«Cumples 18 años y el sistema te dice que su trabajo contigo ha terminado»

Bibiana Villaverde
bibiana villaverde VIGO / LA VOZ

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Estefanía Rodrigues entró en un centro de protección de menores con tres años y tuvo que superar muchas adversidades para poder estudiar; ahora es educadora de niños en su misma situación

12 nov 2021 . Actualizado a las 01:46 h.

Hay días que, en su puesto de trabajo en la minirresidencia O Seixo, Estefanía Rodrigues (Vigo, 1996) revive su historia personal. Ella fue una niña del sistema de protección de menores desde los tres años, creció sin sus padres y apenas recuerda cómo era tener una familia. Gracias a su sacrificio y «mucha suerte» cursó estudios universitarios. Soñaba con ser educadora social. «Quería dedicarme a algo que tuviera que ver con las personas», pero también como terapia para sí misma.

Sus recuerdos y su historia brotan por momentos en su puesto de trabajo, cuando enfrente hay un niño golpeado por la vida. «A veces no saben explicarse y yo sé decirles lo que les está pasando porque lo he vivido. Es gente que viene bloqueada emocionalmente y ahí tengo un pasito más, puedo explicarles sus crisis y ayudarles». Esta profesional elige bien con qué niños y en qué momentos puede ser beneficioso para ellos. «Lo hago sobre todo con los que tienen 18 años y piensan que no tienen oportunidades y no pueden seguir. Les digo que yo he estado ahí y lo he conseguido. En otros momentos es mejor no decirlo porque puede ser contraproducente».

Ella sabe bien lo que supone crecer en un hogar distinto a los demás, en el que la mayoría de edad supone independizarse de forma obligatoria, dentro de un sistema que no siempre da segundas oportunidades. «Cuando cumples 18 años, el sistema te dice que su trabajo contigo se ha terminado. Hay ciertos recursos como los pisos mentor, pero para mí son un parche porque no se respetan los tiempos. Con 18 años igual tengo aspiraciones, tengo ganas de hacer cosas. No puedo buscarme la vida, porque llevo toda la vida viviendo en un sitio».

«¿Por qué no tengo padres?»

Solo tenía tres años, pero Estefanía Rodrigues recuerda casi a la perfección el día que dos personas la recogieron a ella y a su hermana en la casa de su madre y las trasladaron a la casa de familia Santa Joaquina, en Vigo, donde creció con otros ocho niños entre medidas de protección. «Aunque era muy pequeña, hay cosas que se quedan marcadas. Llegan dos personas y nos dicen que nos vamos a ir, nos meten en un coche y nos vamos al piso porque esa va a ser nuestra nueva casa. Cuando llegamos había tres educadoras esperando». Ahí empezó una nueva vida, atrás quedaron el alcohol y la violencia familiar y un padre y una madre con quienes hubo contacto hasta la adolescencia. «Mi hermana mayor es la única persona de mi familia biológica con la que tengo relación. A veces mi familia lo ha intentando pero he construido otra vida, de otra manera, y no creo que me vayan a aportar nada».

Empezó una etapa feliz, con abrazos y cariño de los educadores pero también con preguntas imposibles de responder. «Cuando empiezas a tener conciencia y ves en el cole a tus amigas, vas a los cumples, ves a sus familias y empiezas a tener una dualidad de sentimientos. Pensaba: ‘‘Qué guay que tiene unos padres que la quieren y se preocupan, ¿por qué yo no?’’. No entiendes muy bien por qué hay niños que tienen familias que los quieren y protegen y los cuidan y tú no; y entras en crisis».

Lo peor llegó con la mayoría de edad. «Cumples 18 años, te vas a la Xunta, te entregan un papel, firmas tu baja y se acabó. A partir de ahí te buscas la vida». Estefanía asegura que es una «afortunada» porque su historia tiene final feliz, «gracias a mis educadoras», pero recuerda como una odisea el último curso de bachillerato y el ingreso en la universidad. «Les dije a mis educadoras que quería ir a la universidad y ellas me consiguieron una prórroga para seguir en el centro hasta que terminé el curso de bachillerato, porque yo cumplo en enero. Esto te genera una ansiedad terrible. La vida que construiste desde los tres años ya no existe, te hacen sentir culpable y responsable de la vida que has tenido, cuando no la has elegido y haces todo lo posible para que sea diferente. Estás todo el rato construyendo una vida». Explica que muchos chicos repiten la historia de sus padres porque, en la mayoría de edad, se acaban refugiando en el entorno familiar.

Pocos becarios recuerdan el día que ellos, o sus padres, tramitaron su beca del Ministerio de Educación. No es el caso de Estefanía. «Tú te pones a cubrir la beca y te preguntan profesión del padre, de la madre, renta de los padres. Tuve que ir a secretaría y explicarle toda mi vida a un señor que no conozco de nada: por qué no tengo esos datos, que sin ese dinero no puedo estudiar... Mis educadores tuvieron que hacerme los papeles y fue tal odisea que se me pasó el plazo. Fue agotador». Para que otros no tengan que pasar por lo mismo, pide becas específicas y un sistema en el que un niño con medidas de protección no se vea obligado a decidir qué hacer con su vida con 16 años. «Se les empuja a formarse antes de los 18 años para que tengan cómo sobrevivir cuando cumplen la mayoría de edad, se le pide a estos niños una madurez extrema».

Hoy, atesora estos recuerdos que, aunque duros, forman parte de su historia y lamenta las lagunas de su vida: «Con 25 años, todavía no tengo claro el motivo concreto por el que me llevaron al centro de menores, ni qué se puso en el informe. No tengo idea de decisiones que se han tomado sobre mí». Por eso pide revisar cómo se trata la realidad de estos niños. «Hay miedo a no hacer más daño, pero no saber es lo que más daño te hace, cuando vas conociendo tu realidad, eso te tranquiliza».

 Su canción favorita

«Valiente y libre», de Funambulista. «Esta canción me ha ayudado en muchas etapas de mi vida. La letra y el estribillo que dice ‘Valiente y libre’, representa la lucha de mi vida, lo que he ido viviendo. En momentos duros, escuchar esta canción me motivaba y me hacía pensar que se puede».