Una lucha que no es ciega

Adrián Viéitez VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vazquez

Casi dos años después de la muerte de David, su padre Edmundo lucha contra situaciones de exclusión social como parte del colectivo Os Ninguéns, desde el que afirma que «la pobreza no se debe esconder»

23 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Él es la locomotora que nos lleva. O te enganchas o te quedas atrás». Así define Marco Reboredo, hermano de David, a su padre Edmundo. A sus 84 años, este hombre que encabezó en el 2013 una campaña nacional para el indulto de su hijo se mantiene al pie del cañón. Sus ojos, que dejaron de funcionar hace 24 años por culpa de un glaucoma, resplandecen como el vidrio mientras sus labios escupen, con la agilidad de un adolescente, la verdad en la que él cree. Sobre su estantería reposan una fotografía de su hijo David y un ejemplar de Los girasoles ciegos, la novela de Alberto Méndez que lo invita a luchar por aquello que parece imposible.

La historia de la vida de Edmundo Reboredo es una historia de lucha constante. Nacido en Vigo y criado en un ambiente religioso, cuenta una anécdota de cuando, a los 18 años, comenzó a surgir en él este espíritu beligerante: «El periódico no quería publicar un anuncio de la Peña Los Arrimados, de la que yo formaba, porque consideraban que su nombre era inadecuado. Yo les dije que más inadecuado era utilizar las piernas de una señorita para los cupones de puntos de unas medias».

Sin embargo, tras una vida entrelazando su labor como pedagogo con la de intérprete para diversos idiomas, su gran lucha tuvo lugar hace apenas cuatro años, cuando su hijo David, ya rehabilitado, fue condenado a siete años de prisión por la supuesta venta de una papelina de droga. «Una vez me preguntaron si me esperaba que esto me pudiese pasar a mí. Les contesté que yo no tenía nada de especial para que no pudiera pasarme, le puede pasar a cualquiera», narra.

Cuando habla de la lucha emprendida en favor de su hijo lo hace con orgullo. Marco explica que «con todo lo que él había luchado para salir del mundo de las drogas», toda la familia se sintió en la obligación de volcarse. «Por muy grande que fuese nuestro esfuerzo, el suyo siempre habría sido infinitamente superior», zanja. Cuando necesitaban reinventarse y buscar un motivo por el que luchar, no dudaban en mirar a su alrededor. «Nosotros conocíamos el impacto de la drogadicción y la considerábamos una enfermedad, pero había gente que no. Esa gente lo consideraba un vicio y aún así luchaban por sus seres queridos, solo por amor», cuenta Marco.

El caso de su hijo fue, según Edmundo, «el de una persona sin nombre que capta el interés público», pero no considera que sea un caso aislado. «Hay una población pobre oculta y ocultada porque a la Administración no le interesa que salga a la luz», replica, antes de afirmar tajantemente que «la democracia existe a nivel institucional pero no se siente interiormente» y de definir su funcionamiento en tres fases: «En este país, de la democracia se pasa al partidismo y de ahí directamente al sectarismo, todo funciona según intereses». Tiene claro que «la pobreza no se debe esconder».

Edmundo Reboredo apela a la gente en estos casos, señalando que «entre la población falta conciencia de lo que está ocurriendo» y remitiéndose al refranero para aseverar que «aquí, la cuestión es el fuero, no el huevo». En el caso de David tiene claro que «se dieron unas circunstancias fabulosamente favorables», incluyendo la huelga de hambre de Willy Uribe y el apoyo mostrado a través de la plataforma change.org, donde recogieron más de 100.000 firmas a favor de su absolución.

La campaña que encabezó logró torcer el brazo del Gobierno y conseguir un indulto, pero un cáncer agresivo terminó arrasando la vida de David Reboredo hace ya casi dos años. Pese a todo, Edmundo no cree haber fracasado en nada. «Cuando pasan estas cosas ¿qué vas a hacer, dejar de luchar? Él mismo era partidario de no rendirse jamás», explica Edmundo. Desde entonces su pelea se ha centrado en modificar el artículo 198 del Código Penal, que es el que establecen las penas tan severas respecto al tráfico de drogas, independientemente de las cantidades.

Sin embargo, tanto él como Marco coinciden en que la clave para hacerse fuertes en la lucha por la absolución de David fue «mantener a la familia unida, como un bloque». Edmundo cuenta que, en la etapa en la que su hijo estuvo preso en la cárcel de A Lama, todos los fines de semana los familiares se peleaban por ir a visitarlo. Además, cuenta orgulloso que, pese a su ceguera, «escribía una carta diaria a la prisión para que David sintiese que estaba cerca de él».

Marco Reboredo se queda con la parte positiva de todo el proceso que han vivido. «A día de hoy, David nos sigue enseñando muchas cosas. Él nos unió, él lo unió todo», afirma, antes de asegurar que «es necesario ver el lado positivo de las cosas». «Incluso la ceguera de mi padre tuvo un lado positivo, perdimos al hombre que traía el dinero a casa pero ganamos a la figura paterna que nos ha hecho fuertes», explica. Una anécdota con la plataforma change.org le sirve para definir lo que Edmundo significa para su familia. «Cuando me llamaron de Change y me dijeron que me iban a colocar a mí como peticionario de la campaña les dije que no, que tenía que ser él. Ellos me dijeron que las personas mayores se cansaban. Era porque no conocían a mi padre».