La Elsa que derrite las manos heladas de Vigo

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vazquez

La reina de las castañas batió su récord el año pasado vendiendo 7 toneladas en 3 meses. Tiene 80 años y lleva 32 como proveedora oficiosa en la calle del Príncipe tras su tatarabuela, su abuela y su madre

19 ene 2020 . Actualizado a las 01:14 h.

Si este año la calle de O Progreso de Vigo tiene princesa y se llama Elsa de Arandelle, la reina castañera de la calle del Príncipe desde hace 32 se llama Elsa Ramos Touriño. Y al contrario que el personaje de Disney, ella contribuye a que las manos de los transeúntes estén menos heladas cuando deposita en sus manos las castañas calientes que asa por arte de magia (o por las propiedades de la combustión que se mezclan en su parrilla). Su barbacoa es un icono del rincón de la calle en la que se instala cada otoño desde 1987, siguiendo una tradición familiar que comenzó su bisabuela Teresa a principios del siglo XX. A ella la relevó su abuela, Pilar, y después estuvo su madre, Manuela, «pero poco tiempo, porque emigró a Argentina», recuerda Elsa, que, de hecho, nació cerca de Buenos Aires.

Suele llegar en torno al 10 de octubre y quedarse hasta la primera o segunda semana de enero, según vaya la temporada. Esta vez recogerá los bártulos el día 12 -tras casi tres meses nefastos climatológicamente hablando- para poner rumbo al sol de las islas Canarias, donde vive una de sus cuatro hijos.

La castañera está situada en uno de los mejores espacios de la ciudad, ya que en número de viandantes que pasan por delante de su puesto, es difícil que le supere ninguno. Muchos lo desean (este año el Concello aprobó 18 solicitudes) y alguno intentó arrebatárselo algún año, pero ya nadie se lo va a quitar porque se lo ha ganado a base de tesón. «No presumo de ser mejor que otros, pero lo que sí garantizo es que siempre ofrezco lo mejor que hay en el mercado. De nada me vale vender castañas malas si no van a volver a por más», justifica.

Quién se las trae y de dónde es una información que prefiere reservarse. Lo resume en que su proveedor las consigue en Galicia y le proporciona material de calidad y los sacos que necesita con eficacia.

Este año Elsa está enfadada con la meteorología adversa que le ha chafado bastante el negocio con temporales bautizados con su nombre y el de su hijo, Fabián. «El año pasado vendí siete toneladas. Ese es mi récord. Ahora nos estamos recuperando del mal tiempo y aunque va bien la cosa, no creo que llegue a tanto», lamenta.

A pesar de que el ambiente en su esquinita pegada al banco es más diverso que nunca por la cantidad de turistas que visitan Vigo, ella sigue pensando en sus conciudadanos como su mayor tesoro: «A mí es la gente de Vigo la que me ha dado de comer durante años», afirma. «Y muchos no quieren otras castañas que no sean las mías». Entre esos muchos está el alcalde, Abel Caballero, y su mujer, Cristina. «Pasan por aquí casi a diario y siempre me compran un cucurucho de 5 euros». Elsa está muy agradecida por el trato que le dispensan en el Concello, donde hasta le guardan los periódicos que luego ella va a recoger y recicla como cucuruchos, envoltorios de noticias (un día calentitas, hoy resesas), que mantienen a la perfección la temperatura de las castañas. De todas formas, la vendedora indica que siempre tuvo buena sintonía con los mandatarios municipales, «desde Soto hasta el actual», puntualiza.

Además del producto, su otra aliada para el negocio que la ocupa durante un trimestre, donde trabaja a pleno rendimiento, es la locomotora de tren que usa para asar castañas. Es una joya que ya tenía mi abuela y la hemos restaurado varias veces. Ahora necesita otros arreglillos y a mí me gustaría sustituir una parte que tiene de hierro, por aluminio, que pesa menos», argumenta. La máquina duerme desde hace años en el párking de O Progreso, y ella paga como si fuera un coche. «Pero yo en la calle no la dejo. Una maravilla así no puede estar a la intemperie como quedan otras», compara.

A Elsa la acompaña estos días una ayudanta, María del Mar, y no hay relevo generacional una vez la mujer decida que se acabó lo que se daba. «Mi hijo mayor estudió Antropología y trabaja como capitán de barco en Salvamento Marítimo; otro es camionero; otro, repartidor; y la chica, fisioterapeuta», cuenta. «Tengo a quién dejarle el puesto cuando me retire, pero no a ellos», aclara añadiendo que cuando se vaya, no quiere ningún monumento: «Lo que me quieran dar, que sea en vida, que yo me entere y lo disfrute», razona.

Dónde está. En la confluencia de Urzaiz con Colón y la calle del Príncipe.