«Tener una farmacia ya no es una seguridad»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

Alba Soutelo, reelegida presidente de los farmacéuticos de la provincia de Pontevedra, cree que las boticas deben evolucionar y ejercer como los centros sanitarios que son

19 jul 2021 . Actualizado a las 10:14 h.

Alba Soutelo, de Vigo, es farmacéutica, hija de farmacéutica y con toda probabilidad madre de farmacéuticas -tiene dos hijas estudiando ese grado-. Así que la primera reflexión y pregunta es casi obligada. ¿Si la profesión se hereda es porque ser farmacéutico es algo que va en los genes o porque tener una farmacia es negocio eternamente rentable? Se nota la sonrisa y el suspiro de Alba, que además acaba de ser reelegida como presidenta del Colegio de Farmacéuticos de Pontevedra, al otro lado del teléfono al responder. «Mira, mi madre quería que sus hijos siguiesen con la farmacia porque sabía que eso les garantizaba una seguridad, un trabajo con el que poder vivir toda la vida. Yo seguí con la farmacia y ahora mis hijas están haciendo la misma carrera. ¿Qué quieres que te diga? No tengo la seguridad que tenía mi madre, no las tengo todas conmigo», indica. El mensaje parece pesimista. Pero no lo es. Porque Alba sí cree que su profesión tiene futuro, aunque piensa que le toca evolucionar. Lo resume así: «Ya no podemos vivir de dispensar medicamentos únicamente, las farmacias tienen que ejercer como lo que son, centros sanitarios con todo tipo de servicios relacionados con la salud. La esencia de la farmacia es la salud».

Quizás, Alba Soutelo tiene tan claro hacia qué lugar debe ir la profesión porque tiene muy claro de qué sitio viene. Para ella, la farmacia es su madre, que abrió una botica en un barrio vigués, en la calle Luciano Conde, y se iba andando al almacén a buscar medicamentos si un cliente le pedía algo que no tenía «y luego se lo llevaba ella misma a su casa». Es esa misma madre vendiendo «no lo más caro, sino lo más barato para el cliente sin que eso implicase una mala calidad».

Así, ella se crio con una madre mucha sin vertiente comercial pero sanitaria de los pies a la cabeza. Y un padre que, como pocos hombres en aquella época, trabajaba en una botica donde la mujer (su mujer) era la jefa, aunque no le gustase mucho mandar. Alba, la mayor de los hermanos, hizo caso de los consejos familiares y se plantó en Santiago a estudiar Farmacia. Quizás esto no debería contarlo ahora que tiene hijas universitarias. Pero Alba se ríe y confiesa: «Fui muy buena estudiante de niña, pero al llegar a Santiago... me gustaba mucho salir, así que bueno, fui tirando con los estudios. Pude hacer más». Hizo suficiente para sacar la carrera y para titularse también como óptica.

 Vencer la timidez

Regresó a Vigo y entró a trabajar en la farmacia con su madre, que entonces ya se había trasladado a la calle Camelias. Venía de la universidad con el título bajo el brazo, pero tenía por delante su reto más difícil: «¡Cuánto me costó vencer la timidez para tratar con el público!», cuenta. Con el tiempo, no solo logró disfrutar atendiendo a la clientela, sino que adquirió pasión por el oficio, que siempre combinó con mucho trabajo en la trastienda. «La verdad es que siempre me gustó hacer cosas y en una ocasión desde el colegio pidieron voluntarios para participar en unos grupos de trabajo y me anoté», explica. Comenzó entonces a bregarse en asuntos de farmacovigilancia y, un día, le llamaron para que concurriese en una lista a las elecciones del colegio. Se cerró en banda: «Tenía una niña de dos años, la farmacia... es que no podía», cuenta.

Pero luego se enteró de que, en realidad, sí la habían metido en la candidatura. Y se dejó querer. Ahí comenzó su andadura en el colegio, que fue de menos a más. «Entré en un momento muy apasionante porque se estaba implantando la receta electrónica, que supuso muchísimo trabajo, muchos problemas... y me encargué de todo eso, fue increíble».

Llegó un día, hace ahora once años, que el presidente del colegio de entonces se fue a Madrid. Y Alba dio un paso al frente, presentándose a las elecciones y convirtiéndose en la presidenta del colegio. Dice que desde el inicio se planteó unos retos inasumibles en cuatro años, así que pensó que echaría tres mandatos. En eso estaba hasta hace poco, pensando ya en retirarse el año que viene, aunque le encanta la oportunidad que le da el colegio de trabajar por sus colegas. Pero un recurso presentado por otra candidatura y luego una sentencia que les dio la razón obligaron a repetir los comicios.

Le duele lo ocurrido. Dice que ha sido un golpe tremendo a la imagen de la entidad. Así que decidió presentarse para no marcharse con ese amargor. Y acaba de ser reelegida. Le quedan cuatro años por delante y tiene clara la meta: «Seguiremos trabajando en muchos frentes, para que las farmacias, que en su día evolucionaron muy bien desde la elaboración, cuando se hacían tantas fórmulas magistrales, a la dispensación. Y ahora tienen que llegar a la oferta de servicios, hay que dotarlas de contenidos. Tenemos oficinas con facturas dispares, pero algunas pasan por verdaderos problemas».

Habla de la posibilidad infinita de las farmacias para ayudar en cuestiones de salud pública, desde hacer cribados de covid a realizar pruebas de diabetes o cribados de cáncer de colon. Cuando piensa en el futuro, vuelve al pasado. Y ve a su madre boticaria, que fidelizaba a los clientes no por sus virtudes comerciales, sino por su vocación de servicio.