Eland

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland LA BUJÍA

VIGO CIUDAD

19 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los parques zoológicos son recintos destinados a ridiculizar a los animales. En este sentido, son una payasada sin gracia. El león es recluido en una sabana de cartón piedra. El oso se baña en un foso con agua del grifo. El mono juega con una rueda de camión. Y el tigre se lame las zarpas esperando que vayan a hacerle la manicura de la señorita Pepis.

Son tan lamentables los zoos que, a menudo, pasan cosas. Esta semana, en el de Vigo, un antílope destripó a una cebra que acababa de parir a su cría. La huérfana es ahora amamantada con un biberón. Y al agresor van a trasladarlo a una zona de «confinamiento», expresión penosa, dado que ya viven todos enjaulados, salvo unas horas de patio.

El antílope de marras es un eland, especie pacífica que incluso está domesticada en lugares como Namibia o Sudáfrica, donde lo crían para carne o leche. Así que encaja la versión oficial de que el suceso era imprevisible. Nadie imaginaba este desenlace. Aunque para pensar así hay que sustraerse de la esencia misma de un parque de fieras. Un lugar antinatura donde es lógico que pueda ocurrir de todo. En la naturaleza, el eland estaría menos pendiente de la cebra que de las fauces de un depredador. En A Madroa, en cambio, el antílope es vecino del león. Se huelen mutuamente y su instinto ancestral los pone en guardia, mientras el cerebro da la orden de correr. Pero no lo hacen. Se quedan quietos, flemáticamente, como buenos vecinos de 13 Rue del Percebe.

Por eso asombra que a los cuidadores cualquier comportamiento les parezca inusual. Lo inusual es en realidad el zoo, todos los zoos, recintos para burlarse de los animales mientras los vuelven locos.