La profesional que te revela todo lo que puede

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

Laura González está cerca de cumplir 40 años al frente de Magicolor, tienda emblema de un sector en vías de extinción; mientras sus nietos preguntan qué es un carrete, tiene clientes analógicos que siguen «a papel»

04 ene 2022 . Actualizado a las 00:22 h.

Aunque parezca increíble, no hace tanto que hacer fotos no era un acto que sucede decenas de veces cada día de nuestra vida. Era un ritual que ocurría de vez en cuando y requería de cómplices necesarios, en este caso, los profesionales del sector, que se ocupaban de devolver en un sobre, las imágenes enrolladas en un carrete, que habíamos tomado con una cámara sin saber cómo había quedado aquello hasta que se abría el paquete. (Nota para millennials: Se llamaba revelar).

Laura González Aguirre ya sabía del oficio. Tenía una tienda de fotos en su Montevideo natal que había montado junto a su entonces marido. El pontevedrés y ella se conocieron en Uruguay. Ya con dos hijos regresaron a España y continuaron en Vigo el mismo negocio, que llamaron Magicolor. Hace 22 años que lo lleva ella sola. Le queda poco para una jubilación que ve cercana, pero no solo para ella, sino para su profesión en general.

«¡El mundo de la fotografía ha cambiado tanto en tan poco tiempo!», recuerda. «Las tiendas como la mía eran negocios en los que se trabajaba mucho cuando existía el revelado y la venta de carretes y cámaras, además de los continuos requerimientos para hacer reportajes de eventos sociales», reconoce. «Yo soy ahora el dinosaurio de la fotografía. Mis hijos no han seguido este camino. Mejor, porque a pesar de lo que me gusta esto, no le veo futuro. Es una pena», lamenta.

Laura indica que lo fuerte del día a día de los buenos tiempos era, sobre todo, la venta y revelado de carretes. «Los que tenemos una edad hemos tenido que reciclarnos y formarnos continuamente para entrar en una nueva era y tomarla como viene», reconoce la fotógrafa, a la que le encanta el retrato y sigue haciendo reportajes de estudio en el espacio que tiene habilitado para ello en su local. «Ahora los encargos son en soporte digital, fotos de carné hasta que no inventen algo y me temo será pronto, algunos eventos que aún encima el covid se ha cargado, y poco más. Nos complementa el servicio de enmarcaciones y láminas, que envío a empresas que lo hacen porque eso requiere tener instalaciones adecuadas para mantener productos químicos a temperaturas constantes», explica. La dueña de Magicolor tuvo en su día uno de los laboratorios más modernos que salieron en aquella época. Abrió en 1994 en el centro comercial Camelias y contaba con una novedosa máquina híbrida entre digital y analógica. «En 25 minutos tenías las fotos en la mano», cuenta sobre algo que ahora no parece gran cosa olvidando que los carretes tardaban días en su camino de ida y vuelta.

Los álbumes digitales forman parte ahora de su labor cotidiana. «Hacemos la maquetación y se envían para que lo impriman. En eso también ha cambiando mucho el negocio. Va tan rápido todo esto que hasta revoluciones como el cedé o el deuvedé como contenedor de imágenes también se han quedado más que anticuados, completamente obsoletos». La experta ha vivido por experiencia propia cómo la era digital avanzaba mucho más rápido que la planificación de las grandes empresas. Técnicos de gigantes del sector como Kodak hacían cálculos para su transformación a diez años vista y antes de que se dieran cuenta, en tres años habían desaparecido. el monstruo digital se lo comió», lamenta añadiendo que otros fueron más espabilados. «Fuji aguantó el tirón porque creó cámaras digitales, y suministros para impresoras que le permitieron sobrevivir», opina.

Hay un repunte en la demanda tras estos años de locura con millones de fotos digitales hechas con el móvil que luego nadie sabe dónde están. «Me traen selecciones para imprimir, pero tengo clientes desde hace más de 30 años que siguen con cámaras analógicas y no han dejado de revelar», asegura. La fotógrafa cuenta que lo que se ha ganado en seguridad y tranquilidad se ha perdido en magia. «Cuando cubría hace 25 años una boda me llevaba unos diez carretes, sacaba 360 fotos y montaba un álbum de 60 o 70. Hoy en digital haces 1.200 fotos, pero sigues entregando más o menos la misma cantidad, aunque no en papel». A ella le gusta recordar la emoción de elegir la velocidad de los disparos o la elección de la sensibilidad de la película. «Eso se perdió». Como la ilusión de llevar varios carretes a la tienda tras un viaje. «Ahora las que no te gustan, las borras y santas pascuas. Por ese lado hemos ganado mucho», afirma con humor. Los dos nietos de Laura González observan un carrete sin tener ni idea qué son esos tubos que hay en casa de la abuela.

Desde 1983. 

Dónde está. Calle García Barbón, 101. Vigo