Por unas fiestas sin impacto ambiental

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

M. MORALEJO

15 jul 2019 . Actualizado a las 09:20 h.

Pues empieza la temporada de fiestas y festivales y hoy vamos a hacer muchos amigos porque la idea es presentarles un balance crítico del impacto ambiental de las fiestas y como algún ejemplo de caso necesitamos recurrimos a la que seguramente marca el inicio, el reciente San Xoán en Vigo. Empecemos por las famosas hogueras. Siendo muy prudentes podríamos equiparar las emisiones de CO2 acumuladas con un incendio de mediana intensidad, que vienen siendo 400 toneladas de gases de invernadero a las que se añaden todo el conjunto heterogéneo de los demás compuestos químicos posibles, pues ya sabemos que en las hogueras se aprovecha para quemar todo lo imaginable. Es un cálculo muy conservador, pues la cifra real sin duda sería mucho mayor porque no nos referimos solo a las 25 hogueras autorizadas oficialmente sino a las reales. La noche en cuestión solo necesitábamos asomarnos a algún lugar con perspectiva para contar el número de puntitos luminosos y comprobar que, como poco, se duplicaba la cifra oficial, para empezar en Samil, donde un año más aumenta la tradición de ir a hacer hogueras simultáneamente al recordatorio municipal de su prohibición. Pero además del absurdo de pretender prohibir (inútilmente en la práctica) en lugar de educar el efecto de las hogueras en la playa incorpora un impacto ambiental añadido derivado de las cenizas, que aportan una enorme fertilización a un ecosistema que precisamente necesita todo lo contrario. Ese aporte extra de nutrientes altera el equilibrio de ese ecosistema tan frágil. Bien es cierto que contextualizado en el caso de Samil este impacto es relativo porque la biodiversidad natural hace tiempo que emigró de allí en busca de mejor destino para su supervivencia. Siendo importantes sus efectos negativos ojalá estos restos orgánicos fueran los únicos residuos que nos deja la noche festiva: 54 toneladas de basura según el dato oficial es un balance a tener en cuenta y es otro indicador añadido de la necesidad de la educación ambiental, prima hermana en el fondo del civismo. Otro problema son las famosas abluciones con las siete hierbas, cada vez más frecuentes a la venta en los mercados de la ciudad y no digamos las expediciones de captura silvestre. ¿De verdad necesitamos que alguna de dichas especies (y a alguna le falta poco) se declaren en peligro de extinción? Pero en caso de persistir en la idea de preparar la versión enxebre de la «poción multijugos» siempre podemos recurrir al uso de alternativas a las siete plantas, como por ejemplo acacia, eucalipto, hierba de la Pampa, Tradescantia, margarita africana, hierba carmín y uña de gato. A efectos homeopáticos y mágicos, valga la redundancia, tienen la misma eficacia que las especies tradicionales, ninguna, pero el impacto ambiental de cortarlas es considerablemente menor, e incluso se agradece y por cierto: nuestras hierbas alternativas quedarían igual de vistosas en las múltiples alfombras del corpus que se celebran urbi et orbi en fechas coincidentes. Decorativa y cromáticamente estas alfombras florales quedan igual de bonitas utilizando especies que impliquen un menor impacto ambiental. ¿Qué tal si lo tenemos en cuenta el próximo año? Esta invitación a la reflexión y la mesura (que no a la prohibición) tiene un fundamento sencillo: nuestro planeta a nivel global y local ya no está para muchas fiestas que impliquen un aumento de contaminación y una pérdida de biodiversidad. Pero como decíamos ya estamos en plena temporada y no hay sitio sin su correspondiente fiesta. La pregunta pertinente sería ¿se pueden hacer estas fiestas, con la misma diversión, pero reduciendo su impacto ambiental? El Concello de Nigrán acaba de dar ejemplo de que es posible disfrutar y simultáneamente que el planeta tenga la fiesta en paz. Solo se trata de dar el primer paso: tomar conciencia del problema y querer solucionarlo. Si conseguimos dar ese primer paso el resto será más fácil.