Katy llena el nido vacío de aves pintadas a mano

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

La viguesa que se formó como bióloga dio el salto al arte de la decoración de vajillas y piezas de porcelana y loza cuando sus hijos crecieron. Ahora es ella la que escribe a los Reyes Magos: un horno de cocer cerámica

24 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Katy Sánchez (Vigo, 1967) siempre quiso ser bióloga. Le encantaban los animales y la naturaleza, y la idea de dedicarse a esa profesión para la que se formó en la Universidad de Vigo, aunque terminó la carrera en la de Santiago ya que, como recuerda, entonces no había todo el ciclo en su ciudad. Pero el guion de la vida se escribe solo y no siempre sale con los personajes en el orden previsto. En este caso, se adelantaron dos que llegaron en el capítulo después de la licenciatura y la boda, sin dar tregua a otras posibilidades que entregarse a la maternidad y absorbida por las múltiples actividades que conlleva. Rematado el período del cuidado de las crías, estas echaron a volar y ahí halló al fin Katy la oportunidad de reencontrarse con aficiones perdidas.

La viguesa cuenta que su afición a la creación plástica le viene desde la infancia. «Siempre me gustaron las manualidades, pintar cosas en casa, decorar pomos, cajas... todo lo que se hace con las manos se me daba bien, pero nunca me decidí estudiar Bellas Artes. Mi formación en este aspecto no ha sido académica, sino autodidacta y vocacional», advierte.

Hace cuatro años se le presentó la posibilidad. Ojeando una revista en la que aparecía una mujer de Madrid que decoraba vajillas pintadas a mano, se le abrió un mundo. «Fue una casualidad, pero se dio en el momento adecuado. Sus circunstancias eran parecidas a las mías. Ella contaba que podía dedicarse a ello una vez criados sus hijos, los míos acababan de irse y me quedó el nido vacío. Si hubiera sucedido antes, no habría tenido tiempo y ni siquiera le habría prestado atención», opina. Así comenzó a interesarse por aprender a pintar sobre porcelana, pero no encontraba dónde. «En Vigo no había nada y aún hoy, tampoco», lamenta. «Hay de cerámica, pero son técnicas diferentes», matiza. Buscando dónde formarse, encontró un taller en la capital que le dio la oportunidad de iniciarse. «Al principio me salía fatal», reconoce, pero unos meses después pudo volver para unas clases intensivas y después fue mejorando desde casa, con la asistencia telefónica de su maestra junto al clásico método ensayo-error y los ánimos de toda su familia, que la ayudaron a lanzarse tras perfeccionar después sus habilidades para aprender a usar el torno.

Los primeros encargos llegaron también de su entorno cercano, pero no tardó mucho en ampliarse. Hoy puede decir que recibe pedidos de gente que no conoce y está encantada de dedicarse de lleno a pintar vajillas y todo tipo de objetos en loza y porcelana, tarea a la que está entregada desde el 2018 y canaliza a través de su página en Instagram El Taller de Katy (@t_d_k), el boca a boca y mostrando sus obras en algún mercadillo tras el confinamiento. «Empezó como un hobby y se convirtió en un negocio inesperado», afirma la viguesa, que trabaja sola y concentrada todas las tardes en su casa, donde ha montado el taller al que le falta un detalle. Hasta ahora llevaba a cocer las piezas al de la ceramista Emilia Guimeráns, pero por el volumen de trabajo ya necesita horno propio. «Se lo he pedido a los Reyes Magos», confiesa.

Inspiradas en la naturaleza

Si en algo se nota que la biología sigue corriendo pro sus venas es en los motivos con los que decora las piezas que pinta a mano. Aunque admite pedidos (acaba de terminar uno para la Casa Rural Brandariz, en Arzúa), las obras que pinta porque le apetece están llenas de animales marinos, plantas, pájaros y motivos inspirados en el entorno natural. «Parte de todo eso viene de mis libros y de la colección de conchas y de minerales que tengo», cuenta.

Sobre la técnica que se aplica para ilustrar piezas que ya ha sido horneadas previamente, explica que se usa una pintura que se mezcla con polvos con minerales y pigmentos con aceites. «Le llaman también el arte del tercer fuego porque se trabaja sobre una superficie muy resbaladiza que ya ha pasado por ese proceso. Cuando lo llevas de nuevo a cocer a 800 grados de temperatura, es al salir cuando ves verdaderamente cómo cobra vida lo que has hecho. Es un proceso ilusionante que me emociona», reconoce. Del material sobre el que trabaja se surte en Portugal, donde encuentra buena calidad. Y aclara que a pesar de la delicadeza de las obras pintadas a mano, pueden ir al lavavajillas sin problema.