Casas de la vida

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland LA BUJÍA

VIGO CIUDAD

08 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En el Antiguo Egipto, había dos clases de bibliotecas. Las oficiales eran las llamadas Casas de los Libros, que recogían toda la documentación administrativa, con montañas de papiros de dimensiones faraónicas. Pero las bibliotecas públicas, las populares, las más parecidas a las que conocemos hoy en día, se denominaban Casas de la Vida. Porque entonces, como ahora, el pulso vital y la cultura de un pueblo pueden medirse en la altura de sus librerías abiertas a todos los ciudadanos.

Vigo tiene aquí un notable déficit. La profesora Nuria Abalde, del colectivo Outro Vigo é Posible, ha hecho una estadística demoledora. Tenemos el servicio de préstamo de libros más pobre de las 40 primeras ciudades de España. Con 292.817 vecinos censados, hay aquí menos bibliotecas públicas que en muchas urbes a las que casi doblamos en población, como Albacete (172.426), Alcorcón (167.354) o Castellón (170.990). En Galicia, la ciudad más poblada ocupa el furgón de cola.

Aquí nos falta históricamente una biblioteca del Estado, que disfrutan ciudades mucho más pequeñas y que tampoco son «capital de provincia», un criterio provinciano y decimonónico que en este país aún le sirve a muchos para tomar decisiones políticas. Y es cierto que, en el último año, se ha abierto una biblioteca en el Auditorio Mar de Vigo. Pero las que se necesitan y de verdad funcionan son las que tienen servicio de préstamo y no una mera sala de estudio, sino que crean una comunidad cultural en su entorno. Como en la Biblioteca Juan Compañel, en el Casco Vello, que siempre bulle de animación. Vigo necesita con urgencia más casas de la vida.