Existió El Goya. Continúa el Bar Eligio, ya remozado que viene de popularizar Domingo Villar en su «Último barco» a través del inspector Leo Caldas, asiduo a la tasca del tabernero de Gomariz, esa tierra, donde los monjes de San Clodio, de la Orden de San Benito, introdujeron el cultivo de la vid, zona en la que en tiempos aún recientes, el cineasta que tampoco está entre nosotros, José Luis Cuerda, creó su bodega. En pie, Casa Roucos, en la Calle Santa Marta, inmediaciones del Berbés, pegado al convento de San Francisco, del que ya no queda nada del pasado y con certeza ocurrirá con la casa de Comidas, donde se instalara aquel otro matrimonio procedentes del Ribeiro de Avia, inolvidables, él, Sem de Cenlle; ella, Adela de San Amaro. Algunas madrugadas podría estar Alexandro, pintor ourensano o los de comarca del Deza y Lalín, Antón Lamazares o aquellos que tampoco están, Laxeiro, Paco Lareo, Antonio Taboada «Willy», Alfonso Sucasas, mismo el hombre de confianza de José Otero Abeledo, Antonio Costa, amante del dominó. De cuando en vez, uno de los grandes de Carballo, que se asentara en la ciudad olívica, Xosé Guillermo, de quien se puede contemplar algún retrato, realizado en una de las noches de inspiración, en el rincón bohemio, al dueño del local. Otrora no faltaba, Conde Corbal y Lemos, este último sigue entrando igual que los ourensanos, el de Amoeiro, Antón Pulido y el inseparable editor, Bieito Ledo, nacido en Padroso de Xunqueira de Ambía, uno y otro, Vigueses Distinguidos, el primero en la búsqueda de las filloas o a veces el escritor Méndez Ferrín. En las paredes se puede leer algún poema escrito por Bernardino Graña, escrito otrora, inspirado en el ambiente tabernario.
Músicos y artistas de fama que llegaban desde la capital de España, para subir al escenario en el Nova Olimpia, guiados por Gerardo Rodríguez, cliente de la taberna y días recientes al anochecer, se podían escuchar voces femeninas, inspiradas en la soledad, la nostalgia y los balanceos de los barcos sobre el agua, el fado.