El otorrino destaca la importancia de contar con árboles, porque atenúan la contaminación acústica. Otra posible mejora es la capa de rodadura. La plaza de Compostela es un ejemplo. La alameda acaba de estrenar el asfalto en la zona donde está permitida la circulación. No fue una decisión voluntaria del Ayuntamiento. En realidad, una sentencia judicial obligó al Concello de Vigo a sustituir el antiguo empedrado por el asfalto actual, después de varios años de peleas vecinales.
El pleito lo ganó el abogado David Arjones. «Por temas de tráfico solo hemos tenido ese, pero tenemos muchos por ruidos de discotecas, cafeterías, pubs y hasta de supermercados», asegura. Normalmente, los vecinos que reclaman acuden a la vía administrativa, es decir, van al Concello a pedir una solución. «El 95 % de las veces no se les hace caso», lamenta, en referencia no solo a Vigo sino a los municipios en general. Esos casos acaban en los tribunales de lo contencioso, con el concello de turno demandado.
Arjones pone como ejemplo una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) de este mismo año. A él acudió un valenciano después de décadas reclamando porque sufría un trastorno del sueño provocado por el exceso de ruido. El Constitucional llegó a decir que no se podía probar el nexo entre la contaminación acústica, demostrada en su piso, y sus problemas médicos. «El TEDH dice que la mera existencia de contaminación acústica ya es prueba del daño que causa». Pero los ecos de Estrasburgo, también los judiciales, están muy lejos.
«Esto es una autopista de ambulancias»
alejandro martínez
Con la apertura del Hospital Álvaro Cunqueiro, el tráfico se ha multiplicado en Castrelos haciendo que la zona sea todavía más ruidosa. Lo que más molesta a vecinos y comerciantes es el paso constante de ambulancias con las sirenas activadas en dirección a urgencias. Ocurre a cualquier hora del día o de la noche y perturba la tranquilidad ciudadana. Desconcentran a los estudiantes, despiertan a quienes no madrugan y, en definitiva, contribuyen a hacer más estridente el mapa sonoro en este punto de la ciudad. «Ni una ni dos, esto parece la autopista de las ambulancias», apunta Mari Paz Gesteira González, responsable de la cafetería Cavanna, situada frente a la entrada del parque de Castrelos. «Puede tener el mismo tráfico que cualquier otra calle de Vigo, pero desde que pasan por aquí las ambulancias es una calle superruidosa», reconoce.
El problema no tiene ninguna solución a la vista. La avenida de Castrelos es el acceso más directo hacia el hospital desde el centro de Vigo y no hay rodeo que valga cuando se trata de salvar la vida de un paciente. «Nosotros el único problema que tenemos aquí con el ruido es cuando pasan las ambulancias», afirma también Ramiro González, otro vecino que dice que en su domicilio se escuchan las sirenas a todas horas, por lo que tendrá que instalar una doble ventana.
Castrelos es un área muy ruidosa por el elevado tráfico que soporta. El Sergas estima que, entre profesionales, pacientes y visitantes, unas diez mil personas pasan cada día por el hospital. También sirve de acceso a la factoría de PSA Peugeot Citroën, el principal motor industrial de Vigo. Más de veinte mil vehículos circulan cada jornada por esa calle, que une la circunvalación y el centro con la fábrica y sus miles de empleados, con el Hospital Álvaro Cunqueiro y la Universidad. Uno de los puntos con el mayor barullo de tráfico es el acceso a la circunvalación. Los vecinos que residen en los edificios colindantes reclaman la mejora del firme para que los vehículos hagan menos ruido al pasar. Se trata de una molestia que se incrementa cuando los automóviles pasan con exceso de velocidad. El ruido se mete dentro de las casas hasta el punto de que no se puede tener una conversación normal, dice un vecino de un bloque de Ricardo Torres Quiroga. Las pantallas sonoras como las de las autopistas aliviarían a los vecinos porque son seis carriles de tráfico los que tienen que soportar.
