El «Marisquiño» de hace un siglo

La Voz

VIGO CIUDAD

Archivo Pacheco

No es la primera vez que en Vigo se hunde un muelle: en 1915 hubo un accidente del que se culpó a la marea roja

10 dic 2018 . Actualizado a las 11:46 h.

La foto de Pacheco tiene más de cien años, pero podría parecer de este verano. Esos maderos, esos hierros retorcidos y ese muelle que se vino abajo recuerdan a la imagen del accidente de O Marisquiño. Las dos instantáneas están tomadas a mediados de agosto, una el día 12 del 2018 y la otra, el día 11, pero de 1915. Y ambas están localizadas a escasos metros.

Por fortuna, en el Marisquiño de hace un siglo no hubo víctimas. Aunque también fue difícil encontrar responsables. Intentando desviar la atención sobre el desastre de los ingenieros que diseñaron el muelle de comienzos del siglo XX, se llegó a culpar a las mareas rojas, que supuestamente habían corroído los cimientos.

M.MORALEJO

El tiempo y la ciencia demostraron que no: que aquello simplemente había sido una chapuza de ingeniería de principio a fin. Ya lo dice la navaja de Ockham: la explicación más fácil suele ser la verdadera. Al fondo de la foto vemos la Casa Bonín, de 1910, y el edificio de Francisco Carreras, de 1863. Estamos en la zona de Areal, ya próximos a Guixar. Que a comienzos del siglo XX era el lugar hacia donde crecía la ciudad, animada por las fábricas de conserva y salazón, junto a los astilleros. Y se levantaban nuevas viviendas para las clases acomodadas. También había una intensa actividad comercial, pero faltaba un muelle de categoría para cargar y descargar los barcos. En 1915, la ciudad contaba con escasos puntos de atraque. Estaba el famoso muelle de madera, que se dice que fue construido con materiales sacados del mar donde están hundidos los galeones de Rande. Este muelle estaba operativo desde 1875. Años más tarde, en 1891, había llegado el muelle de hierro, más moderno. Mientras que el muelle de comercio apenas permitía almacenar las mercancías antes de su embarque. Así que hacía falta un nuevo muelle en el Areal, cuyo proyecto fue redactado en 1895 con algunos añadidos en 1898.

En febrero del 1902 se anunciaba el comienzo de los trabajos de este puerto, transversal a la playa, de ahí su nombre. Para resumir: tenía forma de T. Pero las obras no comenzarían hasta 1905. Y pronto aparecieron incontables problemas técnicos que fueron retrasando los trabajos hasta demorarlos durante toda una década. Finalmente, el 10 de agosto de 1915 se hizo la recepción provisional de la obra. Y, al día siguiente, sin más preámbulos, sin esperar ni a que se cortase la preceptiva cinta, el muelle Transversal se vino abajo tal y como se observa en la foto de Pacheco. Se desprendió el muro de piedra y, con él, el relleno y el piso de madera.

Comenzó entonces un cruce de acusaciones entre distintas administraciones, algo que a todos nos suena muy familiar. Y los esfuerzos del Puerto de Vigo por desviar la atención llegaron a su punto culminante cuando se publicó que el muelle Transversal se había hundido por los efectos de la marea roja. Incluso lograron convencer al director y fundador del Instituto Español de Oceanografía, Odón de Buen, para que hiciese un estudio al respecto.

Pero pronto fracasó la teoría de que los diminutos dinoflagelados podían derribar un puerto. El intento de echarle la culpa al fitoplancton fue muy meritorio por su derroche de imaginación: pero no funcionó. ¿Y en qué terminó aquel Marisquiño de hace un siglo? Pues en nada. Cuatro años más tarde del hundimiento, el ingeniero Eduardo Cabello -gran artífice del moderno puerto de Vigo- presentó un proyecto para su reconstrucción.

¿Y qué se hizo entonces? Pues, esta vez, nada de nada. Las ruinas del muelle Transversal estuvieron allí, a la vista de todos los vigueses, más de cuarenta años. De hecho, su recepción definitiva no llegó hasta 1963. Sí, casi medio siglo después del accidente.

Por supuesto, no es necesario que la historia esté ahí para repetirla. Pero si dentro de cincuenta años continúa igual el muelle del Marisquiño, con sus hierros retorcidos y rodeado de cuatro vallas feas, que nadie se lleve a engaño. Ni que tampoco se asombre: en Vigo no sería la primera vez que ocurre.