«Ahora soy Janet y no hay más preguntas»

Alfonso Alonso VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vázquez

Integrantes del colectivo LGTBI+ cuentan cómo se han aceptado al cien por cien en Vigo

15 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No es fácil vivir una vida impuesta, convencerse de ser alguien que no se es, que te exijan que asimiles una identidad ajena. Tampoco lo es desatarse, quitarse esa mordaza para rebelarse ante la imposición de una sociedad que te empuja a ser valiente. Cinco personas lo han hecho y cuentan su historia a La Voz. Todas ellas comparten recorrido: la liberación. Nacieron tras unas rejas. Fueron presidiarias de sí mismas. Cumplieron condena por ser diferentes. Ahora luchan por la normalización y por la empatía. Estos integrantes del colectivo LGTBI+ (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales y toda la diversidad) se han quitado la máscara. Hoy pasean por las calles de Vigo sin ningún tipo de reparo en vivir como realmente quieren, conscientes de haber tomado, por fin, posesión de sus propias vidas.

 Ana Ojea

Oscar Vázquez

«Explico con naturalidad a mis alumnos que estoy casada con una mujer»

A sus 43 años, Ana lo trata con naturalidad. Se declaraba lesbiana en la adolescencia. En un principio, no sintió la necesidad dar explicaciones a nadie, tal vez por el temor a ser juzgada. «En esta sociedad, siempre te encontrarás con algún miedo: al ostracismo, al aislamiento, a quedarte solo», alerta. Es profesora del instituto Politécnico de Vigo. Hoy se la conoce como la tutora LGTBI+. Por esta razón no tolera comportamientos discriminatorios: «Si escucho a un alumno llamar maricón a otro lo envío a jefatura de estudios inmediatamente». Ana considera que la sexualidad es fluida y cambiante y no cede ante el rechazo bajo ningún concepto.

Abrirse a su entorno de trabajo fue lo más complejo, le llevó 16 años. Cuando lo hizo, vivió cambios de actitud: «Hubo gente que, de repente, mantuvo una distancia considerable. No hace falta que nadie te insulte para saber si esa persona tiene un problema de homofobia». Considera que salir del armario es una prueba de dignidad a la que te somete la sociedad. «Si no existiera discriminación no sería necesario salir del armario», concreta. Rememora un caso de rechazo que le ocurrió en Salamanca, donde estudiaba Bellas Artes. «Una compañera se enteró de que era homosexual y empezó a llamarme ‘el gallego’».

La profesora relata cómo expone su sexualidad en las aulas: «Les hablo de mí y les cuento con naturalidad que estoy casada con una mujer». Defiende su derecho a hacerlo público. Valora a sus alumnos. Ellos a ella también. El año pasado, le propusieron la creación de un grupo LGTBI+ en el centro. «Me los encontré en el Orgullo y me llené de emoción al verlos», recuerda Ana.

Marta Murias

Oscar Vázquez

«Con once años, estuve a punto de suicidarme».

Marta Murias es una chica de 22 años que empezó a vivir desde hace seis. Su infancia la marcó para siempre. Son gestos faciales, frases, actitudes y situaciones concretas que se han grabado en su mente. También es una persona homosexual que sufrió el autorrechazo. Su familia la aceptó, pero su círculo de amistades, no. A día de hoy, Marta asegura que han cambiado muchas cosas: «Muchos de ellos forman parte del colectivo LGTBI+». Con respecto a ella, admite que en los últimos años la asociación Nós Mesmas le ha ayudado. «Empecé a relacionarme con gente que me aceptó tal y como soy», dice. Atrás ha dejado su timidez, aunque convive con cicatrices. «Me llamaban ‘‘puta lesbiana’’ y me decían que nadie me querría porque era un marimacho», cuenta. Estas vivencias llevaron a Marta a intentar suicidarse con tan solo once años. Lo intentó en el patio del colegio: «Pensaba que en los baños de las chicas no me podría ver nadie. Usaba los medicamentos que encontraba en casa.»

En el presente, Marta se siente libre y envía un mensaje al resto de afectados: «Si ocultas tu forma de ser ante la sociedad, acabarás matándote a ti mismo». Cree que queda mucho trabajo por hacer, sobre todo en el colectivo trans.

