La convulsión de la capital

La Voz

VIGO CIUDAD

La provincia de Vigo, en el Trienio Liberal, se saldó con guerra de guerrillas y una trágica batalla final en Ponte Sampaio

10 oct 2017 . Actualizado a las 19:19 h.

En 1821, Vigo se convertía en capital. No tuvo que arrebatárselo a Pontevedra, ya que hasta entonces la ciudad del Lérez jamás había sido capital de provincia. La damnificada fue Tui, donde estuvo adscrita Vigo durante el Antiguo Régimen. Por acuerdo del 13 de julio de aquel año desaparecían las provincias de Betanzos, Mondoñedo, Santiago y Tui. Y quedaban cuatro: A Coruña, Lugo, Ourense y una nueva: Vigo.

A menudo, se nos pintan estos tiempos como una época feliz. Y pudo serlo por la ilusión que despertó en la ciudad el estreno de su capitalidad. Pero no lo fue en la práctica porque la extrema derecha de la época, el absolutismo, se alzó con violencia contra la España liberal. El resultado fue un caos, para colmo sangriento. 1820 había llegado con aires de libertad. Tocaba a su fin la traición del rey Fernando VII al abolir la Constitución de 1812, animado por la España ultramontana que firma el llamado Manifiesto de los Persas de 1814. El 1 de enero de 1820, en Cabezas de San Juan, el pronunciamiento del coronel Rafael Riego proclama la Constitución de 1812. Galicia va sumándose a la sublevación liberal contra el absolutismo. Y, el 24 de enero, la guarnición de O Castro jura el texto de Cádiz. Vigo es ya entonces una ciudad abierta al mundo. Muchos extranjeros viven aquí. Y, por su puerto, desembarcan las nuevas ideas traídas a bordo de buques de toda bandera. Hablamos de una urbe liberal, como demostrará a lo largo del siglo XIX, en un entorno muy conservador y anclado en el Antiguo Régimen.

En marzo, Fernando VII se ve obligado a jurar la Constitución, poniendo fin al Sexenio Absolutista. Para colmo de la desvergüenza, pronuncia una de las mayores manifestaciones de cinismo jamás escuchada: «Marchemos todos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Como luego supieron sus súbditos, ni marchaba tan francamente ni iba ni muchos menos el primero.

Las Cortes se imponen modernizar el país. Y, el 13 de julio de 1821, acuerdan reducir las antiguas siete provincias del Reino de Galicia y dejarlas en cuatro: A Coruña, Lugo, Ourense y Vigo. La noticia es festejada en la ciudad, mientras Tui protestaba. La historia e incluso la sede episcopal podrían estar con la ciudad tudense, pero la decisión estaba cimentada en la importancia de la población, economía y puerto vigueses, y es ratificada por las Cortes en octubre. Vigo abre sus oficinas provinciales en la calle Real y comienza a gobernar un territorio que se extiende entre el Miño y el Ulla. El 5 de mayo de 1822, se celebran elecciones a Diputación Provincial, pero los representantes de Tui porfían para no acudir a las reuniones y boicotear los órganos de gobierno. A Tui, se suma Pontevedra, donde los absolutistas son mayoría. Y el funcionamiento de la provincia atraviesa graves problemas.

A la contestación política se suma la guerra de guerrillas, como la que años antes se había levando contra los franceses. Los absolutistas se constituyen en partidas de guerrilleros que asolan las comarcas. Hay asesinatos de liberales, casas quemadas, atentados de toda suerte. Para luchar contra la sedición, se constituye la Milicia Nacional de Vigo, que protagoniza escaramuzas y combates. Y cada semana llegan prisioneros al castillo de O Castro. Pero las partidas absolutistas tienen el apoyo encubierto de Tui y de la villa de Pontevedra, molestas por la asignación de la capitalidad. Mientras tanto, en Verona firmaba Fernando VII un tratado pidiendo ayuda a las potencias europeas. Y el 7 de abril de 1823 cruza los Pirineos un ejército, los Cien Mil Hijos de San Luis, para apoyar a los absolutistas la sangre y fuego.

Vigo, en buenas relaciones con la liberal Inglaterra recibe su apoyo con la llegada del general Sir Robert Wilson, que llega con su Estado Mayor para incorporarse a la lucha. El 4 de mayo, en el campo de Granada (frente al actual casa del ayuntamiento), Wilson y sus oficiales juran la Constitución, vestidos con el uniforme de la Milicia Nacional de Vigo. Luego, se tiran fuegos de artificio y, en la sede de la Diputación, en la calle Real, hay un convite en el que se interpreta el himno de Riego.

El Semanario Patriótico de Vigo, nacido el 2 de mayo de 1823, describe el entusiasmo de los vecinos. Pero el 24 de julio, la Milicia Nacional de Vigo se enfrenta al ejército de Pablo Morillo y los absolutistas en Pontesampaio. Catorce años después, es el mismo lugar y distinto bando. «¡Viva la Constitución!», gritan los vigueses. «¡Viva El Rey!, responden desde la otra orilla del río Verdugo. La batalla supone una carnicería para los 800 voluntarios de la ciudad, que son aplastados.

Morillo entra en Vigo y finaliza el sueño liberal. Vuelve el Absolutismo. Y, con él, las provincias del Antiguo Régimen: Las siete del Reino de Galicia. Vigo depende de nuevo de Tui y comienza la Ominosa Década, mientras muchos liberales marchan al exilio en Inglaterra. Así terminaban los tiempos convulsos de la primera capitalidad.