Las lecciones ambientales que deja la crisis del coronavirus

Antón Lois AMIGOS DA TERRA

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

El covid-19 ataca al sistema respiratorio y en las ciudades contaminadas hace más daño

12 may 2020 . Actualizado a las 02:01 h.

Hoy queremos señalar algunas lecciones aprendidas en esta situación excepcional que nos podrían servir para eso, para aprender de cara al futuro.

Parecía razonable pensar que una enfermedad que ataca con especial virulencia el sistema respiratorio tenía el terreno más abonado si cabe para afectar a las personas que viven en lugares con mayor contaminación atmosférica. La evidencia científica confirma esta relación y ya se están publicando estudios clínicos a decenas. Si ya era mala idea cortar árboles en las ciudades el virus nos muestra otro indicador añadido a esa relación entre arbolado urbano y salud. Por eso, resulta descorazonador ver esta semana cómo la tala de árboles, incluso con una simple justificación estética (como en O Castro) se sigue considerando una actividad esencial en Vigo. Quizás tras semanas de confinamiento nos gustaría más, ya que hablamos de un criterio estético, ver árboles antes que murallas iluminadas.

Y con una relación directa nos encontraremos con el reto de la movilidad. Estar en el grupo de cola de las ciudades que se acordaron de la bicicleta como medio de transporte nos pone en desventaja para esa nueva movilidad sostenible que recomiendan la Unión Europea y el propio Ministerio para la Transición Ecológica. No hacía falta el virus para darse cuenta, pero en Vigo no lo hicimos a pesar de más de una década levantando calles por las que ahora tenemos que meter con calzador el carril bici por no haberlo previsto ni integrado en su día.

Pero el carril bici es solo una parte. Esta recién bautizada como «nueva normalidad», que no deja de ser un oxímoron, implicará necesariamente reformular y reorganizar todo el espacio público urbano. Como en muchos ayuntamientos se están dando cuenta (mejor tarde que nunca), simplemente ni podemos ni debemos volver a circular todos en coche, no solo por falta de espacio físico sino por simple cuestión de salud. El coche enferma a la ciudad y una ciudad enferma se traduce en una ciudadanía más vulnerable a las enfermedades. Y su impacto climático sigue siendo el reto pendiente especialmente en Vigo que, solo por el tráfico, produce 600.000 toneladas anuales de CO2.

Y eso incluye lamentar la pérdida de bulevares arbolados para caminar, como en Gran Vía. Carece de sentido que las autoridades sanitarias recomienden, especialmente a las personas mayores, la necesidad de caminar (ya lo hacían antes del confinamiento, no lo olvidemos) mientras simultáneamente llenamos la ciudad de rampas mecánicas para invitarles a que no caminen.

Peatonalizar el espacio urbano no era tan complicado. Seguramente sin pretenderlo el Concello de Vigo acaba de descubrir que para liberar de coches el centro de las ciudades y las calles céntricas de muchos barrios se puede optar por esconderlos bajo túneles, con lo que implica de años de obras y gasto multimillonario y que, al final, al contrario de lo que se pretende, solo incentiva más coches circulando escondidos bajo la alfombra, o bien un sistema mucho más fácil, de aplicación inmediata y sobre todo gratis: cerrar calles al tráfico.

De golpe, lo que parecía imposible, dar prioridad a los peatones en más de 34 calles de la ciudad resulta que era la cosa más sencilla. No hacen falta 30 túneles. Esta medida propuesta de momento para los fines de semana bien podría estudiarse como criterio general en un buen número de calles. Así se hizo hace años en la plaza de la Independencia y en O Calvario y pasó de provisional a definitiva. Podríamos preguntar hoy a sus vecinos y comerciantes, especialmente a los que se opusieron en su día a la medida, si su calidad de vida ha mejorado.

Todo esto y mucho más lleva implícito definir el modelo de ciudad en la que queremos vivir y planificarla a largo plazo. Al menos en esto Vigo tiene una oportunidad y una ventaja comparativa. Por dos motivos indeseables, una sentencia judicial y una pandemia, nos encontramos sin PXOM -apenas con un borrador unilateral sin participación alguna y recientemente devuelto-. ¿Qué tal si entre todos y todas, horizontal y participativamente, decidiéramos la ciudad en la que queremos vivir?