La lata desde las trincheras

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Mercedes Moralejo

El Museo de la industria conservera repasa los hitos del sector a través de objetos que son historia

03 dic 2017 . Actualizado a las 19:21 h.

No hay nada que esté demasiado lejos. La curiosidad es el mejor pulverizador de distancias e impedimentos. Que se lo cuenten, si no, al grupo de cruceristas extranjeros que llegó en un taxi al Museo Anfaco de la Industria Conservera, varado en medio del monte en el que se asienta el campus de la Universidad de Vigo. «Nos informamos sobre él, nos pareció muy interesante y aquí estamos», recuerda la responsable del museo, Mariña López, que le dijo la portavoz de la expedición que se aventuró más allá de la calle de las ostras, rumbo a lo desconocido. La viguesa encargada de guiar las visitas es licenciada en Historia y, desde que en el 2009 ocupó su puesto, ha añadido a su currículo una amplia indagación sobre el mundo de la conserva, que dadas sus múltiples vertientes se revela como una materia apasionante. La colección es amplia y se nutre de las fuentes originales, ya que comenzó con los fondos de Anfaco, antes Unión de Fabricantes de Conservas de Galicia. De eso algo sabe Juan Manuel Vieites, secretario general de Anfaco, que recuerda que la que hoy representa y nació en 1904 como Unión de Fabricantes de Conservas de la Ría de Vigo es «la segunda organización empresarial más antigua de España, solo por detrás de Fomento de Trabajo en Cataluña».

El paseo por el museo arranca paralelo a los temas en los que fueron pioneros, como en la importancia que siempre dieron a la investigación y desarrollo, tema marciano en la España de la época, pero no en el sector. Y lo destaca subrayando que el primer departamento técnico data de 1949. Por eso en las vitrinas aparecen varios utensilios y aparatos que se empleaban para el control de calidad en la posguerra.

La conserva fue vital durante la Guerra Civil y está muy presente en el museo porque además jugó un papel fundamental en ambos bandos. En las vitrinas se exhiben tesoros como los donados por el divulgador catalán Lluís Galocha, recogidos de las trincheras donde se libró la Batalla del Ebro, la del Segres y la de Teruel. Los focos iluminan latas de conservas de pescado, llaves para abrirlas, y hasta restos de una granada construida por La Artística en tiempos bélicos. La sala dedica espacio gráfico a una historia sin la que la de la conserva no existiría o no sería igual: el trabajo de la mujer en las fábricas y su incorporación al mundo laboral a principios del siglo XX. La transformación de la logística se hace patente en una foto de carros de caballos transportando latas y otra de un motocarro lleno de productos de Albo.

Aunque las donaciones de empresas y asociados han sido el núcleo de la colección, esta se nutre también de pequeñas donaciones de particulares, joyas que deciden entregar para que la historia de la conserva no solo se conserve, sino que se transmita. Todos los enamorados de la lata son partícipes de la misma emoción. Por eso, hasta el secretario general es un sabueso que cuando sale de viaje, rastrea tiendas y mercadillos en busca de alguna pieza. Como un libro de Nicolás Appert (el inventor del método de preservación hermética de los alimentos) que encontró en un puesto a orillas del Sena en París o dos ejemplares de temática gastronómica de los años 30, centrados en la conserva. Todo eso está allí, junto a modelos antiguos de abrelatas que cuentan su evolución, máquinas como una cerradora buzo de Curbera, manual y a pedal, ejemplo de las primeras que se usaron en las fábricas, el anunció de Alfageme que colgaba sobre la fachada de Arjeriz, piezas rescatadas de Massó, un despacho de Curbera de los años 20, la colección completa de la revista Industria conservera, «la segunda más antigua del mundo del mar en España, fundada en 1934 y con aspecto cultural muy importante, ya que los artistas gallegos más destacados diseñaban y hacían la portada», recuerda. El diseño también es una parte importantísima y se hace patente en las latas en sus formas, colores, grafismos y anuncios publicitarios que también se guardan con devoción.

La imbricación del sector con Vigo y su área de influencia es lo que el Museo Anfaco de la Industria Conservera guarda con la eficacia de una «appertización». El centro recibe a cerca de dos mil niños al año en visitas concertadas, como la mayor parte de las que tienen, pero está abierto a todo el mundo. «Llega mucha gente y en verano muchas familias de vacaciones, que vienen atraídos por la conserva como alimento y terminan atrapados por la historia de lo que encierra una lata», resume Mariña López.