¿Están los museos de Vigo preparados para un posible ataque de activistas ecologistas?

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

cedida

Los principales centros artísticos de la ciudad no han implementado medidas preventivas ante la posibilidad de que llegue la oleada de ataques a obras de arte de activistas ecologistas

19 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En todo el mundo, de Nueva York a Bali, los museos están siendo el objetivo de activistas del ecologismo que han hallado en el ataque a obras de arte, una forma de decir a quienes tienen capacidad de hacer algo, que si el arte importa, sin medio ambiente, sin planeta, no hay ni arte ni hay nada. Si un cuadro importa, cuidar el mundo para que no se acabe todo es el objetivo.

Cada ciudad tiene sus joyas y aunque en Vigo no está la Mona Lisa, ni Los girasoles, de Van Gogh, la creación artística con menor fama internacional merece el mismo respeto que los tops mundiales de los museos Tras la pregunta: ¿Pero hay algo que salvar?, viene otra: ¿Estamos preparados para un supuesto ataque con un bote de salta de tomate o un pegote de Loctite? Tras un profuso recorrido por cuatro de los principales centros de la red museística municipal, la conclusión es que, más bien, parece que no. Ni en el Marco, Casa das Artes y Museo de Castrelos hay vigilantes de seguridad. Sí lo hay en la Pinacoteca Fernández del Riego, pero en ninguno hay arcos de seguridad y nadie revisa los bolsos ni prohíbe entrar con mochilas o bolsas. El Concello declinó dar explicaciones al respecto.

El Museo de Castrelos es el que alberga la obra de mayor valor, un supuesto boceto de Goya que El Prado pone en duda: Bosquejo para retrato ecuestre de Carlos IV, que se encuentra en una sala de la primera planta del pazo. Si es un Goya auténtico, está sin protección alguna, ni cristal en el marco, ni marcas en el suelo que delimiten simbólicamente la distancia a la que acercarse. Hay que hay profusión de cámaras, pero solo hay un vigilante de sala para todo el enorme edificio flanqueado en su entrada principal por dos armaduras sin soldado dentro de la carcasa metálica. En otra sala de la misma planta, el cuadro de Maratti: La virgen poniendo al niño dormido sobre paja, depósito del Museo del Prado, sí tiene protección de cristal. En la misma estancia, la tabla Virgen con niño y San Juan atribuido a Bartolomeo della Porta se muestra a una distancia recomendable por lo inaccesible, pero debajo de una chimenea en desuso dentro de la que alguien se ha dejado un atizador, objeto de gran utilidad en un museo por si algún vándalo despistado se dejó el martillo o el bote de mermelada en casa.

En las escaleras de acceso a la primera planta, los murales de Lugrís no solo están al alcance de la mano, sino de los pies y las suelas de los zapatos, sin que ninguna barrera lo impida; sin embargo, en la sala donde se guardan los tesoros de la historia de Vigo, el sable del Mariscal Sault está a salvo en una vitrina bajo llave, y también lo está la bandera de la alarma vecinal de la época de la Reconquista; pero los libros de la biblioteca datados hace dos siglos están más a mano que el periódico en cualquier bar. Donde sí se nota una labor más concienzuda en cuanto a seguridad para preservar las colecciones ante cualquier tipo de contingencia, es en el ala de arqueología, con todas las piezas, excepto las estelas, colocadas y bien iluminadas en escaparates acristalados.

En la Casa das Artes, con bajo y tres plantas dedicadas a exposiciones, a la espera de la inminente apertura del Belén Monumental siguen abiertas las colecciones permanentes de la Fundación Laxeiro y la colección Torras. Hay cámaras, pero no en todas las salas. Un vigilante en cada planta, amabilísimos todos, se ocupan de observar e informar al visitante, al que casi se le puede aplicar la denominación en singular porque el goteo de espectadores es menor que la cadencia de los chorrillos de humedad en varias estancias.

El Museo de Arte Contemporáneo de Vigo, instalación moderna que acaba de cumplir 20 años, tampoco tiene vigilantes de seguridad en la zona de acceso principal. Una silla en cada planta llena de galerías radiales, ubica el lugar desde el que supuestos guardas deberían controlar el panorama, pero las sillas están vacías y una única persona se ocupa de esa labor. En el pasado, el Marco sí contaba con un presupuesto que daba para el desempeño de estas funciones que ahora se han relajado, y aunque se ha reducido al mínimo esta figura, se vigilan todas las estancias por circuito cerrado. La instalación museística más nueva en la ciudad es la Pinacoteca Francisco Fernández del Riego. Inaugurada hace once años, es la única que tiene asignado un guardia de seguridad en la zona de recepción, y personal de sala, nuevamente solícito, en cada una de las tres plantas. En la segunda, un joven Fernández del Riego se vigila a sí mismo. Un retrato de los años 40 al inicio del pasillo, observa a un don Paco retratado cuatro años antes de su fallecimiento por Antón Pulido. Lo mismo le pasa a Colmeiro, cuyos autorretratos salpicados por las paredes, se espían a pie de obra.

Ecologistas

El ecologista vigués Antón Lois, coordinador local de la oenegé Amigos da Terra, opina sobre la oleada de asaltos a creaciones artísticas que «para llamar la atención está genial, mi duda es si estratégicamente está bien pensado porque este tipo de ideas despiertan más antipatías que simpatías». El activista de la palabra y la razón cree que los que están ejecutando esas acciones «pierden el foco» de dónde está la responsabilidad. «Yo, desde luego, no lo haría, y los grupos de ecologistas ‘clásicos’ por decirlo así, no hacen este tipo de cosas», asegura. El educador medioambiental argumenta que «los responsables de lo que esta pasando con el clima los tenemos identificados, y no son ni Lugrís ni Leiro ni Colmeiro», remata con humor.