Recetas para el ahorro en la iluminación urbana

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

La reducción, eficiencia y regulación de las luces ayudaría a mejorar el sistema

06 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana conocíamos que iluminar nuestras calles nos va a costar 10 millones anuales. Nuestras aceras no van a padecer pobreza energética, pero quizás podríamos reflexionar sobre ese dineral, lo que implica, y cómo lo podríamos reducir más allá de las luces navideñas. El último dato localizado cifraba en 42.449 puntos de luz (farola arriba, farola abajo) las luminarias urbanas en Vigo aunque la cifra sin duda ha aumentado.

 Según el mapa lumínico de la ciudad, prácticamente todo el centro y buena parte de las zonas con mayor densidad de población de los barrios son zonas lumínicamente saturadas, que se traduce en un exceso de iluminación artificial. En algunas calles del centro invertimos unos 124 vatios equivalentes en iluminar un metro cuadrado de acera. Las losetas brillan como quirófanos y, por cierto, aumentan el efecto albedo de luz reflejada. Esa saturación produce efectos negativos ampliamente documentados por la literatura científica tanto sobre nuestra salud como en la del resto de la flora y fauna, alterando el equilibrio de los ecosistemas, incluyendo el marino.

 Es un despilfarro al que se añade la ineficiencia, pues un tercio de esa luz se envía al espacio exterior incrementando nuestros niveles de récord en contaminación lumínica. La sustitución gradual de lámparas convencionales por LED se ha traducido en un incremento de iluminación sobre lo ya sobreiluminado.

 El tipo de luces elegidas para esta sustitución se compone de luces blancas, las denominadas frías de radiación de espectro azul, las que más se parecen a la radiación solar intensa y, por tanto, engañan a nuestros biorritmos haciéndonos creer que vivimos en un mediodía permanente, siendo las más perjudiciales para la salud y más nocivas para el medio ambiente.

 Realizado el diagnóstico llegaría el tratamiento. En primer lugar deberíamos aplicar una política drástica de reducción. En las zonas lumínicamente saturadas sobran muchos puntos de luz. En segundo lugar, tendríamos que aplicar un criterio de eficiencia en las luminarias urbanas. Solamente un cambio en el diseño de luminarias puede significar una reducción de un 30 % en la contaminación lumínica, teniendo como referencia, algo tan sensato, como que las luces iluminen lo que queremos iluminar y nada más. A veces algo tan simple como mover diez grados el ángulo de inclinación de una luminaria consigue iluminar ambas aceras de una calle, y no dejar una de ellas en penumbra mientras en la de enfrente se iluminan los edificios.

 Otra medida urgente pasa por sustituir las luces blancas por luces cálidas de tonos anaranjados. Con ese sencillo cambio se favorece el descanso, se equilibran nuestros biorritmos, y se reduce la incidencia negativa en nuestra salud de la iluminación nocturna. No existe energía eléctrica más verde que aquella que no se utiliza, por eso ante todo debemos recordar que el interruptor que enciende las luces sirve también para apagarlas. Reducir el período de funcionamiento de las luces es algo que podemos aplicar desde esta misma noche. Algo tan simple acaba de descubrir el Concello para las luces de navidad (olvidando la prioridad: reducir las luces) pero no se le ha ocurrido aplicarlo al resto de iluminación.

 Por último, recordemos que las luces LED tienen la posibilidad de regular su intensidad, de forma que durante las horas centrales de la noche, cuando nadie las necesita en aceras vacías, pueden brillar menos. Todas estas medidas de reducción, ahorro y eficiencia aplicados a la iluminación urbana se traducen en un importante ahorro energético, por tanto económico, y una mejoría de nuestra salud personal y medioambiental. La pregunta pertinente sería. ¿Por qué no se hace?.