Más de 80 okupas viven en el centro de Vigo

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vazquez

La mayoría de las personas que se refugian en los edificios abandonados están en el Casco Vello. Descartan el ámbito rural por no tener dinero para desplazarse en bus a los comedores sociales

18 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las consecuencias de las olas de frío es que las administraciones recuerdan la existencia de personas que duermen al raso. Los okupas no entran en esas estadísticas. Vivir bajo techo, aunque esté a punto de venirse abajo, les otorga otro rango. En este caso se encuentran los más de ochenta okupas que residen en el centro de Vigo (Casco Vello incluido), según cálculos del colectivo Os Ninguéns. La mayoría ocupan inmuebles en ruina del barrio antiguo, aunque también se reparten por calles como López de Neira y los entornos de Gran Vía, plaza de España y hasta hace una semana, Vázquez Varela, entre otros muchos.

Muchas de las personas que se decantan por esta forma de vida lo hacen por una razón práctica: Si van al albergue municipal les echan a los diez días, tope máximo de estancia. Una vez finalizado el plazo, cuando vuelven a la casa ocupada, generalmente se encuentran que les han quitado el sitio. «Dicen que no les compensa estar yendo y viniendo porque al salir del albergue pueden volver otra vez al infierno. Tienen sus espacios muy bien acondicionados y arreglados con colchones, mesillas, estanterías y, aunque en algunos sitios ponen candados, por diez días no se arriesgan», comenta Antón Bouzas, del colectivo Os Ninguéns.

Si a esto se añade que algunas de estas personas están enfermas, la situación se agrava más. Además, a la hora de buscar techo, suelen elegir compañeros y se protegen entre ellos.

El Casco Vello y en particular el Barrio do Cura es uno de los lugares con más okupas debido a la cantidad de inmuebles en estado de abandono. Los dos edificios más populares de esta zona son uno a medio construir promovido en su día por Karpin y en el que el pasado verano falleció una persona muy querida entre ellos, apodada el Abuelo. El otro es el antiguo asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en Pi y Margall. El estado ruinoso en el que se encuentra su interior, no solo no retrae a los okupas, sino que es uno de los espacios más habitados.

El ámbito rural no está tan cotizado por motivos económicos: la imposibilidad de moverse en autobús por falta de dinero. Curiosamente las personas sin ningún tipo de ingreso no pueden disponer de bono gratuito como tienen otros colectivos con escasos recursos. El hecho de que los comedores sociales estén situados en el centro les obliga a desplazarse.

Uno de los fenómenos okupas más importantes asentados en la ciudad es el promovido por la Red de Solidaridad Popular.

La organización ocupó un chalé en Vía Hispanidad y en él se pueden encontrar alimentos, ropa, psicólogos, defensa jurídica, guardería y asesoramiento para ayudas de emergencia, entre otros muchos servicios. Su funcionamiento es similar al de un banco de tiempo. Los beneficiarios pueden compensar estos servicios trabajando en el jardín, impartiendo cursos o cosiendo cortinas, por citar algunos de los ejemplos.

Tal ha sido su trabajo en los últimos tiempos, que la Red de Solidaridad Popular se ha convertido, junto con Os Ninguéns y la Asamblea Abierta de Coia en uno de los grupos sociales más activos de Vigo.

En la actualidad la Red afronta uno de sus retos más importantes desde la creación, el abandono del chalé, reclamado por los propietarios en el juzgado. Sin embargo, esto no será un obstáculo para seguir adelante en otra ubicación.

En el juicio, el propio fiscal elogió la labor de los okupas por hacer actividades «positivas e encomiables» y les rebajó la multa inicial de 1.800 euros a 810, aunque pidió el desalojo al ser una propiedad privada.

Sereos

La ola de frío ha recordado también a los colectivos sociales que el servicio que prestaba Sereos en el centro de Vigo se sigue ofreciendo este invierno en una furgoneta. En el invierno del 2014 este vehículo se sustituyó por un autobús para que los usuarios que acuden a tomar el llamado café-calor pudieran permanecer resguardados del frío y la lluvia. Llegado el verano siguiente, el bus desapareció y siguió la furgoneta. Para Carla Leiras, de Os Ninguéns «es una vergüenza que se dé en esas condiciones, ya que ni los medios pueden ser suficientes ni tampoco el personal. Es normal que cada vez haya menos usuarios, porque en esas condiciones la gente no va y menos, aún donde está situado el servicio, lejos del centro y entre naves industriales».

TESTIMONIOS

«Acondicionamos la cervecería como si fuese un piso, pusimos de todo»

Por circunstancias de la vida Nani y su pareja se vieron en la calle con un niño de dos años. Fue entonces cuando decidieron instalarse en una cervecería que permanecía cerrada en Gran Vía. Se pusieron manos a la obra y la adaptaron igual que si se tratara de un auténtico hogar. La idea era facilitarle al pequeño las mayores comodidades posibles.

«Nunca tuvimos ningún problema, cuando venía algún comprador abríamos la puerta para que pudiera ver el interior», comenta Nani, quien destaca lo bien que se arreglaban.

«Un día vino una asistente social a verlo y comprobó lo bien que lo teníamos acondicionado, como si fuese un piso; pusimos de todo: vitrocerámica, armarios, sofás, camas... Lo adecentamos todo nosotros como si fuese un piso, porque cuando llegamos no estaba para vivir, aunque ya había estado gente y cuando entramos había un chico que se marchó», detalla. De esta forma se fueron arreglando hasta que un día llegó a la cervecería un posible comprador. «Nos vio y sin decirle nosotros nada nos hizo una oferta. Nos propuso pagarnos seis meses de alquiler de una vivienda si nos íbamos. Aceptamos y buscamos una casa», explica. A partir de ese momento su vida de okupa quedó atrás y ha ido a mejor. En la actualidad está trabajando, lo que les permite seguir pagando el alquiler del piso, en el que ya llevan un año.

«Lo peor del asilo no era el edificio; lo peor era no saber en quién confiar»

Acabó en la calle de la forma más tonta, por una deuda de alquiler de 2.000 euros. «Lo peor que te puede pasar es no tener a quién pedir ayuda. Si estás solo completamente, ¿a quién le pides el dinero?», comenta Santi, un ferrolano residente en Vigo. «Me quedé en la calle el 23 de marzo del 2012, eché una temporada en albergues, recorrí casi toda Galicia, buscas un poco de comodidad», apunta. Ese mismo año se instaló en el antiguo asilo de Pi y Margall, cuando todavía no estaba hecho polvo, como literalmente sucede en la actualidad. Pese al deterioro que ya presentaba, nunca tuvo miedo de que le cayera encima. Ni siquiera lo pensaba. «Lo peor no era el edificio, era no saber en quién confiar. La calle son apariencias y si no aparentas te van a machacar. Es algo así como el patio de recreo del instituto, o te haces el valiente o el abusón de turno te va a partir la cara», detalla. En el asilo solo dormía. El desayuno lo hacía en el desaparecido local de Sereos, en la Porta do Sol, y a mediodía iba a alguno de los comedores sociales de la ciudad. A la hora de cenar se arreglaba con la comida que descartaba un supermercado. Tras estar un año de okupa, acabó dejando el asilo para dormir en el soportal de Cortefiel con dos amigos, Emilio y José. «Nos daba más seguridad estar juntos», indica. Ahora tiene alquilada la habitación de un piso gracias a la ayuda social que recibe, y recuerda su dolorosa experiencia.