El cierre del albergue de Dignidad deja en la calle a cincuenta personas

maría j fuente VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

La organización no puede afrontar las mejoras que le exigen las administraciones

30 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El albergue de la organización religiosa Dignidad cierra hoy sus puertas y deja sin techo a medio centenar de personas. Aunque las instalaciones tiene capacidad para unos treinta usuarios, nunca deja a nadie en la calle, de ahí que habitualmente sobrepase esa cifra.

La situación se complicó a raíz de las inspecciones cursadas el 26 de abril por la Policía Local, bomberos e inspectores de Sanidade de la Xunta de Galicia. La actuación se saldó con el precinto del almacén donde se restauran los muebles, mientras que el albergue siguió funcionando, aunque con la condición de afrontar una serie de mejoras.

En principio, los responsables pensaron que serían capaces de afrontarlas ellos mismos con la ayuda de usuarios, al no poder invertir los 50.000 euros presupuestados en un proyecto encargado por ellos mismos. Finalmente se han visto incapaces de llevarlo a cabo. «Estamos sosteniendo un proyecto que cuesta 4.000 euros al mes de nuestro bolsillo. No nos dan un duro y lo único que hacen es exigirnos y desprestigiar a Dignidad. No nos queda más remedio que cerrar», comentaba ayer Suso Aguayo, pastor evangélico que se encuentra al frente del albergue.

Durante la exhaustiva inspección llevada a cabo en abril se detectaron comida y medicinas caducadas, así como escapes de gas, lo que ya hacía temer su cierre. De hecho, el Concello llegó a anunciar la clausura amparándose en el informe de los bomberos en el que se instaba al «cierre inmediato» por no garantizar la seguridad de los usuarios ni de los vecinos del entorno.

Posteriormente rectificó la decisión y permitió que siguiera abierto. Solo precintó la cocina de butano y prohibió el uso de otros aparatos que funcionasen con la misma energía en las dependencias de la calle Toledo. Esto llevó a los responsables del albergue a trasladar la cocina a una casa particular.

Además de techo, la oenegé proporciona comida e incluso trabajo a algunos usuarios. Al cabo del año reparte en torno a 150 toneladas de alimentos, actividad con la que piensa seguir.

Lo que sí le precintó la policía hasta que cuente con la correspondencia licencia de la Gerencia de Urbanismo fue la nave de la calle Irmáns Quintela Pérez, en la que se reparan muebles. Para seguir con esta actividad Suso Aguayo tiene la intención de mantener a ocho o diez personas. «El almacén está sellado y tenemos que pedir permiso todos los días para abrir», explica.

También mantendrá la tienda solidaria para sostener el proyecto. Por el contrario, la iniciativa de poner en marcha un albergue para personas mayores tendrá que esperar, pese a que detecta que cada vez son más las que se quedan sin hogar o viven en condiciones precarias.

 «Algunos usuarios ya se han ido a vivir a choupanas y otros siguen buscando un sitio»

Los usuarios del albergue ya habían sido informados días atrás de su cierre con el fin de que tuvieran tiempo para buscarse un nuevo techo. «Algunos ya se han ido a vivir a choupanas, a lo de siempre. Allí no hay medicamentos caducados ni ratas. Otros siguen buscando un sitio donde cobijarse», comenta Suso Aguayo. Recuerda que el centro empezó a funcionar de forma espontánea a raíz de una ola de frío en el 2015. Al ver que alguna gente dormía en la calle o en la antesala de los bancos la fueron recogiendo en las instalaciones. «Así llegamos a juntar hasta cincuenta personas durmiendo en una iglesia evangélica que se adaptó», explica. Su existencia se hizo pública en la primavera del 2016.

Reconoce que uno de los motivos de tanta afluencia tiene que ver con las condiciones de ingreso, menos rígidas que las del albergue municipal. «No pueden venir notablemente afectados, con la tajada del siglo y cantando la Rianxeira porque no dejan dormir. Un día puede pasar, pero no por costumbre», decía en cierta ocasión Aguayo a este periódico.

Del albergue municipal dice «no es humano porque condena al beneficiario a la itinerancia permanente» y sobre la oferta de los Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres de Teis, desconoce como está la situación en la actualidad.

Entiende la actitud de los vecinos del entorno del albergue de Dignidad, a los que ha pedido disculpas por escrito, porque, dice, cuando compraron el piso ellos no estaban. Sus quejas han sido uno de los motivos que han provocado las inspecciones.