Lecciones pendientes de los incendios

Antón LOis AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

Oscar Vazquez

Los incendios del 2017 motivaron iniciativas para prevenir otros en el futuro pero dejaron claro que aún falta por aprender

15 oct 2018 . Actualizado a las 09:28 h.

Hay cosas que debemos superar cuanto antes, pero no debemos olvidar nunca. El 14 de octubre de 2017 estábamos en plena alerta de sequía. La humedad en suelo de los montes estaba en el 15 %, y las temperaturas subían vertiginosamente por encima de los 30 grados impulsados por unos vientos cálidos de 90 kilómetros por hora que nos traía la cola de un huracán. Se daban todas las condiciones previsibles (y por tanto se podían prever) para el desastre. Y llegó al día siguiente. Solamente alrededor de Vigo ardieron en apenas 24 horas más de 4.700 hectáreas, o eso dice la estadística oficial que rara vez coincide con la real.

Sofocado el fuego llegó la siguiente ola incendiaria, la de las declaraciones políticas, esta también habitual. Pero estos incendios tuvieron especial impacto en los medios y eso provocó un aluvión de acciones inmediatas, a veces irreflexivas e incluso contraproducentes. Como decía aquel anuncio de neumáticos, «la potencia sin control no sirve de nada», y así asistimos a actuaciones para impedir la erosión arrojando toneladas de paja en zonas con el incendio todavía activo en el subsuelo, patrullas voluntarias buscando animales heridos (pisando las zonas recién quemadas, lo que siempre se debe evitar) y olvidando que un incendio es cruel para la fauna; no deja heridos, o mueres o te salvas.

Repoblaciones de gramíneas que incluían especies invasoras, repoblaciones forestales inviables en plena sequía sobre suelo quemado. Era muy complicado contener ese aluvión, por otra parte tan maravilloso, de tanta gente de aquí y de allá deseando «echarse al monte para hacer algo» cuando, en ese momento, lo mejor que se podía hacer era casi nada y muchas veces sin asesoramiento ni permisos de concellos ni comunidades de montes. Poco después llegaron las lluvias tan esperadas, pero dibujando el peor escenario posible fueron intensas y torrenciales y con ellas llegó el arrastre de cenizas. Solo aplicando el mejor de los cálculos, de 13 toneladas por hectárea, esas semanas se vertieron a los ríos y la ría 60.000 toneladas de cenizas contaminantes.

Revisando los datos históricos de esos días no fueron ni los de mayor número de incendios ni los de mayor superficie quemada, pero algo cambió en nuestra percepción. ¿Cuál fue la única diferencia? Sencillamente que los incendios dejaron de ser el indiferente por cotidiano paisaje habitual de una columna de humo lejana en el horizonte y golpearon directamente la puerta de nuestra casa, y los medios de comunicación nos lo mostraron en directo. Los vimos por fin cerca, cara a cara, y nos asustamos y seguramente por eso por fin comprendimos y es posible que finalmente hayamos aprendido la lección.

Brotes verdes

Tenemos buenos indicadores de ese aprendizaje. A nivel político la comisión parlamentaria al respecto consiguió un acuerdo de un 80% en sus conclusiones y programas de actuación. Nunca se alcanzó semejante nivel de consenso, quizás por fin comprendimos que los incendios no son la causa, sino el efecto, y abordemos las medidas estratégicas y estructurales sobre el medio rural que apagarán los incendios futuros. Muchas comunidades de montes están erradicando las especies pirófitas y apostando por un criterio que pone en valor la multifuncionalidad del monte y la recuperación de las masas forestales autóctonas sin olvidar el criterio económico pero comprendiendo que ese criterio es solo una parte y que un bosque es mucho más que una simple fábrica de tablones baratos.

Empezamos a diseñar cinturones verdes y planes de emergencias, que a estas alturas todavía no existían como si los incendios hubieran surgido de pronto y no fueran una pandemia recurrente desde hace al menos cuatro décadas. Empezamos por fin a hacer cosas diferentes, es el primer paso si esperamos conseguir resultados diferentes. Y porque lo que sucedió el pasado Octubre debemos superarlo cuanto antes pero no olvidarlo nunca.

Mañana estaremos entre Camos y Chandebrito, justo a las cinco de la tarde, cuando hace un año empezó todo. Estaremos recordando todo lo perdido y celebrando la esperanza de su recuperación y de alguna forma estarán también allí Maximina Iglesias y Angelina Otero. Ellas no podrán acompañarnos en nuestra visita a lo que será el parque forestal de Nigrán, pero ellas serán miles de árboles, un bosque de bosques. En su recuerdo nos crecerán los bosques por dentro y los sacaremos afuera, para poder emboscarnos allí algún día. Porque nos va la vida en ello.