Victoria

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland LA BUJÍA

VIGO CIUDAD

27 ene 2017 . Actualizado a las 12:12 h.

Mi madre se llama Victoria por el Cristo de la Victoria. Pero también por una apuesta. Si en el parto salía niña, iba a ser Teresa. Pero mi abuelo Eduardo apostó con su cuñado, empeñado en que llevase el nombre del Cristo de la Sal. Quiso la fortuna que el Celta jugase contra el Real Madrid cuando mi abuela Manuela salía de cuentas. Así que todo quedó acordado para aquel domingo: si ganábamos en Chamartín, la chica sería Victoria.

Aquel 14 de febrero de 1943 el Celta jugó un partidazo. A los diez minutos, se adelantaron los vigueses, con gol de Del Pino. Pero, antes del descanso, los merengues remontaron, con tantos de Alonso y Alday. Desde los balcones de la calle del Príncipe, donde estaba la casa familiar, se iban radiando los tantos a la gente que estaba de paseo. El delirio llegó en la segunda parte. El empate a dos lo marcó Clemente, en propia puerta. Y el delantero Roig, con dos golazos de córner, dejó el 2-4 definitivo.

Más o menos cuando terminaba el partido daba a luz mi abuela a una niña. Que se sigue llamando Victoria. Por eso cuando uno vive una eliminatoria como la última, en la que el Celta ha barrido al Real Madrid del mapa, es imposible no emocionarse.

Afouteza e corazón son dos conceptos que están en el ADN de todo celtista. Tal vez sean difíciles de comprender por quienes no sienten estos colores, que tantas alegrías y, sobre todo, tantos disgustos nos han dado. Pero cantar los goles de Aspas, de Johnny, de Wass o de Guidetti ha sido algo inolvidable. No sé dónde llegaremos en esta Copa. Pero sí sé que lo disfrutaremos. Y que saldremos a demostrar. Y a luchar por la Victoria.