La contaminación de las fuentes públicas dejó en Vigo casi mil muertos en un verano dramático
16 abr 2020 . Actualizado a las 00:55 h.La gripe de 1918 dejó en Vigo unos 600 muertos. Y queda en el recuerdo como una de las peores plagas que haya vivido la ciudad, junto a la peste negra en la Edad Media y el cólera morbo asiático, que llegó a este puerto en 1833 y provocó miles de víctimas en el siglo XIX. Sin embargo, pocos recuerdan otra calamidad sanitaria de dimensiones apocalípticas, pero que nunca tuvo la fama de otras epidemias más mediáticas. Fue el brote de fiebres tifoideas del verano de 1914, que dejó casi mil muertos y una devastación enorme en la urbe olívica.
Hablamos de fiebres tifoideas y no propiamente de tifus, aunque popularmente se usen a veces los dos términos. El que arrasó Vigo aquel infausto verano es el transmitido por variedades de la bacteria Salmonella que contamina aguas y alimentos. No es lo mismo que el tifus clásico, provocado por la bacteria Rickettsia, cuyo vector es el piojo. Esta última dolencia se transmite por estos parásitos, que pueden llevar la bacteria en las microscópicas heces que dejan en nuestra piel mientras se pasean entre nuestros capilares.
Este tifus con todas sus letras fue compañero de los soldados en muchas guerras. Por ejemplo, diezmó a las tropas de Napoleón cuando se enfrentaron en Rusia al General Invierno. Y fue muy grave hasta que, en el período entre las dos guerras mundiales, el médico polaco Rudolf Weigl desarrolló una vacuna. Por cierto, para conseguirla tuvo que introducir bacterias Ricketssia con una aguja capilar por el ano de los piojos, uno a uno, para que las cultivasen en su tracto digestivo. ¡Para que no valoremos el trabajo de los científicos! Aún hoy se considera una gran injusticia que no recibiese el premio Nobel como premio a tanto esfuerzo.
Pero el tifus que asoló Vigo en 1914 era el otro: las fiebres tifoideas, que suelen transmitirse por la contaminación de las fuentes públicas. Las variedades de Salmonella que lo provocan infectan al paciente, que las disemina por las heces y, finalmente, en condiciones de escasa higiene, se propagan entre la población, sobre todo si llegan a los manantiales.
Ese mismo año, en Barcelona, un brote de fiebres tifoideas dejó allí 25.000 enfermos y algo más de 2.000 fallecidos. Y aún hoy se recuerda como una de las más terribles epidemias de la Ciudad Condal. Pero aquellas cifras no resisten la comparación con lo que vivió Vigo, donde ese año murieron por el brote 994 vecinos. Es cierto que el dato es la mitad. Pero Barcelona tenía entonces más de 600.000 habitantes. Y Vigo, 45.000. Porcentualmente, falleció aquí más del 2% de la población.
Fue gracias al Laboratorio Municipal, el primero de Galicia y uno de los pioneros en España, que se pudo contener aquel brote. Así, se hicieron análisis de las doce fuentes públicas que había en el casco urbano, según el censo de 1908. Y, aunque había una Sociedad Anónima de Abastecimiento de Aguas, que llevaba la modernidad del grifo y el fregadero a los hogares más pudientes del centro de la ciudad, la mayoría de los vigueses seguía acudiendo a coger agua cada día a manantiales como A Baroca o a Fonte do Galo. Y muchas de ellos estaban contaminados.
Ya en 1910, el director del Laboratorio Municipal había advertido de las malas condiciones del agua viguesa «por la presencia de colibacilos». Pero fue en el verano de 1914 cuando se desató la epidemia. Y la investigación detectó que incluso el suministro que servía la compañía de aguas estaba también infectado porque se nutría de los mismos manantiales.
En los diarios de la época, junto al parte diario de muertos durante los meses de julio y agosto de 1914, aparecían las recomendaciones del Laboratorio Municipal. Entre ellas, consumir el agua y la leche hervidas. Y evitar tomar fruta. Además se señaló el origen del brote: en las leiras que rodeaban la ciudad se abonaban los cultivos con heces recogidas de los vecinos de Vigo, muchas de ellas contaminadas. Así la plaga se alimentaba a sí misma.
Cada día de aquel verano se hicieron análisis microbianos de las aguas. Y se acometió un esfuerzo de desinfección enorme. Basta decir que en los diez días que van del 13 al 22 de julio de 1914, el Laboratorio Municipal desinfectó 194 viviendas de la ciudad.
Llegado septiembre, el brote de fiebres tifoideas remitió, tras cobrarse la vida de 994 vigueses en poco más de dos meses. En los veranos sucesivos, comenzaron análisis exhaustivos del agua de las fuentes públicas y el servicio tuvo por fin garantías sanitarias cuando fue municipalizado el abastecimiento en 1925.
Pero aquel brote de fiebres tifoideas pasó al olvido tras su enorme devastación. Nunca tuvo el prestigio de su majestad la Gripe Española de 1918. Pero dejó más víctimas en la ciudad con aquella plaga que llegó por el agua.