«Los fines de semana nos vamos a dormir a Gondomar»
A. m.
En el centro de Vigo hay un total de 120.000 habitantes, de los que unos 34.000 sufren un ruido excesivo. La zona del Arenal y las calles colindantes son donde en general se produce la mayor contaminación acústica. Se debe principalmente al barullo que genera la movida nocturna, con bares y discotecas con música a todo volumen hasta altas horas durante las noches de los fines de semana. Aquí se formó la primera asociación de afectados por el ruido, que hoy en día permanece inactiva al haber agotado sin éxito todas las vías para buscar una solución. Solo les quedaría recurrir al juzgado, pero no ha habido acuerdo para costear los gastos de un procedimiento judicial que se prevé largo y costoso.
El alboroto de la movida nocturna ha condicionado mucho la vida de los residentes. Muchos optaron por marcharse a vivir a otra parte. Otros lo soportan con resignación, mientras que otra parte opta por escaparse los fines de semana. «Mi marido y mi hijo se iban a dormir a casa de la abuela», afirma Ángeles Pérez, vecina de la calle Inés Pérez de Ceta. Ahora casi todos los fines de semana se escapan a otra vivienda que tienen en el municipio de Gondomar para poder descansar tranquilos.
Ángeles opina que la legislación debería de contemplar entre las viviendas y la industria del ocio nocturno. «Igual que no hay talleres de chapa y pintura en los bajos de las casas, existe una incompatiblidad clarísima entre los domicilios y los locales de ocio», asegura. La juerga empieza a la media noche y se prolonga hasta más allá de las cinco de la madrugada. A los vecinos les molesta la música a tod2o volumen de algunos locales y los escándalos nocturnos de la gente que grita en la calle.
«El problema son los fines de semana porque hasta el jueves se lleva bastante bien. Pero los locales no cierran hasta altas horas de la madrugada y esta es una zona en la que todo el mundo aparca y hay gente pasada de vueltas que monta bastante follón», afirma Nardo Salvador, que regenta una galería de arte en la calle Rosalía de Castro.
«Se llegó a hacer una asociación, pero las quejas no valieron para nada. Lo que ale es llevarlos al juzgado, pero para eso hace falta dinero y la gente en eso no colabora», afirma otro vecino de la misma calle.
«Ruido hay bastante pero acabas acostumbrándote»
a.m.
El polígono de O Caramuxo y todas las naves desperdigadas por la carretera de Camposancos, en la PO-552, son uno de los principales focos de ruido industrial de Vigo. San Andrés de Comesaña es la parroquia más dañada por el exceso de ruido nocturno, que afecta al 31 % de sus habitantes. Al borde de la carretera por la que se llega a O Val Miñor viven cientos de personas para los que el ruido ya forma una parte inseparable de su vida cotidiana. El paso de vehículos es constante y resulta casi imposible encontrar un poco de silencio a no ser que cierren herméticamente sus ventanas.
«Al final te acabas acostumbrando», afirma Natalia Rodríguez, cuya casa se encuentra al pie del vial. «Aquí vivimos cinco personas, mis padres, mis hermanos, mi niña de dos años y yo. Sí que hay bastante ruido. Se escuchan mucho los camiones y las obras que tenemos enfrente», afirma. Anteriormente residían en un piso de la calle Florida, pero decidieron mudarse para estar más cómodos y tener más espacio. Pero ha sido a costa de tener que soportar más ruido. «Es normal que te duela la cabeza. No se si será por el ruido de los coche», dice.
Cuando hace calor en verano no pueden tener las ventanas abiertas porque les cuesta dormir con el paso de los vehículos. «Entre los camiones de basura y los que pasan de madrugada, llega un momento en el que resulta imposible y tienes que levantarte a cerrarla para poder conciliar el sueño», asegura. Afirma que su hija pequeña duerme bien por las noches, pero que durante las tardes le cuesta dormir la siesta por culpa del jaleo del tráfico.
«Por la noche ella mucho no se entera porque esta dormitida, pero por la tarde si que siente el ruido de los camiones», dice.
Además por las noches hay algo de paz. El tráfico baja, pero nuevamente a las cinco de la mañana comienza de nuevo el alboroto.
Es la pega que tiene vivir en una zona en la que se conjungan las actividades industriales con las residenciales. Al final los vecinos terminan adaptándose a vivir en un entorno ruidoso.