Seis especies de murciélagos en Vigo

VIGO CIUDAD

Antón Lois

El animal que se cree ha dado origen a la pandemia del coronavirus está en peligro de extinción en la ciudad

15 mar 2020 . Actualizado a las 11:20 h.

Pues cuando todo es coronavirus permitan que, además de apelar a la sensatez, recordemos el presunto origen de este problema, como todo pendiente de confirmación científica que lo ratifique sin dudas: la sopa de murciélago. La cosa resulta pertinente porque a las puertas de la primavera ya podemos ver morcegos volando por la ciudad.

Cierto es que nuestros vecinos y primos de Batman no están incorporados al insondable catálogo de cosas que nos comemos en nuestras latitudes, algunas de ellas no precisamente agradables de ver, que no de saborear («comimos cosas que harían vomitar a una cabra», que diría John Rambo).

La cuestión estética siempre es relativa, recuerden el chiste de la rata paseando del brazo de un morcego y otra rata le dice… que feo es tu novio… sí, pero es piloto. Pero que aquí no los comamos no significa que carezcan de amenazas.

Las seis especies diferentes que habitan el área periurbana de Vigo, pero muy especialmente el morcego común (Pipistrellus pipistrellus para los íntimos), el más pequeñín y el que mejor se adaptó, qué remedio, a vivir en el casco urbano están en un dramático proceso de extinción. Por una parte, los insecticidas están diezmando sus poblaciones, paradójicamente uno la de los más eficientes insecticidas naturales que pueden llegar a consumir 500 insectos en una sola noche. Por otra parte, está perdiendo sus hábitats. A ningún arquitecto se le ocurre pensar en ellos cuando se diseñan los nuevos edificios, absolutamente cerrados sin un mínimo hueco que les permita establecerse, a diferencia de las construcciones tradicionales.

No van a correr mejor suerte nuestros morcegos urbanos cuando se «limpie e ilumine» la muralla de O Castro. Que se trate de especies protegidas, lo que incluye la conservación de sus hábitats, es algo que importa muy poco específicamente a las administraciones responsables de su conservación que, como suele suceder, nunca se multarán a si mismas por incumplir sus obligaciones.

Contra los mosquitos

Entretanto todavía podemos disfrutar de su nervioso vuelo crepuscular, incluso en pleno centro de la ciudad a poco que nos alejemos, algo complicado en Vigo, de las zonas con luz más intensa. Y por supuesto recordemos que no, que nuestros primos no se alimentan de sangre, todo lo contrario, son especialistas en eliminar a los auténticos chupasangres que son los mosquitos.

Para hacernos una idea del prodigio natural que representa un simple morcego imaginen un bichito, de tamaño y peso inferior al de un gorrión, volando en la oscuridad orientándose gracias a los sonidos que emite y recibe.

Esos sonidos tienen que indicarle muchas cosas: que no existe ningún obstáculo en su trayectoria, que de existir algún obstáculo puede atravesarlo sin dañar sus delicadas alas, identificar algún insecto y maniobrar para conseguir capturarlo. Por poner un ejemplo: cuando un morcego vuela hacia un árbol (cosa cada vez más complicado en Vigo) no es que vea ese árbol por el eco de los sonidos. Lo que identifica es todas y cada una de las ramas, de las hojas y de todo lo que tenga delante y detrás. Y todo esto a razón de 50 veces por segundo.

Muchas veces hemos leído que nuestros modernos sistemas de radar que nos ayudan en la navegación aérea son «como los que utilizan los murciélagos». Es un ejemplo de la arrogancia de nuestra especie. No existe un radar electrónico que llegue, ni de lejos, a compararse a este sistema de ecolocalización que utiliza un bichito cuyo cerebro apenas supera los diez gramos de peso. Ya nos gustaría con toda nuestra capacidad tecnológica conseguir tener algo que ni siquiera se aproximara a esa perfección. Decíamos que, pendientes de la confirmación científica, no son los morcegos los responsables del coronavirus sino, en todo caso, lo que nuestra especie hace con ellos. Sopa, por ejemplo.

No es una mala excusa para reflexionar sobre la forma irracional en la que nos estamos comiendo el mundo.