Un Grimaldi en la ría de Vigo

VIGO CIUDAD

Oscar Vazquez

El príncipe Alberto I de Mónaco ayudó a fundar el Centro Oceanográfico que cumple 100 años

06 sep 2017 . Actualizado a las 12:42 h.

Vigo, que tanto ha vivido del mar, es un importante centro de investigación marina. Y uno de sus institutos científicos acaba de convertirse en centenario. El pasado 2 de septiembre, el Centro Oceanográfico cumplió 100 años. Nació como Laboratorio de Oceanografía y el día de su inauguración, en 1917, se desató en la ciudad el entusiasmo, afirma una crónica periodística: «Las instalaciones están situadas en el pabellón de la Sociedad de Salvamento de Náufragos situado en el puerto de Vigo» Tras el acto, se sirve un ‘lunch’ y se pronuncian encendidos brindis. El centro ocupa «un amplio salón en el que había una sección de química, otra sección muy completa de aparatos para toma de muestras de fondos, plancton y agua, para determinaciones de temperatura, salinidad, oxígeno, etc., y, finalmente, un pequeño museo de animales capturados, complementado con los distintos materiales de pesca utilizados».

Lo menos sabido es que algunos de estos aparatos han sido donados por un príncipe. Porque en el nacimiento del futuro Centro Oceanográfico de Vigo intervino Alberto I de Mónaco.

Antes de que la familia Grimaldi se aficionase a salir en las revistas del corazón, en esta dinastía había gente seria. Y Alberto I era un ejemplo. Príncipe desde 1889 a 1922, invirtió una fortuna en la investigación marina, hasta el punto de que está considerado uno de los grandes pioneros de la oceanografía. Pagó de su bolsillo incontables expediciones, por las que obtuvo el reconocimiento de las academias de ciencias de EE.UU. y Gran Bretaña. Y Galicia fue uno de los objetivos de sus prospecciones. Alberto I fundó en Mónaco uno de los primeros laboratorios de oceanografía del mundo. Y armó buques oceanográficos como el Hirondelle, el Pricesse Alice, el Princesse Alice II y el Hirondelle II, con los que dirigió 28 campañas. A Galicia, llegó tras una crisis de la sardina vivida en Bretaña, que le llevó a interesarse por la ría de Vigo. El príncipe estudió las condiciones del mar en la costa gallega para averiguar si guardaban relación con la abundancia de pescado. Entrevistó a armadores y pescadores gallegos, y publicó algunos trabajos sobre las artes de pesca en Galicia. Además, en el Museo Oceanográfico de Mónaco se conservan fotografías de sus estancias en Vigo, datadas en 1894, 1896, 1908 y 1909. También se hacía acompañar de pintores. Como señalan Alberto González-Garcés, Santiago Lens y Uxía Tenreiro en su Historia del Centro Oceanográfico de Vigo, «al príncipe Alberto I le gustaba que le acompañase algún pintor en sus campañas para tomar apuntes del color real de los peces inmediatamente después de ser capturados».

Cuando hace cien años, el 2 de septiembre de 1917, se inaugura oficialmente el Laboratorio Oceanográfico de Vigo, el equipamiento científico está compuesto por microscopios, centrifugadoras o un depósito de material de pesca. Estos aparatos fueron donados directamente por el propio Alberto de Mónaco. Así lo asegura el investigador Antonio Calvo, biógrafo de Odón de Buen: «Sin duda El laboratorio de Vigo se hizo en buena medida con material que donó el príncipe monegasco».

El Concello dejaría en el abandono al Laboratorio Oceanográfico de Vigo dos años más tarde. Tras las campañas en las rías realizadas a bordo del buque Hernán Cortés, el interés municipal decae, y tampoco es sustituido por el el Estado. Se publican artículos científicos, con datos de gran interés para los armadores y conserveros, ya que se refieren a la preciada sardina. Pero, en 1920, el Ayuntamiento retira los fondos y el centro pierde su sede.

Lo cuenta el primer presidente del IEO, Odón de Buen, en sus memorias: : «El Ayuntamiento, que vive holgadamente merced a la riqueza pesquera, no cumplió su compromiso: el local en invierno se llenaba de agua y no taparon las goteras, el conserje no cobraba su mezquino haber, el ayudante enfermó y trasladado a Madrid murió de una manera trágica, y a la postre hubo que suprimir aquel centro».

Así que celebramos el centenario y tal vez también deberíamos celebrar en 2020 su primer fiasco para no volver a repetir la historia.

LA BUJÍA

Por

Eduardo Rolland