Elogio de la faneca brava

Antón Lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

El veneno del pez se neutraliza aplicando calor en la zona afectada

22 ago 2016 . Actualizado a las 23:26 h.

Todo puede contemplarse desde diferentes puntos de vista. Permitan un ejemplo. El pez se acerca a la orilla en busca de aguas tranquilas pero batidas. Esta playa no le gusta. No es buena señal no ver ni un alga, no encontrar placton en flotación y las pocas rocas que hay ni siquiera tienen una triste lapa. Es un espacio prácticamente sin vida pero la competencia es dura y las mejores playas están ocupadas por sus primos. En esas estaba cuando siente las vibraciones y una masa de 90 kilos cae sobre su espalda. Su instinto de supervivencia hace que despliegue su aleta dorsal para intentar defenderse pero es un gesto inútil. Antes de morir aplastado nuestro pequeño pez tiene tiempo para un último pensamiento: «Ya decía que esta playa me daba mala espina».

La misma escena desde el otro lado nos muestra al señor Peláez y familia. Nuestros amigos acuden a pasar un plácido día de playa en Samil. El sitio les gusta. Cómodo, buen aparcamiento, abundantes chiringuitos, palmeras, su paseo marítimo, en fin, una playa como dios manda, sin algas ni hierbajos, limpia y segura. Tras «torrefactarse» unas horas al sol el señor Peláez decide darse un baño refrescante y ahí se va al encuentro con el Atlántico. En su mente se dibuja la escena: tres zancadas y zambullida. Michael Phelps lloraría de envidia. Todo bien hasta que en el último paso nota el pinchazo. Un segundo de desconcierto e inmediatamente se abren insondables océanos de dolor para el infortunado bañista.

Nuestra protagonista, con permiso del señor Peláez (que dejamos temporalmente aullando en la orilla) es la Trachinus vipera, mucho más conocida popularmente por faneca brava. Nuestra amiga es un pez muy chiquitín, que rara vez supera los diez centímetros, y una mirada tierna que acompaña un rostro que transmite una permanente perplejidad. Lo interesante de la faneca brava es su color que resulta un prodigio del mimetismo pues sus tonalidades son exactamente las mismas que la arena en la que, semienterrada, se protege de sus depredadores al tiempo que espera a que alguna infortunada presa se le acerque para salir inmediatamente a zampársela. Como a pesar del camuflaje siempre puede pasar por allí un depredador con buena vista, nuestra amiga desarrolló un mecanismo de defensa muy eficiente a efectos disuasorios. Las espinas de su aleta dorsal están recubiertas de veneno. La idea es que ante un ataque el depredador se lleve una experiencia inolvidable y, efectivamente, no la olvide y se lo piense dos veces antes de echarle la boca a otra faneca, cosa que con la memoria relativa de los peces tampoco significa gran cosa a efectos prácticos.

En nuestro caso, con una memoria más recurrente, el sistema es más eficiente y por eso las fanequeras con las que muchos se calzan en la playa reciben tal nombre. Esto nos recuerda que habíamos dejado al señor Peláez agonizando en la orilla y es menester prestarle atención. La proteína de la que se compone el veneno de nuestra amiga es vasoconstrictor pero se desnaturaliza con el calor, por lo que, salvo en casos de especial sensibilidad que podrían ser peligrosos (pero no es frecuente) lo más sencillo es aplicar agua caliente o caminar sobre la arena soleada. Con este sencillo procedimiento solucionamos el problema y si la cosa se pone fea siempre tenemos a mano a la Cruz Roja. A diferencia de su amable prima común, la faneca brava carece de especial interés comercial, por lo que puede seguir sembrando el pánico en las playas. Mientras no se considere su exterminio un criterio imperativo para la concesión de las banderas azules o mientras el agotamiento de las especies marinas no provoque que el sector pesquero se fije en ellas (y al señor Peláez no se lo lleve puesto una red de arrastre) seguiremos disfrutando, es un decir, de su presencia en las playas. Como decíamos al principio todo tiene diferentes puntos de vista. ¿Y si pensamos que, en el fondo, que nos pique una faneca en Samil significa que en esa playa, incluso en esa, todavía queda algo vivo?

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