En la corteza de un carballo centenario del entorno de Vigo se pueden encontrar líquenes, frutos, plantas, larvas, insectos...
19 ago 2024 . Actualizado a las 18:23 h.Que los árboles viven y dan vida a su alrededor es algo que ya hemos comentado muchas veces en estas páginas. Hoy queremos poner un ejemplo concreto y localizado de la vida que concitan en sí mismos: apenas una pequeña parte de la corteza de un árbol.
Nuestro protagonista es un carballo centenario del entorno de Vigo. Aunque parezca un milagro, todavía existen algunos que se han salvado (crucemos los dedos) de la motosierra municipal. Lo primero que nos llamará la atención será ver esa capa de musgos del grupo Bryopsida, que en realidad no son plantas por carecer de sistema vascular y que cubren parte de la corteza y actúan como microdepósitos de agua que van liberando con la sequía. Por eso se dice (no se fíen, existen muchas excepciones) que su orientación nos indica el norte.
Seguramente, la corteza de un árbol no es el lugar en el que nos imaginemos encontrar algas, pero además de las microscópicas asociadas a la humedad que proporcionan los musgos no olvidemos también ese milagro de la colaboración entre especies que son los líquenes, una extraordinaria simbiosis entre hongos y algas que comparten agua a cambio de fotosíntesis. Por ahí arriba veremos asomar los Fentos dos valos (Polypodium vulgare, helechos epífitos), que quiere decir precisamente que crecen sobre los árboles, a veces a gran altura a donde llegaron volando sus esporas y por eso alguno de estos helechos recibe el nombre popular de cabriña, precisamente por trepar como las cabras.
Por el medio nos asoman los couselos (Umbilicus rupestris, ombligo de Venus), una planta que se adapta a casi todo siempre que cuente con una cierta humedad, que otra vez depende de los musgos. Finalmente, podremos encontrar alguna bellota despistada que no llegó a caer al suelo o bien alguna ardilla o arrendajo que la dejaron ahí encajada entre la corteza para merendársela en otro momento.
Una mirada atenta al tronco nos permite localizar algún agujero con aspecto de entrada a la galería de un insecto. Lo llamativo es su enorme tamaño, casi un centímetro de diámetro. Tratándose de un carballo, solo puede ser la larva de Vacaloura (Lucanus cervus o ciervo volante), que en fase larvaria se puede tirar hasta siete años alimentándose de madera en descomposición hasta que se convierta en el escarabajo adulto que tendrá poco tiempo para buscar pareja y reproducirse, cosa especialmente interesante siendo una especie amenazada. No son los únicos insectos que encuentran aquí hogar y refugio, pues una enorme variedad de escarabajos y hormigas circulan por esta autopista verde.
Ya sería para un nivel avanzado de CSI localizar las señales de las picaduras de los pájaros carpinteros que se alimentan de muchas de estas larvas e insectos. Pero para agujeros, el más grande que encontramos más arriba, a una altura poco accesible. Se trata del nido ya vacío, pues terminó la época de cría, de una avelaiona (Strix aluco,o cárabo), una rapaz nocturna que seguramente sin que la podamos ver, pues su color es un camuflaje excelente, nos estará observando. Se trata de una especie protegida, motivo por el cual la prudencia aconseja no mencionar la ubicación exacta de nuestro carballo protagonista.
Este sería un pequeño resumen de la vida que promueve en sí mismo un solo árbol. O lo que es lo mismo, una llamada a su conservación. No nos sobra ni un solo árbol autóctono, más bien nos faltan muchos.