El reloj del Santa Irene, parado y mudo

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Óscar Vázquez

Por primera vez en 20 años, nadie subirá a dar las campanadas de Fin de Año ni la maquinaria recibirá su único mantenimiento anual

01 ene 2021 . Actualizado a las 11:11 h.

El relojero Gerardo Alonso podrá este año comerse las uvas en casa, pero no tan tranquilo, porque si por él fuera, estaría supervisando las campanadas viguesas. Y a pesar de que ya le cuesta, subiría encantado los 125 escalones que hay que salvar para llegar a la torre donde se aloja el único reloj que se usa en Vigo para celebrar con las doce últimas campanadas, los mismos segundos que separan un año de otro.

Al mítico aparato que corona el IES Santa Irene marcando las horas, nadie le presta atención excepto el último día del año. Pero este 2020, raro en todo, también lo será en esto. No sonará esa docena de tímbricos sonidos, ni los cuartos previos ni estarán iluminadas sus esferas. Mudo, ciego y paralizado. Pero no toda la culpa se le puede echar al coronavirus. Como recuerda Alonso, que llevaba lo que va de siglo XXI subido a ese campanario durante las últimas horas del último día del año, se debe además a que el instituto está en obras. «Llamé al instituto para saber qué pasaba en esta ocasión y me confirmaron que esta vez no había posibilidad de usarlo», asegura señalando el aparato que se ha quedado clavado en las 19.30 hasta que alguien lo rescate de esa eternidad forzada por falta de vigilancia de su corazón.

Alonso, preparando la maquinaria el año pasado, el 31 de diciembre del 2019
Alonso, preparando la maquinaria el año pasado, el 31 de diciembre del 2019 XOAN CARLOS GIL

Porque más allá de las restricciones de la pandemia, que impiden fiesta o aglomeración alguna en la plaza de América, hay una razón que sigue siendo la misma de siempre: «Está en muy malas condiciones y requeriría de un mantenimiento periódico. A mí me llaman para dejarlo a punto para las campanadas, pero ahí se queda el resto del año, sin que nadie se ocupe de él. Eso no es suficiente, está oxidado y deteriorado, y además tenía una esfera rota y este año, otra más. Es una pena porque es un patrimonio de todos los vigueses que merece la pena cuidar. Poco cariño se ve», advierte.

Un emblema local

El artesano fue el encargado de la última reparación a fondo que se hizo del aparato, pero de eso han pasado ya 26 años. Alonso explica que él se ofreció a llevar ese mantenimiento «por un precio muy económico. Nadie lo haría por tan poco, por el dinero no compensa, lo que pasa es que yo le tengo mucho cariño a esa máquina y estoy dispuesto a hacerlo por lo mínimo», asegura.

Gerardo Alonso, relojero que lleva el mantenimiento del reloj del Instituto Santa Irene, en la torre preparándolo el año pasado, el 31 de diciembre del 2019
Gerardo Alonso, relojero que lleva el mantenimiento del reloj del Instituto Santa Irene, en la torre preparándolo el año pasado, el 31 de diciembre del 2019 XOAN CARLOS GIL

El profesional no ha recibido respuesta a pesar de las veces que lo ha repetido. «También pasé un presupuesto al Concello y una petición para entrevistarme con quien corresponda para explicarle la situación, pero tampoco me han contestado nunca», lamenta añadiendo que aunque sabe que el inmueble que alberga el centro de educación secundaria lo gestiona la Xunta de Galicia, piensa que el reloj «es un emblema vigués del que Vigo no debería negarse a hacerse cargo porque es un pequeño tesoro que tenemos y hay que cuidar».

La propia página web de Turismo del Concello de Vigo dice sobre él que: «El edificio del Instituto Santa Irene, obra del arquitecto Antonio Cominges Tapias, es realmente hermoso, con su planta en forma de E para facilitar la entrada de luz y su fachada ecléctica, con toda la ornamentación concentrada en el cuerpo central. Lo más llamativo es, sin duda, la torre del reloj, y también la cantería, hecha sobre granito blanco de Ulló (Arcade). El reloj del Santa Irene marca las campanadas de una forma muy especial frente a la enorme Praza de América, que se convierte en nuestra pequeña Puerta del Sol».