Ella aprendió de su padre el oficio de apicultora en los montes vigueses de Saiáns y junto a él añadió a la empresa Apicelta un dulce con el que conquistan el mercado gallego
12 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Aunque son más conocidos por una producción de miel con la que no paran de cosechar éxitos (el último, la medalla de oro en los London Honey Awards 2024), en Apicelta son especialistas en endulzar la vida y también son los responsables del membrillo La Gallega, con el que empezaron conquistando al público en pequeñas tiendas de comestibles. Ahora ya están preparados para cubrir la demanda de las grandes superficies.
Ángeles Magallanes encarna a la segunda generación de artesanos de la miel, un oficio que aprendió de su padre Eloy, al que relevó cuando este se jubiló en el 2009. Fue ese mismo año cuando Ángeles conoció a su pareja, el madrileño Daniel Villaverde, que se mudó con ella a Vigo y se integró al cien por cien, abrazando encantado una nueva profesión rodeado de naturaleza, con la que dejaba atrás su gris entorno laboral como contable. Ambos son desde entonces los responsables de la empresa familiar que nació en 1989 en la parroquia de Saiáns.
Entre las mejoras que hicieron en la empresa se encuentra la introducción de membrillo, diversificando así sus productos. «Llevamos cerca de ocho años, empezamos en el mercadillo de Sabarís», recuerda Daniel. Lo llevaron para probar qué acogida tenía y, como la respuesta fue buena, empezaron a distribuirlo a tiendas de alimentación y supermercados pequeños por Vigo y el resto de la provincia de Pontevedra.
Ahora, membrillo La Gallega se encuentra en numerosos establecimientos de Galicia y se pude comprar también en su sede en Saiáns, pero gracias a la tienda online, llegan a todos los rincones del país, donde además despachan la miel ApiCelta, de la que también tienen pedidos en Francia y Bélgica. «El membrillo habitualmente no nos lo piden porque es un producto muy nuestro y en otros países casi ni lo conocen. Sudamérica sería un mercado interesante porque sí que se consume mucho, tienen algo parecido que hacen con la guayaba, pero en el resto de Europa, no hay mercado para el membrillo», argumenta Daniel.
Para la elaboración del suyo, lo ideal sería tener grandes áreas de cultivo de los árboles que dan este fruto rico en potasio y fibra que no se puede comer crudo. Pero cocinado se convierte en una delicia y mezclado con queso tipo tetilla, se convierte en un deleite y uno de los postres más recurrentes de Galicia.
«No podemos cultivar las cantidades que necesitamos, así que lo que hacemos es comprar porque no hay producción suficiente, y la materia prima nos llega a granel desde plantaciones de Córdoba y Murcia. Hay diferentes variedades y después de tantos años, eliges las que te dan la textura, sabor y color para obtener una calidad determinada, que es lo que queremos, calidades buenas», admite añadiendo que aunque aquí el membrillo se da muy bien, «no tenemos capacidad para complicarnos la vida con esa parte del proceso», reconoce. «Nuestra meta actual es estar en todas las grandes superficies de Galicia», afirma el experto de La Gallega, que cuenta además con socios que se encargan del envasado. Su membrillo sale al mercado en barras de tres kilos, que se venden al corte, y tarrinas de 350 gramos.
«Es un postre gallego de lo más tradicional. Yo lo recuerdo vagamente de cuando era pequeño, pero lo que se consume aquí, al igual que la miel... ¡es que es increíble!», dice con humor Daniel. El empresario asegura que cuando vivía Madrid «andaba fatal de salud, en la oficina todo el día, mirando por la ventana y pensando: ¿me quedan 35 años aquí metiendo datos? Desde que estoy aquí me siento genial. Tenía que pasar algo, y pasó que encontré a Ángeles», a la que conoció porque hizo la mili con su hermano y un día apareció ella también. Y hasta hoy. «Vi claro lo de irnos juntos a trabajar en el monte con las abejas, estoy feliz», admite el contable reconvertido en apicultor y discípulo de los Magallanes.
Azúcar moreno
El membrillo La Gallega que elaboran en Apicelta se hace al modo tradicional. «Cocemos la fruta, se pela, se le quita el corazón y añadimos azúcar moreno. Después está un día entero reposando para que se fusione y a continuación se cocina y se echa limón para que espese. Si está bien pelado no hace falta filtrarlo, se bate, va a los moldes, a enfriar, se desmolda y a empaquetar», resume. «El toque es el azúcar», revela. Están haciendo una producción de unos 10.000 kilos, la mitad que de miel, para lo que no llegan sus 50 colmenas. También empiezan a envasar pimentón Celtia, dulce y picante.