La vida oculta en un estercolero

Luis Carlos Llera Llorente
luis carlos llera VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Marcos Canosa

El antiguo asilo es un edificio en ruinas que será tapiado por el Concello lo que supondrá la salida de sus usuarios, que registraron 600 pernoctaciones este año

22 jun 2018 . Actualizado a las 11:53 h.

La obra financiada por el bando BBVA, como rezaba el cartel de la entrada, es hoy por hoy un edificio en ruinas con las puertas abiertas de par en par a los pobres de solemnidad. Caballero las quiere tapiar por las quejas de los vecinos de Torrecedeira. Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados atendían en Pi y Margall a más de un centenar de personas mayores. Ahora la antigua capilla neogótica es un espacio vacío en cuyo atrio se celebran ocasionalmente conciertos contra la pobreza. «Ahí está el jacuzzi», bromea un usuario en el viejo templo señalando una enorme bañera blanca que reposa en una esquina y en la que nadie se ha enjabonado desde el 2001, año en que el asilo cerro sus puertas ante la oferta económica del futbolista Valery Karpin y sus socios. Las hermanitas se mudaron a Alcabre y el jugador, que ya había dejado de chutar a puerta, no veló para que el edificio no se convirtiese en un chutadero.

Las religiosas han dado paso a la orden laica de la acampada. El colectivo que tiene plantadas su tiendas en la Praza do Rei comenzó a gestionar a principios de este año dos habitaciones del antiguo asilo. Allí colocó cinco tiendas de campaña, tres o cuatro jergones y una pequeña cocina. En ellas da cobijo a las personas que se quedan sin plaza en el albergue municipal y que no disponen de otro lugar donde dormir. Los cuartos tienen un letrero en la puerta que advierte que se trata de habitaciones gestionadas por la acampada para diferenciarlas de las que acogen a otros inquilinos. La Policía Local estima que cada noche pernoctan en el asilo entre quince y veinte personas.

David Prieto es el que organiza diariamente esta especie de albergue alternativo. Tocado con un sombrero del festival de jazz de Hondarribia, este amante de la música sufrió sus propios reveses en la vida y tras ser despedido se lanzó a viajar por Europa. Dormía en el coche con el que recorrió Francia, Bélgica Holanda, Alemania, e Italia. Después de un año regresó y se convirtió en un miembro más de la acampada, un asentamiento que ha cumplido año y medio. «Al principio, la gente que no tenía techo venía con nosotros a la Praza do Rei, pero la Policía amenazó con denunciarles y decidimos reubicarlos en el antiguo asilo», cuenta Prieto. Todas las noches, a las 21.30, desde el pasado 9 de enero Prieto se planta en la puerta del albergue municipal y recoge a los que se han quedado fuera sin poder entrar. Los lleva al antiguo asilo y les ofrece una cena y un lugar donde poder dormir. Llevan 600 pernoctaciones. El recinto está hecho una cochambre. Por todas partes se acumula la suciedad y se caen trozos del falso techo de escayola. Pero es mejor que dormir al raso.

David se considera afortunado porque aunque lo pasó mal «tengo una familia y apoyo». Ahora trabaja «cuidando a un señor» y su tiempo libre lo destina a ayudar a las personas sin techo. «Lo peor del asilo son las ratas», señala. Han limpiado parte del recinto pero que queda mucho por hacer. Ahora, el Concello ha anunciado que va a tapiar el edificio de las hermanitas. «Pero servirá de poco, porque darán tres patadas a los ladrillos y volverán a entrar», señala Juan Carollo, otro acampado.