Los juzgados tramitan veinte inhumaciones de beneficencia al año para vigueses que mueren solos

e. v. pita VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

XOAN CARLOS GIL

Los magistrados dedican meses a localizar a posibles familiares del fallecido en el extranjero para que tengan la oportunidad de dar el último adiós

14 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Los juzgados de guardia de Vigo tramitan una veintena de casos al año de personas que mueren solas en su casa y que carecen de familia conocida que se haga cargo de su sepelio. Los magistrados dedican meses a averiguar el paradero de los allegados del finado, que viven generalmente en el extranjero, y, si no aparecen, el Concello hace una inhumación de beneficencia en el cementerio municipal.

El último caso conocido fue el de Eneco Meneses, un autónomo brasileño afincado en Vigo que regentaba un quiosco en Montero Ríos, el cual falleció este verano sin familia conocida. El Juzgado de Instrucción número 1 de Vigo hizo gestiones en Brasil para localizar a allegados que asumiesen las cargas del sepelio o la repatriación del cadáver. Finalmente, el Concello aceptó darle inhumación en el cementerio municipal de Pereiró a cargo de las arcas públicas. En las redes sociales hubo muchas muestras de apoyo para dar un sepelio digno a una persona apreciada y se están reuniendo donaciones para pagar una lápida con su nombre.

A veces, la búsqueda de familiares del fallecido, sobre todo si es extranjero, se convierte en una peripecia que puede durar varios meses. Muchos jueces agotan hasta la última posibilidad antes de inhumar el cadáver, que puede pasar meses en el depósito del instituto forense hasta que es reclamado o se archiva el expediente. Algunos magistrados consideran que su deber es hacer todo lo posible para localizar a la familia antes de dar luz verde a la inhumación de beneficencia. Pero suele ocurrir que los allegados no pueden hacerse cargo del sepelio porque carecen de recursos o no hay suscrito un seguro de defunción.

A veces, el no cumplir todas las exigencias de una determinada religión extranjera lleva a una familia a descartar el entierro por sus ritos ancestrales. Por ejemplo, un repartidor de pizzas tailandés que trabajaba en Vigo murió ahogado hace años y, tras recuperar su cadáver, un juzgado hizo gestiones durante muchos meses para localizar a sus padres en el país asiático. La familia, tras enterarse de la defunción en España, hizo una colecta para reunir el dinero para viajar a Vigo a recoger el cuerpo. Al llegar, se dieron cuenta de que al cadáver, debido al deterioro sufrido en el mar, le faltaban los pies. La familia rechazó hacerse cargo del cuerpo porque su religión prohibía enterrar según sus ritos a aquellos que no estaban completos, pues tenían que ser perfectos para entrar en los cielos. Así que los allegados se volvieron a su país sin el cadáver, que fue inhumado en Vigo en una tumba de la beneficencia.

Otro caso fue el de un caminero búlgaro que murió de forma natural en un polígono industrial de Vigo. Portaba toda la documentación legal que lo podía identificar, como el pasaporte, e incluso el teléfono del jefe de su empresa, el cual no sabía nada de la vida de su empleado. Tras varios meses de gestiones, no había manera humana de contactar con la familia.

Otro caso fue el de un vecino de Alcabre con síndrome de Diógenes que sumaba 3.500 amigos en Facebook pero que murió solo en su casa. Únicamente fueron dos antiguas vecinas a su entierro en una tumba sin nombre y con un número de identificación. Tiempo después, ambas damas, junto a otras dos hermanas, pagaron a tocateja una lápida. 

«¿Cuánta gente muere sola en casa y luego resulta que tenía millones de amigos, que no tenían ni idea de su vida?», se pregunta una magistrada. «Esperar durante meses a arreglar la repatriación, antes de hacer la inhumación municipal, no solo tiene un motivo económico sino también de humanidad o de espiritualidad, de que su familia tenga la oportunidad de darle el último adiós», dice la misma jueza.