administraciones para hacer el diagnóstico y proponer el tratamiento. El debate no es solo si hay que condenar a la piqueta a estos esqueletos, sino pensar una fórmula para dar respuesta a lo que los hace surgir.
Si nadie viviera en esas aldeas, no habría galpones, pero habría otros problemas. «La dispersión genera un tipo de relación con lo rural que no está resuelta. Hay que ir a un modelo híbrido entre ciudad y rural que los haga compatibles, compartiendo equipamentos y haciendo la vida sostenible». El modelo actual de crear zonas urbanas aisladas, otras residenciales y, por otro lado, las de ocio no es realista para esta experta. ¿Cómo se resuelve la situación, ahora que existen tantas construcciones irregulares? «Son construcciones efímeras, nacen con una función, una vez desaparece la necesidad, el galpón desaparece o muta».

Aunque se empezó especializando en estructuras, es también experta en urbanismo. Eso le permite asesorar en proyectos para recuperar zonas industriales o degradadas en las ciudades. Su vocación es intervenir de forma discreta, diseñar sin alterar, guiar los proyectos para que evolucionen de una forma coherente a la sociedad, pero siempre desde el respeto a lo que ya existe. «En el 2006 di mi primera charla sobre patrimonio industrial explicando que, igual que hay catedrales y petos de ánimas, también hay grandes fábricas y galpones. En estos 20 años la percepción del territorio está cambiando. Hay que estar orgullosos de Vigo como ciudad productiva y la belleza intrínseca que supone».

Falta verde en las urbes, pero como todo lo que propone la experta, reverdecer las ciudades no se ciñe a plantar un árbol o diseñar un jardín. «El verde, cuando es adulto y adquiere porte, se convierte en un problema para las Administraciones. Hay que trabajar en la renaturalización de las ciudades, estoy convencida de que será lo siguiente tras las transversales», explica refiriéndose al Vigo Vertical. Sobrino invita a pensar el territorio sin tratar de simplificarlo. Ni bonito o feo, ni ordenado versus desordenado. Defiende que la vida es compleja, como los espacios que se habitan. «Llevo toda la vida traduciendo cosas a dibujos. Me gustan los órdenes complejos, también me gustan las matemáticas o la traducción, los idiomas son también estructuras. Todo eso es arquitectura».
Su canción favorita
«Partita para 8 voces», de C. Shaw. «Es música solo con voz, lo popular para una pieza culta. Me recuerda a una medianera en Vigo con huecos desordenados. Luego supe que Shaw se inspiró en una pieza gráfica parecida a la medianera. No sé cómo se conectaron en mí. Existe un orden complejo que no sabemos detectar».