Trileros del clima

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

XOAN CARLOS GIL

Nos están haciendo mirar hacia el lado equivocado y no hacia las cosas que se deben cambiar ante esta emergencia

07 mar 2022 . Actualizado a las 23:33 h.

El gran Pedro Feijoo escribía recientemente un muy recomendable artículo en el que, para explicar cómo nos entretuvieron esperando encontrar los restos de la Capilla de la Misericordia en el lugar donde sabían que no estaba (mientras previamente se llevaron por delante el lugar donde sí estaba, en la actual rúa Elduayen), recurría a la metáfora de la bolita del trilero. Tomamos prestada esa metáfora al maestro Pedro Feijoo para explicar cómo algo similar está sucediendo en Vigo con la emergencia climática, al hilo del demoledor diagnóstico que ofrece el último informe del IPCC (panel de expertos en cambio climático). ¿Nos están haciendo mirar hacia el lado equivocado?

 Tras rechazar implementar en Vigo las zonas de bajas emisiones —Abel Caballero decía hace unos años que «todo Vigo ya es una zona de bajas emisiones»— ahora, por imperativo legal, se anuncia el estudio para decretar cuáles serán dichas zonas. Pero la bolita está en un túnel en el epicentro de donde debería estar el tráfico restringido. Otra bolita está en una vía de alta capacidad lacerando el rural de Beade. Y otra bolita está en un túnel para la autovía VG-20 mientras en paralelo existe una autopista infrautilizada.

 Presumimos de carril bici, siendo de las últimas ciudades en implantarlo, para no ver la bolita de una ciudad saturada de coches sin plan alguno de movilidad sostenible más allá de lo que nos obligue la ley. Con el tren nos desvían la atención al AVE y su conexión por Cerdedo para no ver la bolita de que carecemos de una red ferroviaria de cercanías que vertebre el área metropolitana.

 Esta misma semana vivimos la gresca habitual entre Concello y Xunta a cuenta del traslado de un hórreo en Samil, pero la bolita está en la mayor infraestructura que ocupa el espacio que hay que recuperar, el polideportivo de la desembocadura del Lagares, que no solamente no se retira sino que aumenta su estructura añadiendo cubiertas a sus pistas de tenis y en una concesión hostelera renovada. Es cierto que algo hemos recuperado en las concesiones no renovadas aunque el ajardinamiento de las parcelas nada tiene que ver con el ecosistema dunar. Eso y las banderitas azules nos impiden ver que la gran bolita está en un proyecto global que, tras más de una década en un cajón, los 50 metros de retranqueo de todas, sin excepción, las infraestructuras instaladas en Samil que proponían los científicos, y posiblemente se queda corto ante la evolución de la emergencia climática, ahora se plantea reducirlo a la mitad.

 Pedimos trasvases o nuevos embalses para paliar la sequía que viene, como si esa fuera la solución, pero no vemos la bolita en un incremento del 256 % en las tasas fijas del agua quizás para compensar el pago por consumo —implantado también por imperativo legal tras años de promesas— y que desincentiva una vez más su ahorro, además de proyectos de parques acuáticos, baldeos gastando decenas de millones de litros anuales, fuentes ornamentales por doquier o incluso un río artificial en A Miñoca.

 No nos caben en la estantería las escobas de platino que dicen que somos la ciudad más limpia —ni siquiera somos la ciudad que tiene más de esas escobas—, pero la bolita está en nuestros residuos, que siguen creciendo y recorriendo 150 kilómetros para llegar a una incineradora y un vertedero y ni está ni se espera nuestra planta de compostaje.

 El gran juego de prestidigitación ante la emergencia climática pretende convencernos de que con unos pequeños retoques y una manita de pintura verde seguiremos viviendo igual, pero nuestra casa está en llamas y solo unos cambios urgentes, radicales y sin precedentes conseguirán que en el futuro próximo el planeta sea habitable. Se nos está invitando a mirar en la dirección equivocada pero 34.000 informes científicos revisados para el último documento del IPCC nos dicen dónde está realmente la bolita del trilero: en descarbonizar, restaurar ecosistemas y replantear industria, energía y alimentación. Y no hay vasito que tape nuestros vigueses 4 millones de toneladas anuales de CO2.