Cándida, la Carmelita con botas, de 89 años, que empujó a Chus Lago a la montaña

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

La religiosa afincada en Vigo, profesora de música y directora de los coros de alumnas y de padres, recibirá este domingo el premio Galegas Destacadas de Diálogos 90

07 feb 2024 . Actualizado a las 02:52 h.

Cándida Rico de la Calle (Valladolid, 1934) es una monja andariega, como la fundadora de las Carmelitas descalzas Teresa de Jesús, solo que Cándida es Carmelita con botas, una Carmelita Vedruna, que es otra rama del Carmelo fundada por una religiosa catalana, de Vich, en 1826. Y Cándida reza con botas o sin ellas, pero se las ha calzado a menudo y a sus 89 años, conserva como un tesoro las que ha usado más durante los últimos 30 años.

Su habitación en el edificio que alberga en Vigo desde 1926 el colegio de la orden religiosa (desde hace ya años con profesores seglares), está llena de recuerdos de caminatas, excursiones, encuentros corales y otras referencias musicales, hasta un cojín estampado con un pentagrama donde apoya la cabeza y descansa con una melodía imaginada en la oreja.

El colectivo feminista Diálogos 90 ha decidido otorgarle a ella este año el premio Galegas Destacadas. La religiosa fue una pionera en numerosos proyectos educativos relacionados con el deporte en la naturaleza. Fue quien llevó a la alpinista Chus Lago a dar sus primeros pasos en la montaña y también dirigió el Coro Lembranzas Galegas, entre mil actividades. El galardón le será entregado este domingo, 11 de febrero, en el Pazo de Castrelos, tras la ofrenda floral ante la tumba de Concepción Arenal, ya que el premio se otorga alrededor de la fecha del fallecimiento en Vigo de la intelectual gallega que murió el 4 de febrero del 1893 y cuyos restos descansan en el cementerio de Pereiró.

Cándida vive tranquila en esa casa carmelita de la calle Pi y Margall, un hogar donde ya no hay tanto bullicio. «Éramos casi 40 monjas y ya solo quedamos seis, ya no hay vocaciones, la vida apetece de otra manera y cuesta un poco la entrega y dejar cosas atrás, hay que ser fuerte para seguir la llamada», razona con arrebato teresiano que remata parafraseando a la de Ávila: «Dios está hasta en los pucheros»

La carmelita Cándida Rico, en el centro de la imagen, en una imagen de hace décadas en el colegio vigués.
La carmelita Cándida Rico, en el centro de la imagen, en una imagen de hace décadas en el colegio vigués. M.MORALEJO

La mujer asegura con franqueza castellana que «hay que ser fuerte para seguir la llamada». Aunque según cuenta, a ella no le costó demasiado. La monja subraya que es nativa de Valladolid, pero está muy unida a Candelario, el pueblo paterno, en Salamanca. «De pequeña iba en el verano con mis hermanos, y no me pierdo el carnaval, llevo yendo 40 años seguidos», afirma. Cándida llegó a Vigo en 1970, hace 53 años. «Estaba en Cáceres y me mandaron para aquí, ya había estado en Santander y en otros sitios trabajando como profesora de música. Entré en la congregación con 20 años, acababa de terminar la carrera de piano en Madrid, lo dije en casa, y mis padres, contentos», explica sobre el momento en que contó que quería tomar los hábitos.

Pero no fue un solo momento, sino muchos: «Iba sintiendo la llamada a través de la música, de la belleza de la naturaleza y de mi familia, que ya tenía yo una tía monja, y luego entró una hermana mía también, la más pequeña, soy la quinta», aclara. Ellas son las únicas que quedan de los vástagos de la pareja formada por Miguel Rico y Felipa de la Calle. «Nosotros llegamos a ir los seis al colegio a la vez, lo cual era difícil en tiempos de guerra, pero para mis padres, lo primero era la educación de los hijos». De su padre, que era salchichero de profesión, guarda en su habitación dos volúmenes encuadernados de escritos y recuerdos, manuscritos y máquina, con anotaciones y fotografías. «Es el libro de Miguelito el escribano, que le llamaban así», revela.

Para la foto, en su habitación con vistas a la ría, saca del armario una imagen de una escalada en la nieve, se pone en el cuello su pañuelo azul de montañera que lleva dos bandas blancas, galones de maestra, y recuerda con emoción los Encuentros Misioneros Silos «que he vivido plenamente». De Chus Lago explica que «era una alumna mía queridísima y las primeras botas se las puso conmigo. Los sábados me quitaba el hábito y me ponía pantalones para llevar al grupo de niñas de excursión. Luego Chus ya voló sola muy lejos y muy alto, y revela que una vez le dijo que en momentos difíciles que pasó en el Everest, qué bien le hubiera venido saber rezar mejor».

La foto favorita de Cándida, colgada en su habitación.
La foto favorita de Cándida, colgada en su habitación. M.MORALEJO

La llamada de la montaña, la sintió siempre: «Para mi es la libertad, en la naturaleza me siento libre respirando verde y oliendo a campo, eso me atrae», afirma. «No es que me encuentre encajonada aquí, la llamada la siento, pero cuando salgo...», aclara. Actualmente, la carmelita, que ha hecho zarzuelas enteras, aún canta, dirige los coros de niñas y ahora también el coro de padres del colegio vigués. «Yo no me canso, cantar no cansa, sino otras cosas. Y la llamada tampoco cansa, bueno, las de los teléfonos móviles, a veces», bromea manejando con soltura un ordenador portátil y su teléfono con WhatsApp. Dice que no tiene trucos para estar tan ágil. «Igual el secreto de la salud es hacer lo que te gusta, o salir con las amigas a tomar un café, y si hay pulpo, también», sopesa. O quizás un huevo frito recién hecho o un vinito blanco de «la Seca» y detrás un bomboncito helado y las Sonatas de Beethoven. «¡Ay, Dios mío, que tengo que bajar a rezar! y quítame las arrugas de la foto, que me has sacado con la cara muy alargada», pide a la reportera gráfica y se despide, bromeando y volando, a comer.