Los gallegos que se anticiparon treinta años a la ley de bienestar animal

La Voz VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

BENITO ORDÓÑEZ

Vigo acogió en 1993 una asamblea de voluntarios de 13 protectoras para impulsar medidas contra los malos tratos y los abandonos. Fueron pioneros en presionar a los concellos

08 dic 2023 . Actualizado a las 23:40 h.

«Trece sociedades protectoras de animales se reunieron ayer en Vigo con el fin de intercambiar ideas y proyectos, así como unificar acciones que favorezcan el desarrollo de estas organizaciones cuya finalidad es salvar los animales de los malos tratos y abandonos. Todas las ciudades gallegas y algunas villas cuentan ya con refugios municipales, que son atendidos por personas que hacen el trabajo de forma voluntaria y, por lo general, sin cobrar un salario». Así arrancaba la crónica que publicó La Voz de Galicia hace ahora tres décadas. Aquella cita del 6 de diciembre del 2023 puede considerarse un claro precedente de los debates que han cristalizado todavía ahora en la entrada en vigor de la ley estatal de bienestar animal.

Existía en 1993 una incipiente preocupación por las mascotas. En el refugio de Candeán, al lazo del parque zoológico de A Madroa, vivían doscientos animales de todo tipo: muchos perros y gatos, pero también burros, tortugas, mouchos, erizos e incluso águilas. La ligereza y falta de sentimientos con la que muchos actuaban preocupaba ya a estos voluntarios.

Eran unas 40 personas y tenían en común su amor a los animales. Fueron pioneros a la hora de presionar a los ayuntamientos gallegos. Querían que los alcaldes entendiesen la importancia del tema y los ayudasen a adoptar medidas de cuidado y protección. «Algunos ya lo entendieron y a otros hay que forzarlos porque, como los animales no votan, los gobernantes locales no se enteran de que existen», decía con intención Amparo Roger, la responsable de la sociedad protectora viguesa. Mientras estuvo casada y tuvo que cuidar de sus hijos no pudo responsabilizarse de esta labor, pero ahora que era viuda y los vástago mayorcitos, le dedicaba todo su tiempo sin cobrar ni un céntimo.

Algo no ha cambiado desde entonces: la penuria económica que sufrían los refugios. Las subvenciones municipales eran pírricas y las cuotas de los socios (en Vigo no llegaban ni a cuarenta) ascendían a 100 pesetas.