Cecilia dice adiós en Vigo

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

CEDIDA

Aquel verano de 1976, tras actuar en la sala Nova Olimpia, la cantante murió en accidente de coche

05 sep 2016 . Actualizado a las 20:00 h.

Alejandro Fernández Figueroa está escrito en la historia de Vigo, aunque hace muchos años que haga sus negocios en Brasil. Allí regenta una de las mayores salas de fiestas del país, por la que han pasado las grandes figuras del mundo. Figueroa empezó a hacer dinero vendiendo tractores. Más tarde, en el mundo de los viveros de marisco: para algunos es gracias a él que comemos centolla francesa, que no sienta igual al paladar, pero la digiere mejor el bolsillo. Y, en cuanto se instaló en el sector de la noche, la hizo suya. Porque su mayor invento fue Nova Olimpia, aunque tuvo muchos, incluida una marca de pantalones con el exalcalde Soto y nada menos que O Rei Pelé.

Nova Olimpia abrió en 1973 y cerró en 2007. Y, en sus 34 años de vida, y en sus 9 de ausencia, jamás ha habido, ni por asomo, nada en Vigo que pueda compararse a semejante recinto de diversión, conciertos, eventos y, por qué no decirlo, formación de parejas. Hay que repetirlo: el cine Fraga, arriba, y el Nova Olimpia, abajo, conformaron durante décadas la zona cero de apareamiento en Vigo, aunque luego los matrimonios resultantes corrieran a nidificar a Coia, a la Travesía o a los altos de Candeán.

La sala de fiestas (mucho más que una discoteca) nació a lo grande. Para uno de los primeros conciertos, Alejandro Fernández Figueroa contrató a Tom Jones, que cobró la friolera de 1,8 millones de pesetas, un fortunón de la época. Y, tras el León de Gales, llegaron una pléyade de grandes artistas.

Así fue como en 1976, hace ahora 40 años, compareció en el Nova Olimpia la cantante Cecilia, en la cumbre de su carrera. Era la voz de los dos mundos: del franquismo sin Franco, que no terminaba de irse, y de quienes querían una democracia. Su estilo le parecía menos radical que otros cantautores a los rescoldos de aquella dictadura que llamaban «Régimen». Y también gustaba a quienes querían un cambio y sabían que sus canciones eran censuradas. Mi querida España no es el tema que hoy seguimos oyendo. El estribillo original, menos agradable para los carcas, era: «Mi querida España, esa España viva, esa España muerta». El lápiz rojo la corrigió por «mía» y «nuestra». Porque en todas sus letras hay mucha más metralla de lo que aparenta. Y una sorna absoluta.

Así que, aquel 2 de agosto de 1976, Cecilia era una estrella, que no diremos fugaz porque sería una horterada. En cambio, sí habrá que resaltar que es la única española del malogrado Club de los 27, en el que militaron Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain y, desde fecha reciente, Amy Winehouse. Todos murieron a la misma edad. Al igual que Evangelina Sobredo, el verdadero nombre de esta artista madrileña.

La creadora de Un ramito de violetas, Dama, dama, Mi querida España o Nada de nada dio un gran recital aquella noche de agosto en Vigo. Todas las entradas estaban vendidas. Y el empresario Alejandro Figueroa comentaría más tarde a la prensa que la cantante estaba exultante con su actuación. Y que le había gustado tanto la ciudad y su ría que pensaba buscar unos terrenos para construirse una casa en la playa. Hoy te podrías encontrar a Cecilia, a sus 67 años, tomando un pulpo en Canido, en el bar de La Mona.

Pero no sucedió así. La noche anterior a su concierto en Vigo ya había habido un grave accidente de repercusión mundial. El piloto de Fórmula Uno Niki Lauda se estrellaba en el circuito alemán de Nurburgring. Se pasó 45 segundos a bordo de su Ferrari en llamas y un sacerdote llegó a darle la extrema unción en pista. Cuando se recuperó, desfigurado por las quemaduras, volvió a correr. Y volvió a ser campeón del mundo. El pavoroso siniestro lo convirtió en bromas: «Sólo sentí algo similar al accidente la primera vez que fumé marihuana». Pero el asunto de Lauda es otro tema.

Porque Cecilia tuvo peor fortuna. Rematado el concierto en el Nova, salió de Vigo con su grupo sobre las 3 de la madrugada, a bordo de un Seat 124. Al día siguiente, a las 10 de la mañana, la cantante tenía grabación en Madrid. Estaba preparando un disco en el que versionaba poemas de Valle Inclán.

A las 5.40 horas de la madrugada, el coche colisionaba contra un carro de bueyes en la C-620 (hoy N-525), a su paso por el pueblo de Colinas de Trasmonte, en las proximidades de Benavente (Zamora). El carro transitaba sin luces y tampoco había alumbrado público en la aldea. Se dice que el 124 circulaba a gran velocidad, hecho que fue años después desmentido por el conductor, que sobrevivió a la colisión. Como consecuencia del impacto, murió en el acto Cecilia, que viajaba dormida en el asiento trasero. También murió el batería del grupo, Carlos de la Iglesia. Y resultaron malheridos los otros dos ocupantes. El propietario del carro sufrió heridas muy graves. Al igual que su mujer, que iba de pie conduciendo a los bueyes. Para retratar la violencia del siniestro, uno de los animales salió despedido, proyectado contra un terraplén cercano. Y así terminó la vida de Evangelina Sobredo. Pero no la de Cecilia. Sucedió tras aquella noche de verano en Vigo de hace ahora 40 años.