El monstruo de los batidos

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

xoan carlos gil

El local pionero en Vigo en los «freakshakes» ofrece ahora la posibilidad de diseñarlos al gusto

01 may 2018 . Actualizado a las 00:06 h.

Si en los 80 el personaje de Triki se hizo famoso como el monstruo de las galletas, los milenials están tardando en encontrar una figura que enloquezca de alegría al devorar un batido que ya se inventó incluyendo esa denominación. El freakshake, o batido monstruoso, es una tendencia que empezó a aparecer en el 2016 en Australia y desde allí se contagió a distintos rincones del planeta. Ese mismo año llegó a Vigo. Desde entonces, esas bombas de azúcar tamaño XXL no han parado de crecer. En Vigo hay varios sitios donde encontrarlos, como The Milk Shake Factory, Helada Madrina, La Galletería Biscuits Galicia o Bali cóctel Gin. Pero Margot, la chica de ayer (Oporto, 7), fue el primer local que lo ofreció. Al frente está Margarita (Margot) Seoane, una joven emprendedora que descubrió que le apasionaba la hostelería cuando estudiaba empresariales en la Universidad de Vigo.

Margot, de padre coruñés y madre colombiana, nació en Venezuela, donde sus progenitores se conocieron al emigrar ambos. Cuando la joven tenía 15 años la familia entera regresó a Vigo, ciudad de cuyo puerto había salido el padre, Juan, rumbo a América. Una foto en la entrada le recuerda en su salsa, micro en mano, ya que era cantante en la Orquesta Maracaná, cuenta su hija.

El local era antes una coctelería y siguieron manteniendo ese apartado. «Era un campo ganado, tenía buena fama e intentamos que siguiese así. Los antiguos dueños nos guiaron», explica. Pero le añadieron su apuesta personal, las arepas y los batidos. Margot es una perfeccionista. «Me gustan las cosas bien hechas», afirma. En esas está desde el principio, mejorando una oferta que arrancó con menú del día y hoy ya es historia. La de ahora es la de un espacio donde el dulce y el salado, y una clientela intergeneracional, conviven sin problemas.

Hasta llegar ahí, la vida de Margot dio muchas vueltas. «Los fines de semana trabajaba en el Foster’s Hollywood, que entonces estaba en la Plaza Elíptica. Años más tarde volví al de Gran Vía, acabé como encargada y después aún estuve en el Rosco King», repasa. Entre tanto acabó la diplomatura y tuvo empleos de teleoperadora y profesora, pero se decantó por este sector tras su experiencia en otro restaurante, Tagliatella. «Me encanta estar en contacto con la gente, atenderles y que se vayan contentos», asegura.

Durante un tiempo compaginó vida laboral y estudios en un engranaje perfecto: «Por la mañana en una gestoría, por la tarde a estudiar y los fines de semana, en el italiano. Así un año entero», recuerda. Su último puesto, en una gasolinera, fue definitivo para decidirse a montar local propio. Y nació Margot, la chica de ayer. Su madre, Amelia Espinoza, es la administradora de un negocio cien por cien familiar en el que pone mucho más que el capital, ya que es la encargada de hacer las arepas o algunas de las tartas, como la de zanahoria y la red velvet, que coronan los freakshakes. Estos colosos que rebosan dulzor que están tan de moda son para los más atrevidos o para compartir. Al batido tradicional, de frutas o de helado con los que empezaron, le siguió el hotshake porque le pedían mezclas calientes en invierno. El freakshake se ofrecía en combinaciones cerradas, pero adaptables, sin límites y sin normas. Solo un lema: «Lo que tú quieras».

El servicio al gusto del consumidor sigue siendo su máxima, por eso ha ideado una carta en la que el cliente marca qué prefiere, de principio a fin. «Diseña tu freakshake» ofrece sobre el papel la opción de escoger la base (batido de helado, de fruta o extras de Oreo, Kit Kat, galleta o café), el complemento (tartas, donuts, gofre o brownie) y quince variedades de toppings para rematar la golosa montaña, desde palos de mikado a frutas. «La adaptación es total porque también tenemos leche sin lactosa, de soja y otras variedades», indica. Lo único que ha cambiado es el recipiente. Dejan la jarra por la copa, que es más fácil de aprovechar y llegar con la cuchara a los rincones.

Margot reconoce que nunca se han preocupado por contar cuántas calorías caben en esos vasos. «Para qué amargarse. Es un capricho puntual. También tenemos sanos batidos de frutas naturales o las arepas de maíz, que hacemos a la plancha con rellenos horneados», argumenta.