El primer presidente de la entidad municipalista sigue clamando contra «el tren de la edad de piedra» que une Galicia y Portugal, como decía en La Voz hace 25 años

carlos punzón
Periodista de La Voz de Galicia

El primer paso que propició el nacimiento del Eixo Atlántico de municipios de Galicia y la Región Norte de Portugal, fue una cuestión práctica y de orden. Cuando Fernando Gomes llegó a la alcaldía de Oporto en 1990, decidió revisar qué resultado daban a su ciudad los hermanamientos que mantenía con otras urbes. «Ninguno, no había más que un acto protocolario en cada caso», recuerda. «Como Vigo era la ciudad hermanada más cercana, decidí empezar por allí a dinamizar de verdad nuestras relaciones».

«Allí conocí al alcalde Carlos Príncipe, y de las conversaciones entre los dos nació la idea de hacer algo más amplio que ayudase a desarrollar Galicia y el norte de Portugal. Entendimos que nuestras ciudades podían ser los motores de ese espacio», dice desde su actual despacho de la vicepresidencia del club de fútbol Oporto, en el estadio do Dragão.

La Voz de Galicia daba cuenta en junio de 1992 de la traducción de aquellas conversaciones en la creación del Eixo Atlántico, nacido entonces con 13 municipios y extendido ahora a 36. Cinco meses más tarde llegaría en Ourense el bautismo formal con su primera asamblea, avalada con su presencia por Manuel Fraga y el ministro José Borrell. «El Gobierno de mi país, en cambio, hizo todo, todo por obstaculizar».

«Cualquier cuestión que se tratase con Europa había que hacerla a través del Gobierno del hipercentralista Cavaco Silva para reforzar su importancia», apostilla Gomes, que desvela que aquel poder político de Lisboa «veía al Eixo Atlántico como un enemigo que quería hacerle la guerra. Nunca fue así», recalca. Salva de esa quema al presidente de la República. Mario Soares fue, para él, el patrocinador crucial en Portugal de la alianza transfronteriza, la primera que surgió en la UE.

Y ese peaje centralista fue el que le llevó a buscar alianzas fuera. «Vigo percibió muy bien esa necesidad de relación entre los dos territorios. Fraga fue hábil y entendió que este movimiento podía ser beneficioso para los dos territorios, como Felipe González, que nos recibió en La Moncloa a los dos alcaldes excepcionalmente bien y a nuestras propuestas», rememora. «Él nos confesó después que Cavaco le había transmitido su preocupación por lo que suponía el Eixo Atlántico», ríe, subrayando el perfil jacobino del entonces primer ministro luso.

Superados esos obstáculos y cumplidos los primeros 25 años de la alianza transfronteriza, el que fue su primer presidente considera al Eixo Atlántico pionero en la aproximación «de dos regiones que solo ganan uniéndose. Contribuyó a que desaparezcan las cicatrices de la historia de dos países que se daban la espalda, y de una frontera que era un territorio de nadie».

Defensor de la descentralización, atribuye a ese modelo el despegue de Galicia, desarrollo que no ve en su territorio, con la excepción en Oporto. Pero advierte que ni el autonomismo ha resuelto la intercomunicación del noroeste. Como alcalde portuense, advertía, como recogió La Voz hace 25 años, que el Eixo Atlántico debería servir para poner fin «al tren de la edad de piedra» que unía Galicia y Portugal. «Pero sigue siendo de la edad de piedra», lamenta, mientras celebra que por carretera el escenario haya cambiado radicalmente, pese al «error» del sistema de telepeajes implantado en su país.

El ahora mandatario del fútbol luso sustituyó a José Sócrates como ministro, y con esa perspectiva de gestión llegó a creer después que Durão Barroso y Aznar iban a hacer una revolución con la alta velocidad entre los dos países con tres líneas, Oporto-A Coruña, incluida. «Pero cuando se quiere todo, al final no se hace nada», estima, aunque alberga la esperanza de que ahora se logre ya una mejora en la modernización de ese tren. «Es una vergüenza para el Gobierno portugués no haber avanzado más aún».

Estima que la entidad transfronteriza ha generado una dinámica y cooperación a ambos lados de la frontera y es percibido en Bruselas como «un lobby que no necesita presentación. Valió la pena», concluye. No ve recelos entre ciudades ni pugnas por acaparar el organismo, aunque concede que «Paco Vázquez mantenía una distancia calculada con una organización que temía restase hegemonía a A Coruña».