Janet Rial

Oscar Vázquez

«Cada vez que leo o escucho el nombre que tenía me entran escalofríos»

Tiene 27 años y lleva toda su vida siendo una mujer. Es transexual. Reivindica que la traten como se merece, tal y como es. Además, es el claro ejemplo de que la identidad de género y la condición sexual son cosas distintas que no tienen por qué relacionarse: además de trans, es lesbiana. No soporta el autorrechazo que a veces presenta el colectivo transexual. «Hay mujeres trans que consideran a sus parejas hombres homosexuales por mantener una relación con ellas. Es una falta de respeto para todas nosotras mismas», explica.

Cuando era niña no se identificaba con ningún género: «Era yo con otro nombre: simplemente yo rodeada de gente». En la adolescencia empezó a pensar en que era una mujer, aunque intentaba paliar este afecto convenciéndose de que era un hombre. No fue hasta los 21 años cuando se dio cuenta de que realmente era una chica trans. «Nadie me ayudó. Se rieron de mí. En aquel momento había otra concepción del colectivo», expone.

Hasta hace unas semanas, la Organización Mundial de la Salud catalogaba la transexualidad como una enfermedad. «Algunos amigos todavía piensan que estoy enferma. Tuve que alejarme de ciertas personas porque sentí que estaban esperando a que me recuperase», dice.

Lleva cuatro meses hormonándose. Para ella, los cambios están siendo significativos, observa avances. Es una chica paciente. Tiene que lidiar con algunos efectos secundarios como la falta de libido o los cambios de humor, pero está contenta de haber emprendido ese camino hacia su verdadera identidad.

Janet ha sido siempre Janet, pero la llaman así desde que se aceptó. Confiesa que no le gusta hablar de la antigua identidad. «Ahora soy Janet y no hay más preguntas», sentencia. No quiere recordar el nombre que utilizaban para referirse a ella: «Cada vez que lo leo o lo escucho me entran escalofríos». Se está recuperando de una profunda depresión e intenta superar el miedo a que la confundan con un hombre mientras camina por la calle.

 Jandro Pérez

Oscar Vázquez

«Mi madre eligió mi nuevo nombre»

Jandro es un chico transexual de 22 años que todavía estudia en el instituto. Para algunos es el graciosillo de la clase. Lleva poco más de dos años con tratamiento hormonal. Es un tanto independiente. «Cuando cumplí los 18 años me fui al médico para iniciar todo el proceso. Antes de hormonarte, debes de pasar por el psicólogo. Un día mi madre decidió acompañarme a una sesión y se dio cuenta». Así narra Jandro el inicio de todo este camino.

Se ha operado y se ha quitado los senos. Enseña el nuevo aspecto de su pecho con orgullo. «Antes de la intervención quirúrgica, me miraba en el espejo y me molestaban, pero sabía que en el futuro me los iba a quitar», explica risueño. Antes le afectaban ciertos comentarios, pero ahora no le importa lo que piensen.

«Cuando tuve que elegir mi nuevo nombre, siempre tuve en cuenta el que le gustaría a mi madre. Hicimos una lista y optamos por Alejandro», explica.

Hoy espera que se cumplan dos deseos. Uno es recibir la llamada que le permitirá cambiar su nombre en el registro civil. Otro es poder verse con barba.

 Paula Pereira

Oscar Vázquez

«Una noche, un señor nos tomó fotos y nos amenazó con una navaja»

Paula tiene 20 años y es bisexual. «Cuando supe que también me gustaban las chicas me obligué a encasillarme: o era hetero o era homosexual. Si no lo hacía me llamarían viciosa», señala.

En el presente tiene novia y reconoce que a veces las tratan como objetos. Lo ejemplifica con algunos de los comentarios que han recibido: «Qué desperdicio que estéis juntas con lo guapas que sois», «Con un hombre se disfruta más». Son algunas de las frases despectivas que escucha a razón de su sexualidad. «En ocasiones, los padres de algunas amigas no nos dejan dormir juntas por miedo a que ocurra algo entre nosotras», apunta.

Paula aclara que por el hecho de ser bisexual no pretende invadir espacios personales. «De hecho, no siento la necesidad de piropear a otras personas». Recuerda una noche en que un hombre las siguió por la calle y empezó a tomarles fotografías. Otras personas acudieron en su ayuda y el hombre, antes de huir, las amenazó con una navaja. Finalmente no ocurrió nada.