Paula Garabal Montes también hizo mudanza, pero hacia Moaña. «Mi hija Kaila iba a empezar el colegio y no quería que estuviera rodeada de asfalto, sino que disfrutara de la naturaleza y de un colegio con patio de verdad, con árboles», afirma. Encontró ese lugar del otro lado de la ría y ahora toda su familia disfruta de la parroquia de Meira. «No echo nada de menos Vigo porque voy habitualmente por trabajo, pero también porque, además, estamos a tres minutos del centro de Moaña y aquí hay de todo», sostiene. A sus 42 años, cruza la ría a diario por trabajo, «pero compensa coger el coche si luego puedo vivir en la naturaleza». Paula, autora del libro Se pueden amar los lunes, coordina talleres de crecimiento personal. «El entorno en el que vivo favorece mi bienestar, el de mi familia y el de las personas que asisten a la consulta», defiende. Habla también del impacto social, «porque aquí creamos unas relaciones más cercanas y eso es aún más importante cuando tienes hijos». La perspectiva de Vigo, pero desde el mirador de su casa de Meira, también favorece su capacidad creativa. «Desde aquí veo la ría y la naturaleza, y eso me ayuda a conectarme, meditar y escribir», indica.
Su historia y la de Arancha ejemplifican el fenómeno demográfico. El teletrabajo y el miedo a otro confinamiento han contribuido a que muchos vigueses rompan el cordón umbilical. Muchas segundas residencias pasaron a convertirse en primeras. También influyeron la mejora de las comunicaciones y el desbloqueo de promociones inmobiliarias. Los municipios con costa fueron los más beneficiados por este flujo migratorio, pero los precios y servicios de los municipios que cuentan con grandes polígonos empresariales como Mos, Tui o O Porriño, a escasos kilómetros de Vigo, también crecen.