En una prórroga eterna

VIGO CIUDAD

Óscar Vázquez

A sus 86 años, está en plena forma y ya lleva 33 como preparador de los guardametas de la base del Rápido

26 ene 2017 . Actualizado a las 11:54 h.

José Fandiño lo tiene claro: «Voy a llegar a los 100 y una vez ahí, a pedir una prórroga». Y durante todo ese tiempo, lo que le quede de vida, piensa seguir ejerciendo la labor de la que lleva disfrutando más de tres decenios: la de preparador de porteros del Rápido. «Alguna vez me dicen en broma que ‘hai que ir morrendo’, yo respondo que quien tenga prisa que vaya y me espere muchos años». Lo dice a sus 86 años, unos 86 muy diferentes a los de casi cualquiera. Porque puede presumir de una salud física y mental que casi todos anhelan con su edad y la mayoría incluso con muchos menos.

«Empecé a jugar a los once años, al principio alternando la portería y la defensa», rememora. Y desde entonces, de una manera o de otra, no lo dejó nunca más. Ni piensa. «¿Por qué lo iba a hacer? Tuve la suerte de no tener nunca una enfermedad ni una lesión y de seguir disfrutando siempre. El deporte es la medicina más rica que existe», cuenta Fandiño después de hacer una demostración de ejercicios impropia de un octogenario sobre el césped del Baltasar Pujales mientras espera a sus pequeños futbolistas. «Antes estaba con el primer equipo y ahora entreno a los pequeños: alevines, benjamines... Un potaje como si fuera de garbanzos. ¡Y alguno ya me viene hasta con chupete!», desgrana el preparador.

No son pocos los que «alucinan» cuando ven a una persona de su edad como técnico. Hay algo que no les encaja, pero en cuanto empiezan a tratarle, esa impresión pasa a un segundo plano. «Tengo alguno que el primer día que le empezaba a decir ‘tienes que hacer esto o lo otro’ se quedaba mirando sin pestañear, casi asustados», recuerda. Enseguida se gana su respeto, pero también su cariño: «A mí me paran mucho por la calle, me pita un camión y es un chaval que pasó por el equipo. Les quiero mucho a todos, pongo la carne en el asador con todos ellos».

Otro de sus secretos que tiene Fandiño es verse como uno más entre los pequeños. «Para llevarlos tienes que sentirte un pequeñín como ellos, acordarte de lo que te gustaba que hicieran contigo a esa edad», reflexiona. Y la puesta en práctica de esa idea se traduce en su caso en «mimarles mucho, pero sin olvidar exigirles, y no solo en el fútbol; les digo que lo primero son las notas del colegio, porque del estudio sale todo».

Yoel y Mariño, a sus órdenes

Aunque está igual de orgulloso de cada guardameta con el que ha trabajado, presume un poco más de que entre los porteros que han pasado por sus manos están Yoel Rodríguez y Diego Mariño. «A los dos los puse yo a andar en benjamines», presume con una sonrisa de oreja a oreja. Y más cuando recuerda al Yoel niño y lo compara con el actual. «Su hermano pequeño es defensa en los cadetes. Venía a veces a verle cuando aún estaba en Vigo y yo le decía que conmigo en benjamines no tenía esa barba ni esos bigotes. ¡Se echaba a reír y se me abrazaba!», relata con emoción.

Fandiño acude al Baltasar Pujales a trabajar con los chavales tres días por semana. Pero hay algo que no perdona ni siquiera «domingos y fiestas de guardar». Dice que es su secreto para haberse convertido en un ejemplo real de aquello de que los años no pasan por una persona. «Mi desayuno es una hora y otra y media de gimnasia nada más me despierto. Todos los días sin faltar uno. Las buenas costumbres no hay que perderlas, para mí eso es lo mismo que comer, beber y dormir».

Asume que desde sus inicios hasta el día de hoy, el «deporte rey» -así lo califica- ha cambiado mucho. En algunas cosas, para peor. «Pero es que yo lo llevo dentro, es lo más bonito que existe. Renuncié a cobrar y pago mis 50 euros de socio. Antes se jugaba domingos y como mucho sábados, siempre por la tarde. Ahora hacen unas cosas muy raras, todo negocio», lamenta. Desde su parcela, intenta que los niños tengan un prisma diferente. «Hubo un partido hace tiempo en que ganamos 21-0 al Santa Mariña. Un chaval marcó nueve en el primer tiempo. En el segundo lo quité porque cada vez que encajaban el Santa Mariña sacaba hacia la defensa, él era más rápido y marcaba otro. Eso no tiene sentido».

Abuelo de dos nietos que compaginan fútbol y yudo, sus hijos también jugaron. A ellos les enseñó como a los chavales del equipo. O al revés. «A todos les enseño a pegarle con los dos pies, como para andar y a acariciar el balón, con cariño. Que por ahí se enseña cada cosa...», deja caer. Tanto ellos como su mujer -que intenta seguir su ritmo a sus 82 años- le apoyan para que siga «mientras el cuerpo aguante». En una prórroga eterna.