
La viguesa protagonista de la serie «La promesa» hizo su primer cásting en «Luar» contando chistes
26 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Ya lo dijo en estas páginas Francisca Iglesias, la mujer que inspiró el personaje central de la película Matria, del vigués Álvaro Gago: «Prefiro limpar 20 pisos que facer cine, é un traballazo, a xente non se fai idea». Algo así debe pensar a veces María Castro (Vigo, 1981) cuando se levanta antes del alba. La actriz cuya popularidad creció tanto como su melena pelirroja cuando protagonizó la serie Sin tetas no hay paraíso ni siquiera pudo estar en su ciudad para recoger el pasado jueves el galardón que la acredita como Viguesa Distinguida. La grabación de La promesa requería de su presencia para dar vida a Pía Adarre, el ama de llaves de la ficción que con éxito creciente emite RTVE cada tarde de lunes a viernes.
Aunque parecía que su vida se encaminaba hacia el deporte como gimnasta de rítmica, confiesa que, sin saberlo, siempre quiso ser actriz. «No me llevaban mucho al cine o al teatro, porque antes no era como ahora, que los niños van más a actividades culturales, pero veía programas en la tele y le decía a mi madre: ‘Quiero hacer lo que ellos hacen'. Y también recuerdo que cogía los tebeos de Zipi y Zape y en una grabadora imitaba las voces de Pantuflo, los gemelos, etcétera, haciendo una especie de audiocortos», recuerda. María encuentra paralelismos entre la gimnasia, en la que con el cuerpo se cuenta una historia a través de la música y el movimiento, y su trabajo como intérprete, cambiando el físico por la voz y el suelo por los platós. «Cuando me retiré de la rítmica, que ocupaba todo mi tiempo, estaba estudiando INEF y sentí que era el momento de probar si el sueño que tenía de niña se quedaba en eso o se hacía realidad, así que me metí en una agencia de modelos buscando una vía para llegar a hacer algún cásting para la tele, porque yo con 18 años que tenía, ya me veía mayor para ser actriz, fíjate», comenta sorprendida de su apreciación pasada. Y así fue, hizo una prueba para Luar contando chistes «y vieron que no tenía vergüenza ante las cámaras». Ahí empezó todo. «Después me salió un programa sencillito, de esos de refritos de verano, y luego una gala de Nochebuena, después una serie y llegó Pratos combinados. Cuando me di cuenta, estaba en Madrid, y hasta hoy», resume.
La actriz asegura que el camino no fue muy complejo: «Lo podía haber sido siendo igual de buena o igual de mala actriz, pero estoy convencida de que esto es una cadena de azares, de estar en el sitio adecuado y que suene la flauta, pero también creo que la suerte hay que buscarla, que sin trabajo no hay nada y yo he trabajado mucho siempre», afirma esta mujer que tiene varias armas infalibles para que el viento sople a su favor. «Soy muy de relativizar, muy positiva, y cuando no he tenido fortuna he sabido transformarla. En mi casa, la frase ‘es lo que hay' es nuestro mantra, y con eso hay que ir tirando palante», justifica.
María Castro ha ido en volandas de un papel a otro, de una serie a un programa, de un anuncio al escenario de un teatro, y su escuela ha sido todo eso. «He ido haciendo cosas sueltas, algunos cursos, pero siempre digo que cada día de rodaje es un día de aprendizaje. No hay uno en que no aprendas algo, de ti misma o de los demás». La viguesa opina que aunque ahora parece que es más fácil alcanzar metas con las redes sociales, «lo único que te dan es un escaparate que tienes más a mano, pero encajar es aleatorio. Ella misma pone como ejemplo el color de su pelo: «Sé que en muchos momentos me ha abierto puertas y en otros me las ha cerrado. La misma razón por la que te cogen un día puede ser la misma por la que no lo hacen al siguiente», razona. Aunque lleva años afincada en Madrid, asegura que no tendría ningún problema en volver a Galicia. «Al contrario. Lo haría encantada», afirma. «No me marché de Vigo buscando más proyección o fama. Lo hice porque de repente dejó de haber trabajo. No había nada, vine a probar por motivos laborales y para formarme. Dormía en el sofá de una amiga los fines de semana y volvía a casa. Estuve así bastante tiempo, hasta que encontré a mi representante, con la que hice buen tándem. Yo me fie de ella, ella también vio algo en mí y nos dimos la mano», confiesa. El resultado fue un sí laboral tras otro. «Y me tuve que venir. Antes de eso no me sentía con la valentía de coger la mochila y ver qué pasa, soy muy familiar. Solo lo hice cuando tuve trabajo y me podía pagar los billetes para volver a ver a los míos», explica. Los suyos son cada vez más y se expanden hacia el este. Su marido, el osteópata, coreógrafo y exbailarín valenciano José Manuel Villalba, es el padre de Olivia y Maia, sus dos hijas, falleras y galleguiñas al 50 %, entre Los gozos y las sombras y Cañas y barro para ponerse seriéfilos. Para organizar el «circo» de sus horarios con el de las pequeñas, María duerme entre poco y nada. Pero tiene un tesoro: sus padres, aliados y residentes en Madrid. La suerte.