El castaño del Club Financiero genera cada año 500 euros

Antón Lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

M. MORALEJO

Nueva York censa su arbolado y calcula el beneficio económico que generan

28 nov 2016 . Actualizado a las 10:53 h.

Hoy empezamos un poquito lejos. Si nos acompañan vamos de paseo a Nueva York. Hay tanto que ver en la ciudad de ciudades que cuesta fijarse en los detalles, pero quizás uno pueda llamarnos la atención: hay muchos árboles en la Gran Manzana y alrededores, y en buena medida tienen unos cuantos años encima. Por la cuenta que les tiene, los neoyorquinos aprecian sus árboles y los tratan razonablemente bien.

El caso es que hace un año se le ocurrió al Concello de allí hacer una campaña exhaustiva de catalogación de su arbolado, que al mismo tiempo incorporase transversalmente una labor de educación ambiental. Querían, para empezar, trazar el mapa de sus árboles urbanos. Como se imaginarán, se trataba de una labor titánica que requería, solo para esta fase, una cantidad inmensa de personal cualificado para llevar a cabo semejante inventario.

No se cortaron las autoridades neoyorquinas y echaron mano de un contingente entusiasta, los niños y niñas. Y así, calle a calle, barrio a barrio, imagínense a los pequeñitos y pequeñitas sueltos por Manhattan, el Bronx y Queens adelante, identificando cada árbol, anotando su localización exacta, su especie, tamaño, edad, estado de salud y todo esto incorporado a un mapa digital.

Por si tienen curiosidad salen exactamente 685.781 arbolitos y los pueden ustedes conocer vía internet en el NYC Street Map. Lo siguiente fue poner en valor la necesidad del arbolado urbano en una ciudad tan dura como Nueva York. Llegados a este punto, se encontraron con el problema de la confusión entre valor y precio y optaron por una solución de consenso: cuantificar económicamente los bienes y servicios que aportaban a los ciudadanos cada uno de esos árboles, uno a uno.

La idea y la metodología nos pareció tan brillante que decidimos hacer lo propio con un ejemplo vigués. Elegimos al azar un castaño de indias, de especie, edad y tamaño similar a uno de la gran ciudad de Yankilandia. Nuestro amigo sobrevive en García Barbón, justo en medio de la entrada de los garajes de las torres Ifer. Es un milagro, por cierto, que siga allí porque en su día la motosierra estaba lista para ejecutarlo por osar dificultar el paso de vehículos, pero algunos heroicos vecinos estuvieron al tanto y lo impidieron.

El colega arbolito retiene una media de 28.539 litros de agua al año, lo que vienen siendo unos 70 euros. La energía que conserva cada año en sus tejidos equivale a 2.604 kw, a precio medio de mercado 336 euros. Contaminantes atmosféricos eliminados cada año nos salen dos kilos, equivalentes en depuración a 22 euros. Finalmente vamos con el CO2, que retiene anualmente unos 7 kilos, que a precio de mercado de emisiones nos da la cifra de 50 euros.

En total nuestro castiñeiro de indias nos regala, sin vacaciones, unos 478 euros al año. Si tenemos en cuenta que el amigo lleva con nosotros al menos 60 años, el valor acumulado de un solo árbol de gran porte en Vigo supera los 28.600 euros. O lo que es lo mismo, eso es lo que perdemos cuando se cortan.

Creo que cualquier economista consideraría que es una mala inversión cortar árboles. El reto sería intentar poner precio a cuestiones que nos faltan por cuantificar, como los beneficios para la salud equivalentes a la contaminación que nos filtran, el equivalente en medidas de aislamiento acústico en los pisos, la temperatura que nos regula refrescando los veranos y soleando los inviernos, el servicio que ofrecen como refugio de las aves insectívoras y un largo etcétera.

Siendo muy prudentes, nuestro arbolito seguramente ya nos regaló mucho más de 30.000 euros. Y ahí sigue, aunque teniendo en cuenta que se encuentra en una zona actualmente en proceso de humanización nos tememos lo peor. Sería bonito replicar en Vigo la campaña de Nueva York que comentábamos al inicio, y le dejamos la invitación al Concello. El problema es que estas cosas tienen efectos secundarios. Si los niños y niñas viguesas aprendieran a amar a sus árboles, probablemente no consentirían que los cortasen, y mucho menos con el concepto de humanizar como excusa.