Un edificio de cuatro plantas de Chapela se agrieta por las obras de la autopista

Luis Carlos Llera Llorente
luis carlos llera REDONDELA / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vazquez

«O nos lo arreglan o nos hundimos dentro de él», se lamenta uno de los moradores que soportan 80 decibelios en su fachada

15 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El edificio está agrietado. Han pasado 24 meses que han sido un infierno para la familia de Rafael Baltasar Cela. El presidente de la asociación de afectados por la ampliación de la autopista AP-9 se siente como «los últimos de Filipinas», capitaneando un colectivo cada vez más diezmado a medida que sus integrantes han ido marchándose tras llegar a un acuerdo. Durante dos años el atronador ruido de las perforadoras se unió al de las continuas ráfagas de motores de vehículos cruzando a gran velocidad sobre el asfalto mientras el hogar de su familia se resquebrajaba por las viejas costuras de ladrillo.

Una estufa de butano calienta tímidamente el bajo donde se reúne el grupo de seis personas que aún habita el inmueble. El abuelo, Paulino Fernández, de 86 años, se acerca con su bata para escuchar, porque los percutores han debilitado su oído. Diariamente soporta en la fachada de su casa más de 80 decibelios. La familia de su mujer, María del Carmen Fernández Durán levantó el edificio de bajo y tres plantas hace cincuenta años. Entonces no existía ni siquiera el proyecto de construir una autopista a la entrada de Vigo y que partiese la parroquia de Chapela en dos. En 1973 se construyó la vía de alta capacidad. El hachazo de hormigón les cayó al lado de casa. Pero aunque estaba muy próxima, quedaba a 14 metros de la valla de la autopista. Pero el Ministerio de Fomento decidió que había que ampliar la vía en Chapela para evitar los atascos hacia O Morrazo durante el verano, cuando el puente de Rande supera los 70.000 vehículos diarios. La brecha de alquitrán ha aumentado en los últimos meses, oscureciendo el ánimo de sus moradores. Baltasar Cela resistió como pudo hasta el final. Es el último damnificado. «Pedimos que nos expropiasen el edificio entero porque solo nos han derribado el garaje y la casa ha quedado apenas a 9,5 metros de la autopista», cuenta. A finales de septiembre la Demarcación de Carreteras del Estado les contestó que no accedía a su petición de expropiarles todo el inmueble, que ahora está mucho más afectado por los ruidos.

La piqueta únicamente derribó el galpón que servía de garaje, pero dejó en pie el inmueble de cuatro alturas y la parcela posterior que sirve de patio.

La entrada a la casa se hace por el Camiño Cornido y entre el inmueble agrietado y la finca se ha construido un vial de servicio. Como el terreno era blando por las aguas subterráneas, la unión temporal de empresas que lleva a cabo la obra realizó tareas de pilotaje que han pasado factura a los inquilinos. La maquinaria pesada ha estado trabajando durante meses junto a la casa. Las consecuencias están a la vista. Nada más entrar y subir por la escalera se percibe cómo esta quiere separarse del muro. La grieta se alarga por la escalinata que comunica las cuatro plantas. Al subir a la primera, se aprecian hendiduras en diferentes habitaciones. Su morador, Juan Antonio Fernández, decidió hacer mudanza cuando hace dos años comenzaron los ruidos para derribar el antiguo muro que cerraba la finca. Cambió el jaleo de la autopista por el silencio del monasterio de Oseira, donde ingresó a los 40 años buscando sosiego y una paz de espíritu de la que goza ahora. Mientras, el resto de su familia sigue esperando que Fomento les conteste el recurso de alzada a su petición de expropiación absoluta. El edificio, según un informe técnico de una arquitecto, está valorado en 1.139.833 euros. Los daños causados son notables y las reparaciones costarían 148.307. Además de devaluarse, el inmueble no se puede tocar y sufre mucho ruido y vibraciones. Les prometieron que iban a colocar unas mamparas de protección e insonorización pero aún están esperando. «O nos arreglan la casa o nos hundimos con ella», sentencia Rafael Baltasar Cela.