Los antiguos canteros reparaban los desperfectos de la villa de Vigo

j. miguel gonzález fernández

VIGO CIUDAD

cedida

Trabajaban en cuadrillas que tenían miembros especializados

12 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los especialistas inciden en que era imprescindible «disciplinar» las villas. En este sentido hay que entender la preocupación del Concejo por el urbanismo y aspectos de parecida índole. De lo que más abundan los testimonios es de la inspección del estado de las calles mediante una revisión visual. Como muestra, en 1689 se recorrieron con detalle la Plaza, las futuras rúas Real, Sombreros, Buraquiño, Alta, Outeiro, Campucha, Ferrería, Placer, Antequera, A Lama, Gamboa, sitios de A Pedra y Fonte de Vigo, un elenco completo que aun hoy casi puede pasearse. No es de extrañar, pues se deterioraran a menudo, de modo que en 1793 sufrían el paso de 30 caballerizas o carros a diario (prohibirán las llantas de hierro) con destino al acopiamiento de pescado de O Berbés y del «angazo» (algas) del mar que se usaba en el rural como fertilizante.

A través de las Ordenanzas Municipales y de acuerdos capitulares se tomaban medidas tendentes a la conservación urbanística: depositar los escombros de obras en un lugar fijado en A Falperra; no echar basura a las fuentes; «construir de nuevo o reedificar casa ni edificio sin que primero se informe al Ayuntamiento con un plan o idea de sus circunstancias» (no se acredita su cumplimiento), y más en la misma línea.

Los canteros no solo se ocupaban de la composición de las vías públicas o de alguna/s en concreto, sino que faenaban en todo lo que requiera piedra, cal y retejo. Así, las canalizaciones de las fuentes públicas, como las de A Pescadería con su chafarís o la de Os Canes de O Berbés; los destrozos en las casas ocupadas por los militares; el ábside de la desaparecida capilla de O Catro; el pretil del atrio de la colegiata dañado por el olivo (origen del que se ve ahora en el Paseo de Alfonso XII, símbolo de la ciudad), y así hasta múltiples cometidos. Hasta tal punto que en 1761 un cantero se ocupaba de reparar el rollo, piedra labrada símbolo del señorío arzobispal, sito en A Falperra.

Las primeras aceras que se construyeron en la entonces villa de Vigo, se levantarán en el barrio de O Placer, lógico por ser un barrio extramuros con anchura suficiente, en el tardío año de 1801, si bien su importe les tocó pagar a los vecinos, también encargarse de su limpieza y mantenimiento. La urbe se suma al progreso, pero exento el flaco erario municipal.

Las intervenciones en las infraestructuras de cierto calibre, como los puentes de Sárdoma y

Castrelos, correspondían al estado, el cual repartía el coste total entre todos los partidos (circunscripciones fiscales) de la antigua provincia de Tui, de manera que cada uno debía contribuir con la cantidad correspondiente, si bien, al ser tantos, la cuantía individual nunca era elevada

Laboraban en cuadrillas o grupos, más o menos numerosos dependiendo de la magnitud de la obra. A la cabeza estaba el maestro, después media docena de oficiales, algunos peones o «sirvientes», los carreteros de piedra o barro que transportaban de fuera (comarca o costa de O Morrazo) y, por último, unas pocas mujeres que se encargaban de «quitar tierra, y cascajo, barrer, carretar xabre y agua»; podían también contar con un herrero que se ocupase de mantener los instrumentos de trabajo. Cobraban, como es lógico, según categoría; en 1731 los primeros percibían 4 reales diarios, los segundos 3, los terceros 2 y el sector femenino 1, descontando en algún caso las «parvas» de vino que consumían durante el tiempo de faena.

Otro de sus principales cometidos era ejercer de peritos, que acompañaban a algunos representantes municipales a la hora de estimar los desperfectos que precisaban prontamente de «arreglo y aderezo».

Vigo apenas contaba con canteros de la vecindad, debiendo de recurrir a los que llegaban desde la comarca de Terra de Montes, que tenía mucha fama en toda la Galicia occidental, desplazándose desde su tierra de origen en busca de ocupación, y aquí no les faltaba. Al contrario de lo que ocurría con otros servicios, no se asignaba el trabajo a través de pujas, sino que se encargaba directamente a un determinado maestro cantero. Bien fuera por su buen hacer o por sus contactos, en las décadas centrales del siglo XVIII escogían invariablemente a Sebastián Carballo.

Historiador y miembro fundador del Instituto de Estudios Vigueses