Adiós a las rapaces nocturnas de O Castro

Antón Lois VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

El Concello incumple sus propias ordenanzas medioambientales con la fortaleza

08 oct 2018 . Actualizado a las 12:20 h.

Las imágenes de O Castro a finales del siglo XIX eran estremecedoras. Un páramo en el que solo se podía ver la fortaleza. La cosa tenía su lógica: tiempo de guerras en el que ni el más mínimo matorral podía servir de cobertura al invasor. Las cosas fueron cambiando con el tiempo y ahora es un espacio para la convivencia pacífica entre la ciudad y la naturaleza, una isla natural en el centro urbano. Pero esto va a cambiar. El anuncio (se lleva años anunciando como es habitual) de que, ahora sí, el Concello va a «despejar, limpiar e iluminar» la fortaleza de O Castro es una triste excusa para invitarles a que acudan pronto a despedirse de unos viejos amigos y amigas que en breve desparecerán. Llevamos unos años haciendo un censo de la flora y fauna de esas murallas y nos faltaría espacio para citar los nombres y apellidos de todas ellas.

Sin ser exhaustivo, ya registramos (y nos referimos exclusivamente al espacio físico de la muralla, no al conjunto del parque) 33 especies diferentes de flora rupícola, siete especies de aves, cuatro de reptiles, catorce especies de líquenes, quince especies de insectos y seis de mariposas y, por supuesto, los árboles del entorno. Muchas de estas especies están protegidas y amenazadas y sus hábitats deberían, según la legislación vigente, ser especialmente conservados.

En una administración convertida en reinos de taifas no resulta extraño que en el mismo Gobierno autonómico el departamento de Patrimonio Histórico y el de Conservación da Natureza no crucen sus datos ni trabajen de manera transversal. Solo así se explica que Patrimonio autorice lo que Medio Ambiente debería prohibir. Pero en esta contradicción incurre también el protagonista Concello de Vigo. En su catálogo de árboles singulares dice: «O soporte principal do arborado ornamental son os parques e xardíns públicos. A conservación deste patrimonio é responsabilidade exclusiva do Concello, que debe tender a preservalo e amplialo no posible». Justamente en O Castro está una buena parte de dichos árboles singulares (los que merecen una especial protección), de los que muchos ya fueron talados y para buena parte del resto se anuncia que sus días están contados.

Quizás alguna normativa debería impedirlo, y dicha normativa existe. Paradójicamente es una norma municipal, es decir, una exigencia que el Concello se impone a sí mismo. El proceso que va a desarrollar el Ayuntamiento estaría castigado aplicando una buena serie de artículos de las ordenanzas municipales de Medio Ambiente recogidas en su capítulo VI sobre espacios naturales y zonas verdes, pero ahí está el problema: se trata de ordenanzas municipales. Sería un poco ingenuo suponer que el Concello se multase a sí mismo por incumplir sus propias normas, pero cosas más extrañas suceden cotidianamente en esta ciudad. De todas formas, el dispendio de esta hipotética autosanción entraría dentro de lo asumible sin especial quebranto de las arcas municipales. Tratándose en este caso de reiteración de faltas graves y una falta muy grave y aplicando la cantidad máxima posible, la cosa se iría a 15.000… pesetas. Todo sea porque la muralla se haga visible día y noche, lo que supone un impacto ambiental añadido: la iluminación.

Las lechuzas y cárabos ya abandonaron el parque hace tiempo (el último nido de cárabo estaba en uno de los árboles talados hace un par de años). Ahora le tocará el turno a los autillos, con lo que en O Castro se extinguirán definitivamente todas las rapaces nocturnas, especies protegidas que, según esas mismas normas que se vulneran sistemáticamente, sus hábitats deberían estar protegidos. Y finalmente, ese incremento de la contaminación lumínica de Vigo al que se añadirá el efecto albedo de unas murallas brillantes podrá suponer la décima que nos falta para que Cíes pierda su categoría como destino Starlight. Esa fortaleza representaba la defensa de la ciudad frente a los enemigos externos, que abundaban en aquel período de entreguerras. Hoy pasamos de la defensa al ataque contra el enemigo interno. El enemigo ahora es la naturaleza y vamos a por su aniquilación, sin piedad, que es lo que corresponde hacer con quien se considera enemigo.

También podríamos intentar que el Concello recapacitase, para que el día de mañana conste que al menos lo intentamos, o intentar impedirlo. No es necesario destrozar el patrimonio natural para hacer más visible el patrimonio histórico. Ambos pueden y deben coexistir. Hace años alguien decía que «los árboles deberían considerarse sagrados y cortarlos debería considerarse un sacrilegio». Quien lo dijo seguramente no imaginaba que un día sería concejala de Medio Ambiente.