Ya no hay apóstatas en Vigo

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

En los dos últimos años el obispado no ha tramitado ninguna solicitud de fieles para abandonar la fe

11 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Lo de apostatar se acabó. Hace dos años que no tramitamos ninguna en la diócesis de Tui-Vigo; ya no viene la gente a solicitarlo», desvela el vicecanciller del obispado, Emilio González Outerelo, encargado de atender las peticiones. La cifra ha ido descendiendo desde el 2009, cuando se registraron en torno a una docena. Con anterioridad, lo habitual era tramitar una media de veinte.

«Nos han llegado un par de notificaciones de otras diócesis en las que sí ha habido registros. Por ejemplo, si una persona está bautizada en Tui-Vigo y reside en Lugo o Madrid, tiene que apostatar en la diócesis a la que pertecene la localidad donde reside y el vicario nos envía la notificación», explica González Outerelo.

Sobre las causas que pueden estar detrás de la desaparición de los apóstatas en el ámbito del obispado vigués, cree que en la actualidad la gente pasa más de todo en el tema de las creencias. Otro de los motivos podría ser, a su juicio, la mayor dificultad para gestionarla en esta diócesis que en otras. «Siempre decíamos que en Vigo era más difícil porque exigíamos la partida de bautismo; en Santiago, no», añade el vicecanciller.

A las anteriores razones suma la mayor relajación de la gente desde la llegada del papa Francisco. «Antes había más tensión. A veces las personas venían indignadas porque se habían peleado con el cura o no les había gustado lo que había dicho. Era como una rabieta y venían a apostatar. Yo les decía: ‘‘vamos a centrarnos un poquito, Dios está por encima de eso, qué importa si lo hace mal el sacerdote’’». Alguna otra vez les ha llegado a preguntar qué quieren hacer con el papel y les invita a seguir con su vida, a olvidarse del tema y a dejar «que Dios los siga amando». Otros llegaban con la instancia y la partida de bautismo y al firmar preguntaban extrañados si ya estaba, si no les iban a echar una bronca. «Les sabía a poco. Les daba el acta con las consecuencias de la apostasía y ya estaba. Antes venían más a la ligera. Veían cualquier cosa en Internet y no valoraban el alcance. Como les pedíamos una instancia, sacaban una de los mormones para apostatar en la Iglesia católica y yo les preguntaba: ¿Pero es que son todos mormones?».

También se ha dado el caso de gente que acude a borrarse para no pagar impuestos, sin saber que la aportación a la Iglesia se hace a través de la casilla de la declaración de la renta.

El perfil más habitual de las personas que quieren apostatar es, según el obispado, el de un joven varón de entre 30 y 40 años. Aunque lo habitual es que sea mayor de edad, en el 2007 se dio el caso de dos adolescentes de 14 y 15 años que acudieron con los padres al requerir su firma.

En los últimos tres años han retomado la fe tres personas después de haber renegado de ella. Pero el regreso tampoco es fácil. Hay que hacer un recurso y presentar dos testigos ante el párroco, que deberá trasladar el deseo de los interesados en volver.

«Conviene ser sensatos y pensarlo bien antes. Cuando ven que no pueden ser padrinos de una ceremonia religiosa o ir a misa, entonces se dan cuenta. A veces he dialogado con universitarios y al final no han apostatado porque venían confundidos. Otros continuaban porque era una idea que tenían metida en la cabeza. Algunos sacerdotes eran partidarios de leer el nombre de los apóstatas en el altar», indica Outerelo.

Aclara que nunca se cobró por el servicio, pese a que supone un trabajo añadido como funcionario y gastos como el que acarrea el envío de cartas a las parroquias.

«A veces, cuando vienen a borrarse les digo: esto es una cosa histórica que fue real y es imborrable. ¿Tú puedes ir al registro civil y arrancar las hojas?», observa el vicecanciller del obispado de Tui-Vigo.

Ismael Alonso: «Tardé dos años en todo el proceso»

Este vigués, profesor de inglés tuvo siempre muy claro que quería apostatar. Desde la adolescencia estaba decidido a hacerlo y cuando tuvo oportunidad, al llegar a la mayoría de edad, cumplió su deseo. «Lo hice al día siguiente de cumplir 18 años y nunca me he arrepentido. Lo tenía muy claro y lo volvería a hacer. El proceso se alargó dos años, no me podían borrar. Al final, al lado de mi nombre pone: ‘Renunció a la fe’. Fue un lío», explica Ismael Alonso. Su familia respetó totalmente la decisión, pese a ser el único en adoptarla de su entorno.

La razón fundamental de decidirse por la apostasía fue por falta de fe. «Y aunque la tuviera, lo haría igual, porque no estoy de acuerdo con las políticas conservadoras de la Iglesia en este país», dice. Sin embargo, no se le caen los anillos si tiene que entrar en una iglesia. «He acudido a entierros y por turismo. No es que no quiera entrar en una iglesia, simplemente no voy a misa. En mi entorno hay gente creyente y la respeto». Reconoce que no todo el mundo tiene su convicción y menos aún cuando se enteran del tiempo que le llevó a él. Sobre la caída de la apostasía, piensa que puede ser de todo un poco: por las dificultades, el cambio de papa y la presión social.