Hace 25 años que el vigués Joaquín Fernández escuchó por primera vez la palabra parapente. Fue justo entonces cuando comenzó su aventura surcando los cielos. Dice que los parapentistas «no saltan», sino que «vuelan», y explica con orgullo que cada año puede llegar a realizar unos 300 vuelos, ya sea él solo o en biplaza.
En 1992, por pura casualidad, vio la fotografía de un parapentista en una revista. De inmediato se interesó por aprender aquel deporte, tan novedoso en aquellos tiempos. Más tarde pudo contactar con un pequeño grupo de Vigo que practicaba esta disciplina y, años después, logró irse a Madrid, para formarse en diferentes escuelas de manera más profesional. Cuando consideró que había aprendido todo lo necesario fundó su primer club de parapente, predecesor del actual club Rotor, con el que, asegura, sale a volar todos los días, siempre que las condiciones meteorológicas lo permiten.
Si se le pregunta cuáles son sus sensaciones al volar, responde que «es una experiencia que hay que vivir, no se puede explicar» pero que, desde luego, «es una sensación de libertad total». Lo que más le gusta es sobrevolar zonas con vistas al mar. Entre sus favoritas están Baiona, Oia y el monte Xaxán, que mira hacia la isla de San Simón. Admite que siempre hay riesgos en una actividad como la suya, ya que tiene que estar pendiente del viento, sobre todo cuando lleva a algún pasajero. Pero la proporción de peligrosidad no es mayor que «la que puedes tener en la calle, montando en bicicleta o andando». No le importa desplazarse varios kilómetros para encontrar una buena zona de vuelo y asegura que puede estar todo el día pendiente de las condiciones meteorológicas si eso le permite «estar como un pájaro en el aire». Desde el aire puede conocer parajes de montaña que nunca llegaría a ver de no ser por el parapente. Asegura que disfrutar de esas vistas es algo para lo que no encuentra palabras.