La estación y el casco viejo dos caras de Monforte a comienzos del siglo XX

felipe aira MONFORTE / LA VOZ

VIGO CIUDAD

MONFORTE EN IMAXES

En el año 1902 se despachaban en taquilla más de 50.000 billetes y el tren tiraba del barrio ferroviario

10 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Corría el año 1903 y trascendían los datos sobre el número de billetes de viajeros expedidos en la estación de ferrocarril el año anterior. Las cifras resultaban significativas: 55.000 billetes despachados. De esto, hace 120 años. Entre estos miles de viajeros, algunos dejaron escritas crónicas que hoy resultan reveladoras. Transcribimos una de 1903 que llama la atención sobre el contraste entre la importancia de la estación de Monforte y los servicios que se encontraba allí el viajero. «Esta estación, la más importante de la región gallega, es donde enlaza la línea de Vigo y Orense, considerada de primer orden, deja mucho que desear y no reúne las condiciones que su importancia requiere», dice el autor.

«Allí todo es pequeño -prosigue su relato-, muy sucio, todas las dependencias son más propias de una estación de tercera de un país inculto e incivil que de un país civilizado; el salón de espera de primera y segunda, es un insulto a los pasajeros de estas clases, que pagan para que se les trate con más consideración. Respecto a su espacio, es tan reducido y falto de luz que, a pesar del frío intenso que en la estación de invierno se sufre allí, los viajeros prefieren quedarse fuera a permanecer en aquella oscura y sucia estancia, cuyo calorífero averiado no se enciende en todo el año».

Pero no todos los viajeros de comienzos del pasado siglo se llevaban una impresión tan mala de su paso por la estación de ferrocarril de Monforte. Más positiva es la crónica que un asiduo usuario coruñés del ferrocarril del Noroeste escribe y publica en septiembre del año 1908. Describe el andén de la estación como el mayor de Galicia y se detiene en, el ambiente de los numerosos y variopintos viajeros que diariamente formaban parte de la vida de la estación ferroviaria monfortina. «Este pueblo, que bastantes de nuestros lectores, habrán visto desde el tren, pero que quizás no hayan visitado muchos centenares de coruñeses, está dividido en dos hemistiquios, como los versos alejandrinos: la estación y la villa histórica. En torno de la estación todo es moderno, alegre y bien urbanizado: da la impresión de una buena ciudad de nueva planta construida con todas las de la ley», escribe.

Población flotante

La crónica no se circunscribe, sin embargo, a su paso por la estación del ferrocarril: « Siendo histórico, y mucho, tiene sin embargo el Monforte viejo tiene dos o tres cosas nuevas sumamente apreciables; la calle del Comercio, la del Cardenal, el puente de hierro, la empanada de papuxas y las tortas dulces. Y tiene además una población flotante de lo más original; una verdadera nube de gitanos, gitanas y gitanillos que piden, canturrean, dicen la buena ventura y ejercen los demás actos de jurisdicción voluntaria a la que es tan aficionada la gitanería».

Segadores, curiosos viajeros de Vigo y una decepción en San Vicente

El cronista coruñés describe curiosas estampas del ambiente de la estación de ferrocarril a comienzos del pasado siglo. «Hasta la hora del mediodía lo pueblan centenares de segadores y emigrantes que, democráticamente sentados o acostados en el santo suelo y revueltos con colchonetas, baúles tornasolados, sillas de lona y fardos de todas clases, esperan filosofando la llegada del tren que los ha de conducir a la estepa castellana o al sollado del trasatlántico». A partir del mediodía, el ambiente se transformaba por completo: «Casi al mismo tiempo llegan el correo de La Coruña, el de Madrid, y el de Vigo, y de repente se encuentra uno trasladado a la acera de Gobernación; toda la gente conocida se ha reunido en aquel sitio, y en la media hora que dan para reparar el estómago tiene aquel pintoresco andén la animación de cualquier gran urbe».

El autor de la crónica ironiza, quizás por ser coruñés, sobre la vestimenta de los viajeros procedentes de Vigo. De esta ciudad llegan -relata- «un considerable contingente de viajeros fantásticos ataviados de alpinistas como si fuesen a escalar el Mont Blanc, aun cuando realmente tratan tan solo de ganar Astorga para tomar chocolate con mantecadas o de ir a Madrid para recomendar el asunto de las admisiones temporales».

Casas y chozas adosadas

El viajero elogia, de su estancia en Monforte, los tesoros artísticos y la belleza de la huerta del Colegio de la Compañía. No pierde ocasión de ascender a la antigua fortaleza, pero no esconde su decepción por lo que allí encuentra. «¡Valiente desengaño! Menos mal que en tales alturas hay un buen monasterio y la iglesia parroquial de San Vicente del Pino, cosas muy bellas y que vemos gracias a la amabilidad del señor cura. El castillo ya casi no tiene que ver. En todo el cerro, desde la falda, hay vestigios de antiguas fortificaciones, pero adosadas a ellas se han edificado casas y chozas, y el efecto se ha perdido. Arriba, en la plaza de honor, al pie de la inmensa torre, que se conserva impávida, hay acampada una tribu de húngaros, gitanos o lo que sea. Veníamos a ver la Edad Media y nos encontramos con el último cuadro de Alma de Dios. Entonemos el canta, vagabundo, ese plagio chirle que tanto gusta al público, y vámonos abajo, que hace hambre, y además esta temperatura no es para seres humanos», concluye.